¡Hola amigos/as, de nuevo nos volvemos a encontrar en nuestra "Ventana abierta", si ustedes lo desean.
¡Hoy día de cabalgata de Reyes Magos, víspera de la manifestación del Señor. Día de ilusión!
Nosotros los mayores, veremos entusiasmados, las caritas iluminadas y radiantes de nuestros pequeños al ver pasar a los Reyes Magos con sus pajes y las distintas carrozas con la Estrella de Oriente, otras de fantasías y demás..., la música de tambores y trompetas que llamarán su atención, sin contar la lluvia de caramelos que volarán de un lado a otro y que intentarán ellos y nosotros, coger por todos los medios posibles.
Esperemos que el buen tiempo nos acompañe, porque hay malos augurios.
Sería una pena que la lluvia desluciera tan bellos momentos.
Será una tarde de disfrute... Pero mañana será el gran día para ellos, que nos conmoverá, será el momento en que saldrán a las calles de sus respectivos barrios con sus nuevos juguetes a enseñárselos a sus amiguitos.
Posiblemente de cada barriada saldrán por sus calles el mismo día 6, nuevas carretas, nuevos Reyes Magos, nuevos pajes..., que harán las delicias de los "peques". volviendo a revivir la misma ilusión del día de hoy.
Ahora paso a contaros esta bella historia, muy apropiada para este día:
"Cuenta una preciosa leyenda alemana, que los Reyes Magos eran cuatro. Antes de partir los cuatro rumbo a Occidente, quedaron citados para una hora fija en el palacio de Baltasar, allá en Oriente; desde allí planearían ese viaje tan importante.
Artabán -que así se llamaba el cuarto Rey Mago- se retrasó. Los otros tres esperaron un día y una noche, como se les hacía tarde y las caravanas que atravesaban el desierto tenían que partir, le dejaron una carta, y se pusieron en camino.
El cuarto Rey Mago había salido puntualmente de su palacio llevando tres dones para el Nacido Rey de Israel: un diamante, una esmeralda y un rubí.
Salió con el sol de su casa, pero por el camino, Artabán tuvo que pararse para atender a un viajero que había sido apaleado por unos bandidos, le llevó a una posada y le entregó el diamante para que pagase los gastos; pasó la noche con él, y al despertar se puso en camino hacia el palacio de Baltasar.
Cuando llegó, le entregaron el siguiente mensaje: "Te hemos esperado un día y una noche. No podemos esperar más. Tú sigue siempre a Occidente, hacia Palestina, por el camino de las caravanas, quizá nos alcances"
Artabán, no perdió el tiempo en preguntas, y comenzó aquella larga caminata que le llevaba hacia una gran esperanza.
Al llegar la anochecida, el buen Rey buscó un lugar para pasar la noche; allí encontró gentes que marchaban desde Arabia hacia Egipto portando perfumes y aromas balsámicos.
A la mañana siguiente se unió a la caravana. Caminó en compañía de aquellos hombres que hablaban de la esperanza que tenían, de que alguien llegara para librarlos de las situaciones que estaban viviendo.
Artabán les dijo, que aquellos tiempos estaban llegando, que las estrellas le habían dicho a él, que en la parte más occidental de Asia, en Palestina, había nacido Ese que traería la Paz, la Alegría y el Bienestar a los hombres.
Si su palabra no hubiese sido tan encendida y convincente, aquellos árabes se hubieran reído de él; pero aquel Mago, parecía sabio y bueno.
Se miraron unos a otros. ¿Sería verdad lo que anunciaba aquel hombre?
En una encrucijada de caminos, tuvieron que separarse; ellos iban a Egipto, él a Palestina.
Cuando el buen Rey emprendió la marcha solo, unos lloros de niño surgieron de entre unas palmeras; un pequeño lloraba junto al cadáver de su madre.
Niño, ¿por qué lloras?, le preguntó el Rey-.
Porque ha muerto mi madre.
¿Vives solo? -El chiquillo contestó que sí.
¿No tienes a nadie más? No, contestó.
El Rey le dijo: Toma esta joya, es una esmeralda, vale mucho: véndela y tendrás para vivir mucho tiempo.
Si quieres, puedes venir conmigo, pero yo no puedo esperar más, tengo mucha prisa, debo marcharme.
Artabán, miró su bolsa, sólo le quedaba un rubí; los otros dones que llevaba al Rey de los Judíos, los había dado, pero estaba contento, él era generoso y siempre socorría a los pobres.
Siguió su camino de prisa, ni siquiera se detuvo en el oasis que formaba una fuente y donde una familia,
que sin duda marchaba hacia Egipto, estaba abrevando al asnillo.
La mujer era joven y llevaba a un niño recién nacido.
El hombre se le quedó mirando con curiosidad, como si quisiera algo de él..
Al llegar a Belén, encontró la ciudad desolada; los soldados de Herodes habían matado a todos los niños menores de dos años; Cuando preguntaba por el Rey de los Judíos, algunos parecían mirarle con odio.
Al fin un hombre le dijo:
"Esa familia que busca ha huído a Egipto no hace mucho, con el tiempo suficiente para que Herodes no matase al Niño, y, unos Reyes que vinieron de Oriente, como tú, retornaron a su país por otro camino".
Artabán, no escuchó mucho más, subió a su camello y puso rumbo a Egipto; llegó a ese nuevo país con la confianza de encontrar a aquella Familia, que presentía era, la que encontró en el oasis del camino.
Artabán preguntó en todas colonias judías de Egipto, preguntaba por una Familia de israelitas, cuyos progenitores eran los padres del Mesías.
Los judíos de la diáspora le miraban con un brillo alucinante en los ojos, mitad incredulidad y mitad esperanza... ¿Era posible de que ya hubiera nacido? Pero nadie sabía dar razón de Él. Al fin se rindió a lo inevitable y optó por volver otra vez a su tierra.
Allí -prosigue la leyenda- sus compañeros le contaron todo lo que habían visto.
Efectivamente le contaron cómo una Estrella del Cielo les había señalado el camino y se había posado sobre la mansión del Recién Nacido a quien ofrecieron oro, incienso y mirra.
Artabán, acarició el rubí que aún le quedaba y que no pudo ofrecer al Rey de los Judíos, pero no perdió la esperanza de que algún día pudiera ponerlo a sus pies.
Pasaron muchos años, casi treinta, de pronto empezó a extenderse por su país una noticia que traían los mercaderes de las caravanas que volvían del mar Mediterráneo. Allá en Israel había aparecido un Hombre extraordinario, curaba a los enfermos, resucitaba a los muertos, arrastraba a las muchedumbres, anunciaba la Buena Nueva a todos los hombres.
¡TENÍA QUE SER ÉL!
Artabán, sentía dentro de sí, una fuerza que le empujaba a ponerse otra vez en camino.
Pasaron meses, casi no hablaban de otra cosa. Los hombres que cruzaban el desierto de Arabia, tenían siempre el mismo tema:
"El Mesías de los judíos".
Él esperaba la vuelta de las caravanas para que le diesen las últimas noticias.
Al fin se decidió, cargó el camello de provisiones para una gran jornada, tomó el rubí que guardaba como un amado tesoro y marchó hacia Palestina.
El camino era el mismo, los árboles del oasis no parecían haber crecido, aunque, sin embargo, él era ya un anciano.
Llegó a Jerusalén un viernes, la ciudad parecía desierta a pesar de ser mediodía, las puertas de las casas estaban abiertas, como si los habitantes hubiesen huído precipitádamente.
Después de atravesarla, salió afuera de las murallas; allí, sobre el monte llamado Calvario, había mucha gente reunida. Gritaban contra un Crucificado que moría en agonía.
Artabán quería acercarse pero no le era posible.
De pronto el sol se oscureció, los judíos se fueron. El Rey Mago quedó inmóvil atraído por aquel Crucificado que parecía tener un halo sobrenatural. La tierra se estremeció.
El corazón de Artabán, debilitado por los años y ante el sufrimiento por su nueva tardanza, sufrió un ataque y falleció allí mismo. Murió apretando en su mano el rubí que llevaba para el Rey de los Judíos.
Al despertar se encontró con una puerta, parecía otro mundo, otro Reino; a su lado el Crucificado del Calvario y otro hombre que también tenía las huellas de los clavos y que se llamaba Dimas, éste le sonrió mientras le decía:
"Mira, buen Rey, aunque han pasado muchos años, yo te conozco. Yo era un niño y tú me socorriste junto a unos palmerales, me diste en aquella ocasión una esmeralda.
Aunque he sido un ladrón, la he conservado como un recuerdo sagrado".
Artabán sacó un rubí y le dijo a Jesús:
Acepta Señor, este rubí que he guardado siempre para Ti.
Y Cristo -concluye la leyenda- tomó el rubí y lo escondió como en una ranura en la llaga de su mano derecha, parecía una gota más de Sangre y, aplicando su mano a la Puerta del Cielo, la abrió de par en par para ellos y para todos.
¡Artabán había llegado a tiempo!"
La solemnidad de la Epifanía del Señor, es una fuente de lecciones que nunca deberíamos olvidar, y la primera es esta:
"Nuestra vida no es más que una peregrinación como la que hicieron los Magos de Oriente hacia Belén. Desde nuestros orientes particulares hasta el Niño-Dios".
No hay nombres propios, ni se dice cuántos eran los Reyes Magos, pero se afirma que unos Magos de Oriente salieron de sí, desde lejos de Dios y a la vez atraídos por Él; y nosotros, como ellos, por la fe que como una Estrella luce en nuestro corazón, vamos paso a paso por estos caminos tortuosos de la vida buscando al Señor.
Tal vez como el cuarto Mago de esta leyenda, siempre llegamos tarde, pero no olvidemos la intención con la que nos acercamos a Él.
Le buscamos para adorarle, para rendirnos del todo a Él, para entregarle nuestros dones, que son al fin nuestro corazón y nuestro amor.
Somos portadores de unos dones, de unos talentos, de un diamante, de una esmeralda, de un rubí, y no son para nosotros, son el tesoro de nuestra salvación, son para que nos sirvamos de ellos.
La madera del establo donde reposa el Cuerpo del Niño, nos habla del madero en donde será clavado el Cuerpo del Maestro; y Él con su Muerte y Resurrección nos dará la salvación a todos.
Yo creo, amigos/as, que podemos hacer a Jesús un regalo, un regalo que le haga sonreir y que le aporte el calor que necesita; que nuestras manos, nuestro corazón, nuestras palabras, sean portadores de la Paz y del Amor ofreciéndoselos a los hombres por amor a aquel divino Amor que nació en Belén, y que fue alumbrado por la luz de una Estrella para que la oscuridad no volviera a reinar nunca más entre los hombres.
Fijaros, que al final Jesús toma el rubí y lo une a su Sangre derramada por nosotros.
Las obras de nuestra vida cuentan mucho más de lo que pensamos.
Por lo tanto, como los Magos, como lo hicieron los pastores, al ponernos delante de Jesús le busquemos siempre a Él, que ha venido a ser para nosotros Camino, Verdad y Vida.
Queridos amigos/as:
¡Que los Reyes Magos vengan cargados de salud, paz, trabajo, amor y de todos los buenos dones del Señor!
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