Del derecho de legítima defensa al derecho
de injerencia humanitaria
El mensaje papal de la Jornada Mundial de la Paz
es una aportación al derecho político internacional
"Paz en la tierra a los hombres que Dios ama".
Juan Pablo II vuelve a repetir a la humanidad este anunció que acompañó el nacimiento de Jesús, hace dos mil años, en vísperas del nuevo milenio que está a punto de comenzar. Es el título del mensaje del pontífice con motivo de la Jornada Mundial de la Paz que se celebrará el próximo 1 de enero del año 2000. En el texto, el Papa hace una importante aportación al derecho político internacional al hablar del derecho de injerencia humanitaria .
"Durante el siglo que dejamos atrás, la humanidad ha sido duramente probada por una interminable y horrenda serie de guerras, conflictos, genocidios, 'limpiezas étnicas' que han causado indescriptibles sufrimientos --escribe el Santo Padre--: millones y millones de víctimas, familias y países destruidos; multitudes de prófugos, miseria, hambre, enfermedades, subdesarrollo y pérdida de ingentes recursos. En la raíz de tanto sufrimiento hay una lógica de violencia, alimentada por el deseo de dominar y de explotar a los demás, por ideologías de poder o de totalitarismo utópico, por nacionalismos exacerbados o antiguos odios tribales. El siglo XX nos deja en herencia, sobre todo, una advertencia: unas guerras a menudo son causa de otras. En general, además de ser extraordinariamente dañinas, no resuelven los problemas que las originan y, por tanto, resultan inútiles. Con la guerra, la humanidad es la que pierde".
Una sola familia
El obispo de Roma asegura que "habrá paz en la medida en que toda la humanidad sepa redescubrir su originaria vocación a ser una sola familia, en la que la dignidad y los derechos de las personas de cualquier estado, raza o religión sean reconocidos como anteriores y preeminentes respecto a cualquier diferencia o especificidad".
"De este principio surge una consecuencia de gran importancia aclara: quien viola los derechos humanos, ofende la conciencia humana en cuanto tal y ofende a la humanidad misma. Los crímenes contra la humanidad no pueden ser considerados asuntos internos de una nación. En este sentido, la puesta en marcha de la institución de una Corte penal que los juzgue es un paso importante. Muchos y horripilantes han sido, y siguen siendo, los escenarios siniestros en los que niños, mujeres, ancianos indefensos y sin ninguna culpa son, muy a su pesar, víctimas de los conflictos que ensangrientan nuestros días. Demasiados, verdaderamente, por no decir que ha llegado el momento de cambiar el modo de actuar, con decisión y gran sentido de la responsabilidad".
Por ello, "ante estas situaciones complejas y dramáticas y contra todas las presuntas 'razones' de la guerra, se ha de afirmar el valor fundamental del derecho humanitario y, por tanto, el deber de garantizar el derecho a la asistencia humanitaria de los refugiados y de los pueblos que sufren. La negociación entre las partes, ayudada con oportunas intervenciones de mediación y pacificación llevadas a cabo por organismos regionales e internacionales, asume la máxima relevancia, para prevenir los mismos conflictos o, una vez que han estallado, para que cesen".
Legítima defensa
El Santo Padre confirma que "cuando la población civil corre peligro de sucumbir ante el ataque de un agresor injusto y los esfuerzos políticos y los instrumentos de defensa no violenta no han valido para nada, es legítimo, e incluso obligado, emprender iniciativas concretas para desarmar al agresor. Es necesaria e improrrogable una renovación del derecho internacional y de las instituciones internacionales que tenga su punto de partida en la supremacía del bien de la humanidad y de la persona humana sobre todas las otras cosas y sea éste el criterio fundamental de organización".
Paz y desarrollo
La paz no es ausencia de guerras. Es algo mucho más profundo "Puede que haya llegado el momento de una nueva y más profunda reflexión sobre el sentido de la economía y de sus fines afirma el sucesor de Pedro. Con este propósito, parece urgente que vuelva a ser considerada la concepción misma del bienestar, de modo que no se vea dominada por una estrecha perspectiva utilitarista, que deja completamente al margen valores como el de la solidaridad y el altruismo.
Teniendo en cuenta que "más de mil cuatrocientos millones de personas viven en una situación de extrema pobreza, es especialmente urgente reconsiderar los modelos que inspiran las opciones de desarrollo. Estos procesos exigen una reorientación de la cooperación internacional, en los términos de una nueva cultura de la solidaridad.
Por ello, "se impone hoy, con más urgencia que en el pasado, la necesidad de cultivar la conciencia de valores morales universales, para afrontar los problemas del presente. Han de encontrarse vías para dialogar, con un lenguaje común y comprensible. El fundamento de este diálogo es la ley moral universal inscrita en el corazón humano".
Constructores de la paz
Por último, el Papa pide un compromiso generoso de todos al servicio de la paz, "edificio en continua construcción". Los obreros de esta casa son, según explica, los padres que viven y dan testimonio de paz en sus familias educando a los hijos para la paz; los educadores que saben transmitir los auténticos valores; los hombres y mujeres del mundo del trabajo comprometidos en la lucha por la dignidad del trabajo; los gobernantes que tienen como objetivo de su acción política y la de sus países una firme y convencida determinación por la paz y la justicia; todos aquellos que trabajan en primera línea en organismos internacionales; los miembros de las organizaciones no gubernamentales; los creyentes que, convencidos de que la auténtica fe nunca es fuente de guerra ni de violencia, promueven argumentos para la paz y el amor a través del diálogo ecuménico e interreligioso.
Pero el futuro de la paz depende sobre todo de los jóvenes. Por eso, les pide que se dejen guiar constantemente por este objetivo: "La paz dentro y fuera de ustedes, la paz siempre, la paz con todos, la paz para todos".
ZENIT
Pan y compañía para el camino
Dicen que "el hábito no hace al monje" y es fácil constatar la razón de este refrán. Aplicándolo a lo que representa en nuestra vida la Eucaristía, no sólo es fácil sino preocupante verificar lo poco monje que nos hace el hábito de asistir a la misa dominical o diaria.
Quizá, una de las críticas más frecuente y llena de lógica que hemos de aguantar los cristianos es la que pone de manifiesto una realidad hiriente: no hay mucha diferencia de vida y comportamientos entre los que participamos frecuentemente en la eucaristía y los que no lo hacen.
La anterior constatación nos invita a una revisión y comenzar el año jubilar que celebra el 2000 aniversario de la Encarnación del Verbo, hace muy oportuna una reflexión sobre la Eucaristía pues, como afirman nuestros obispos: "en el sacramento de la Eucaristía el Salvador, encarnado en el seno de María hace veinte siglos, continúa ofreciéndose a la humanidad como fuente de vida divina. La Eucaristía, memorial y presencia sacramental de "Cristo, el mismo ayer, hoy y siempre" (Hb 13,8), transciende los siglos y nos hace tomar conciencia de que Él es verdaderamente el Señor de la historia, el que renueva el orden cósmico de la creación y revela el plan de Dios sobre todo cuanto existe, y en particular sobre el hombre"
Con la brevedad que exige el medio, recordemos las dimensiones esenciales del sacramento que nos ofrece al mismo Cristo como pan y compañía para el camino de nuestra vida cristiana.
Verdadera comida
A lo largo de la historia de la salvación, aparece, como una constante en las relaciones de Dios con el pueblo elegido, el signo litúrgico del banquete para señalar la vocación de intimidad a la que Dios ha querido llamar al hombre.
El rito de la Alianza del Sinaí y su representación litúrgica de la cena pascual judía, el milagro del maná, la alusión de los profetas al banquete mesiánico sólo se pueden interpretar como la convocatoria de todo el pueblo a la mesa del Señor.
Si pasamos a los evangelios, encontramos una serie de banquetes muy significativos. Así, Jesús acepta la invitación que le hacen gente de mal vivir o invita a la multitud y, después de la resurrección, Cristo come con los suyos repetidas veces. Gestos que tienen una fuerte carga reveladora de su misión mesiánica.
En este contexto hemos de situar la Cena del Señor. Es el banquete en el que Cristo mismo es la comida y la bebida.
La Eucaristía es la "verdadera comida " y la "verdadera bebida" que posibilita y fortalece nuestra marcha hacia el Banquete del Reino.
Un encuentro personal
Para "comulgar" con Cristo en la comunión eucarística hemos de darnos cuenta de que es un encuentro personal con El y que, sólo por la fe, la comunión sacramental es verdadera comunión viva y vital.
Debido al carácter dialogal que acompaña y arropa la presencia de Cristo en el sacramento, la comunión eucarística no la podemos reducir a lo puramente "sacramental" sino que deberá ser siempre comunión "espiritual" o "dialogal".
De lo anterior, se deduce claramente la conveniencia de nuestra participación en la liturgia de la palabra en la que, sobre todo la palabra evangélica, ha de ser escuchada y acogida en un clima de fe-confianza. Pues el evangelio nos anuncia el rostro del Cristo que recibimos en la comunión y nos pone en diálogo con Él.
Finalmente, también hemos de recordar que la comunión espiritual adquiere una especial importancia en el culto y la adoración-oración eucarísticos, en momentos intensos ante el sagrario. Un culto y oración que no deberán ser considerados ni como sustitutorios ni como ajenos a la celebración sacramental, sino como una prolongación de la misma y, sobre todo, como una profundización de la comunión sacramental recibida, que deberá ser interiorizada y "revivida" a la luz del evangelio escuchado en la celebración y profundizado en la oración personal.
Participación comprometida
La Eucaristía, como banquete o como presencia adorable, es un encuentro con Cristo que debe comprometernos a una vida consecuente y así evitaremos la denuncia a la que aludía en el encabezamiento.
En esta línea hemos de leer el relato evangélico de la Cena cuando presenta a Cristo ofreciendo a los suyos su cuerpo entregado y su sangre derramada. Con este gesto invitaba a los discípulos -y a nosotros- a comulgar con su entrega y su obediencia incondicional al Padre.
San Pablo escribía a los cristianos de Corinto: "Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis de esta copa, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva ". Evidentemente, no se puede separar la participación en la Eucaristía y el testimonio de que creemos en la muerte de Cristo como principio de liberación de todo pecado, de toda injusticia, de toda muerte.
Lo anterior dicho nos alerta como lo hacen las palabras de la tercera ponencia del Congreso Eucarístico de Sevilla y que nos sirven de colofón de estas reflexiones.
"Hacemos bien al comer el Pan de vida... (pero) La recepción del Pan será un testimonio contra nosotros, si no va unida al deseo ardiente de participar en el modo, forma y estilo de vida de Cristo".
"Hacemos bien en adorar ese Pan... Nuestra adoración, sin embargo, se convertirá en sentencia contra nosotros mismos, si no nos lleva a la decisión de aceptar con Cristo la voluntad del Padre y a darnos a los hermanos y hermanas en un movimiento intenso de evangelización.
Antonio Luis Martínez