De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA NOVENA
SEMANA DEL T.O. (1)
“Cuando resuciten, ni los hombres ni las
mujeres se casarán; serán como ángeles del cielo”.
“No es Dios de muertos, sino de vivos”. Con
esta aseveración Jesús remata su contestación a otra pregunta capciosa que los
saduceos le habían planteado en la lectura evangélica que contemplamos hoy (Mc
12,18-27). En días recientes hemos estado leyendo esta especie de
recopilación que Marcos hace de las polémicas de Jesús con sus opositores, los
“intelectuales” de la época (escribas, ancianos, fariseos, herodianos,
saduceos), todos conocedores de la Ley y las Escrituras. Las preguntas que le
plantean son hipócritas, formuladas no con el deseo de saber la respuesta, sino
para ver si Jesús “resbala” o contradice la Escritura, y así hacerle lucir mal.
Pero en este, como en los otros episodios
similares encontramos a un Jesús conocedor de las Escrituras y maestro del arte
de debate, que sabe utilizar las mismas escrituras para rebatir los argumentos
de sus detractores.
El mismo pasaje nos dice que los saduceos no
creían en la resurrección. Aun así, le formulan la pregunta: “Maestro, Moisés
nos dejó escrito: ‘Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero no
hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano’. Pues bien, había
siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos; el segundo se casó con la
viuda y murió también sin hijos; lo mismo el tercero; y ninguno de los siete
dejó hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección y vuelvan
a la vida, ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete han estado casados
con ella”.
Jesús, conocedor de la Escritura y de las
doctrinas de las diversas sectas religiosas de la época, sabía que los saduceos
no reconocían la totalidad de la Biblia Judía, sino solo el Pentateuco (los
primeros cinco libros del Antiguo Testamento). Por eso, luego de decirles que
están equivocados, que la resurrección no conlleva una reanimación de nuestro
cuerpo mortal con todas sus apetencias, sino que seremos “como ángeles del
cielo”, les cita el pasaje del Pentateuco (Ex 3,6).
Jesús nos dice que una vez resucitados a la
vida eterna, nuestra única preocupación al igual que los ángeles, será servir,
alabar, y “contemplar continuamente el rostro del Padre” (Cfr. Mt 18,10); la “visión beatífica”, que según
la doctrina católica es privilegio de los ángeles y de los justos (los
fallecidos en gracia de Dios).
Jesús aclara este concepto también para
beneficio de los fariseos quienes, a pesar de que creían en la resurrección,
tenían un concepto más físico del fenómeno. Él deja claro que en la “otra vida”
ya las personas no se casarán ni tendrán hijos, pues no habrá necesidad de
descendencia, porque “ya no habrá muerte” (Cfr. Ap 21,4), y estaremos disfrutando de la vida
que no acaba.
Por eso, el mensaje central de este pasaje
evangélico es este: que Dios “no es Dios de muertos, sino de vivos”.
“Señor, tú eres el Dios vivo y el Dios de la alianza de la vida y del amor leal. Guárdanos en tu amor y guarda la promesa de vida que nos has dado por medio de tu Hijo Jesucristo” (Oración colecta).
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