"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA DUODÉCIMA
SEMANA DEL T.O. (1)
“Cuidado con los falsos profetas; se acercan
con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces”.
Como primera lectura para hoy (Gn
15,1-12.17-18), la liturgia continúa presentándonos la historia de Abrán y las
promesas divinas que culminarán en la Alianza entre Dios y él y su descendencia
(Cfr. Gn 17).
Abraham se presenta a todo el pueblo
judeo-cristiano como modelo de fe y de respuesta a Dios. Yahvé le ordenó dejar
tierra, patria y parentela a cambio de una triple promesa: tierra, descendencia
y bendición. Esa palabra de Dios se convirtió para él en mandato, promesa y
anuncio, y su respuesta fue obediencia, esperanza y fe. La fe de Abrán fue la
que hizo posible la Alianza entre Dios y su pueblo.
En este pasaje Dios le reitera a Abrán su
promesa de una descendencia numerosa, esta vez comparándola con las estrellas
del cielo. Más adelante, cuando pacte con él la Alianza, le cambiará el nombre
por Abraham, que quiere decir “padre de muchedumbre de pueblos” (del hebreo
“Ab” = Padre, y “ham” = muchedumbre). Abraham confió y esperó pacientemente
durante veinticinco años el nacimiento del “hijo de la promesa”. Tenía setenta
y cinco años cuando salió de Ur de Caldea, y cien cuando nació Isaac (Gn 21,5).
¡Cuán diferente ocurre con nosotros, que si
Dios no nos “complace” nuestras peticiones con premura nos desesperamos, y
hasta renegamos de Él!
La lectura nos presenta también a Dios
reiterando la promesa de una tierra abundante: “A tus descendientes les daré
esta tierra, desde el río de Egipto al Gran Río Éufrates”.
En la lectura evangélica (Mt 7,15-20) Jesús
advierte a sus discípulos contra los falsos profetas: “Cuidado con los falsos
profetas; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por
sus frutos los conoceréis”. Jesús nos señala que los falsos profetas son
exteriormente iguales a los auténticos. Y cuando hablamos de “profetas” nos
referimos también a laicos comprometidos, movimientos, religiosos, y hasta
sacerdotes. Jesús lo vivió en su tiempo en la persona de los fariseos y
escribas, personas muy “religiosas” y “cumplidoras de la ley”, quienes bajo esa
“piel de oveja” ocultaban un lobo rapaz.
Hemos dicho en otras ocasiones que,
desgraciadamente, el fariseísmo está “vivo y coleando” en nuestra realidad
religiosa. Aunque afortunadamente no es la norma, existen en nuestra Iglesia
los “lobos cubiertos con piel de oveja”. Pero Jesús nos da la fórmula para
descubrirlos: “Por sus frutos los conoceréis”. Hay que ver cómo actúan, eso los
delata inmediatamente, pues el verdadero seguidor de Cristo es una persona
humilde y dócil al Espíritu.
Jesús utiliza la metáfora del árbol: “Los
árboles sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan frutos malos. Un árbol
sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos”.
Pero más que levantar un dedo acusador contra
aquellos que podamos considerar “falsos profetas”, examinemos nuestra propia
vida y nuestra fe. Mis actuaciones, ¿son realmente un reflejo de mi disposición
interior, o son una “piel de oveja” que oculta el lobo rapaz que habita en mi
interior? Mis actuaciones en la vida parroquial, ¿guardan relación con mis
pensamientos y mis actuaciones cuando “nadie me ve”? ¿Soy un árbol sano?
¡Cuidado! Jesús es misericordioso pero también
es severo: “El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego”.
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