"Ventana abierta"
"Jornada Mundial de la Infancia Misionera"
Con motivo de la Jornada Mundial de la Infancia Misionera, así se expresaba un niño que vive en Papúa Nueva Guinea y que cuenta a sus pocos años de edad, sus vivencias en su país:
"Todo comenzó cuando llegaron los japoneses".
"Así es como mi padre hablaba cuando nos reunía a todos en familia y nos contaba la historia de nuestro pueblo.
Lo hacía para no olvidar que durante cinco años -años terribles- nuestra tierra había sido invadida por unos militares extranjeros que se hicieron con nuestros cultivos, nos humillaron y acabaron con nuestras costumbres.
Yo soy guerrero, mi patria es Papúa Nueva Guinea; una isla perdida en el Pacífico.
Cerca de nuestra casa hay un pequeño lugar al que se llega a través de una trinchera, y que fue uno de los campos de batalla donde están enterrados los japoneses que murieron en la guerra.
Mi padre me decía:
"Ve allí todos los días y escupe en esa tierra maldita. Ellos eran nuestros enemigos, los enemigos de nuestro pueblo".
Aunque muchos consideran a esta isla el paraíso, en mi tierra existen los vampiros. Seres del tamaño de canguros que viven en los árboles; es la mejor manera que tengo de explicar quién soy.
Nos caracterizamos por ser amables con todos; pero cuando alguien nos ataca, actuamos como el vampiro.
El jefe de nuestra tribu nos adiestraba para la lucha. Se ponía un pañuelo rojo sobre la frente; es el símbolo del coraje, de la cólera, para que el enemigo nunca sea capaz de asustarnos.
Todo lo que decía me convencía:
"¡Sé fuerte! ¡Sé fuerte! El enemigo no es más poderoso que tú.´
Él espera tu miedo, por eso debes hacerle frente con un gesto de amenaza.
La fuerza está en la sangre de nuestra tribu.
Nosotros somos poderosos porque somos una familia.
Nadie tiene el derecho de amenazarnos.
Si alguien se atreve a hacerlo, la única respuesta es el combate y es un deber".
Mi padre murió de una enfermedad muy dolorosa, y cuando pensaba en él ante el fuego para ahuyentar a los malos espíritus, recordaba que antes de morir, me dijo que hacía mucho tiempo, llegó un hombre blanco, pero que no le hiciera caso, porque tenía ideas muy peligrosas.
Así hablaba de él. Se refería al Padre Juan.
Aquel sacerdote europeo hablaba en contra de los espíritus que rodeaban nuestro pueblo y nuestros ríos.
Decía que todo aquello no era verdad, que la naturaleza era buena, y que había un Dios bueno que miraba al hombre con ternura.
A mí me parecía un buen hombre, porque nos daba clase en el colegio, y siempre se estaba riendo.
"Su religión es una cuestión de espíritus, no de dioses- nos explica el P. Juan, haciendo un inciso- se basa en una especie de hechicería, que dicen que los espíritus actúan y pueden influir en las personas.
Esta gente son gente guerrera, una lengua, un habla, una cultura... es una cosa maravillosa, pero al mismo tiempo terrible.
Si tocas a uno de ellos, son capaces de matar por defender a los suyos.
Una mañana nos enteramos -continúa explicando el niño- de que un miembro de otra tribu había prendido fuego en la casa del jefe de nuestro pueblo.
Prender la casa del jefe es una provocación.
Por eso los jóvenes decidieron vengarse.
Iba a ser la gran batalla para recuperar nuestro orgullo.
Mi alma es alma guerrera y tenía que ver a nuestros guerreros en pleno combate.
Sin embargo, algo imprevisto ocurrió, varios jóvenes guerreros de nuestro pueblo murieron en la batalla.
Era la primera vez en mi vida que veía un cadáver.
Toda su fuerza había desaparecido.
Aquello fue algo que cambió mi vida.
El P. Juan hablaba de otra manera. No era como el hechicero.
No nos preparaba para la guerra.
Nos preparaba para un encuentro con una persona de paz.
Nos hablaba del seguimiento de Jesús.
Un Hombre que decía que era el Hijo de Dios, y que lo demostró con milagros, que había resucitado y que se había quedado con nosotros.
En otro de los momentos del relato, nos sigue explicando el P. Juan:
"Tenemos que enseñar con la palabra, después con el ejemplo, pero siempre con suavidad, educándolos en la fe y haciéndoles ver las ventajas de ser del cristianismo.
Es inútil que se predique si después no se practica."
Dejé de hablar con nuestro jefe de la tribu -prosigue explicando el niño- porque ponía dureza en mi corazón, y me hice amigo del P. Juan.
Quizá mi padre quería prevenirme de abandonar las costumbres de mi pueblo.
Pero con el Padre Juan, empecé a aprender que hay una tribu mucho mayor, que es la de todos los hombres, y que cada persona es sagrada.
Entonces decidí bautizarme.
Todos los amigos que venían conmigo, vieron mi cambio interior, y también ellos querían seguir a Jesús.
Dice el Padre Juan:
"No se puede cambiar en un día. Se necesitan generaciones.
Hay que probarles que ellos pueden hacer, que son capaces, que delante de Dios no hay diferencia:
Ni de color, ni de nacionalidad...todos somos lo mismo, todos somos iguales... lo único que se necesita son oportunidades".
¡Papá, ya sé dónde estás!
No eres un espíritu que rodeas nuestras casas por las noches.
Ni estás perdido en una selva oscura.
¡Estás delante de Dios y sé que eres feliz!
Te pido que me ayudes a ser un buen cristiano".
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