"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA LA FIESTA DE LA VISITACIÓN
DE SANTO TOMÁS, APÓSTOL
Hoy celebramos la
fiesta de Santo Tomás, apóstol. La tradición nos dice que Tomás partió a
evangelizar en Persia y en la India, donde fue martirizado el 3 de julio del
año 72. La lectura que nos presenta la liturgia para esta fiesta es la
narración de la primera aparición de Jesús a los apóstoles luego de su gloriosa
resurrección (Jn 20,24-29). La Resurrección de Jesús culminó su Misterio
Pascual, y con ella la Iglesia adquirió una nueva vida. “Si Cristo no hubiera
resucitado, vana sería nuestra fe” (1 Cor 15,14).
Cuando el Resucitado se apareció por primera vez a los apóstoles, Tomás no
estaba con ellos. Al integrarse nuevamente al grupo, le dijeron: “Hemos visto
al Señor”. Tomás, quien al igual que los demás no había captado el anuncio de
la resurrección que Jesús les había hecho en innumerables ocasiones, reaccionó
con incredulidad: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el
dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo”.
La actitud de Tomás es muy similar a nuestra. Como reza el dicho
popular: “Ver para creer”. En ocasiones nuestra fe flaquea. Entonces tratamos
de aferrarnos a algo tangible, que nos brinde “seguridad” física; y nos
preguntamos si en realidad “alguien” escucha nuestras oraciones, sobre todo
cuando no vemos los resultados que queremos (Cfr.
Hb 11,1).
En la lectura evangélica de hoy Jesús le dice a Tomás: “¿Porque me has
visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto”. ¡Qué diferencia con
María, la que “creyó sin haber visto”! (Cfr.
Lc 1,45;).
La fe es una de las virtudes teologales (llamadas también “infusas”) que
recibimos en nuestro bautismo. Pero lo que en realidad recibimos es como una
semilla que hay que alimentar e irrigar adecuadamente para que pueda germinar y
dar fruto. Si la abandonamos corre el peligro de secarse y morir. Y el agua y
alimento que necesita la encontramos en la oración, la Palabra y los
sacramentos, especialmente la Eucaristía.
El problema estriba en que hoy día vivimos en un mundo secularizado,
esclavo de la tecnología, en el que resulta más fácil creer lo que dice la
internet (sin cuestionarnos la fuente ni las intenciones de quien escribe), que
creer en Dios y en su Palabra salvífica, que es Palabra de Vida eterna (Cfr. Jn 6,68).
Los apóstoles creyeron esa Palabra de Vida eterna. El mismo Tomás, a pesar
de su incredulidad inicial, no tuvo que meter los dedos en las manos ni la mano
en el costado del Señor para hacer una profesión de fe: “¡Señor mío y Dios
mío!”
Por eso, hoy, en la fiesta de Santo Tomás, apóstol, digamos a Nuestro Señor: “Señor Jesús, al celebrar hoy con admiración y alegría la fiesta de santo Tomás, te pedimos que nosotros –tus discípulos- y cuantos nos rodean y no te conocen por la fe experimentemos tu presencia en nuestras vidas mostrándote llagado y resucitado, predicador del Reino y pastor de ovejas perdidas, salvador y amigo. Amén” (oración tomada de Dominicos 2003).
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