"Ventana abierta"
Tus manos de madre
Esta mañana despierto con la alegría de la brisa suave y fresca, en medio de los días de calor, incluso en la noche, y es como si sintiera olor a rosa, como cuando pasas por un jardín de rosales en flor. Pero me duele al recordar, que hoy hace tres años que te marchaste en silencio, al amanecer de la mañana de un 23 de junio, cuando el sol, a quien habías acompañado tantas veces al comenzar el día, al despertar y ponerte en marcha atendiendo la casa y a la familia, aquella claridad que te había iluminado y calentado durante todo el día, iba desapareciendo con el avance de la tarde.
Y en seguida me viene la oración de alabanza y agradecimiento. En esta ocasión, como en tantas otras, ya no es solo la mirada, sino tus manos. Esas manos que en los últimos años no podían dar, por lo que te entristecías mucho, pero podían recibir y lo hacías con la misma alegría y silencio, que cuando lo dabas todo. De ese modo con tus manos agotadas nos regalabas el mayor tesoro de la verdad de la vida, en el amor. Y el recuerdo de tus manos me hace entrar en la paz de lo divino, en lo amable, en la caricia, hasta que fuimos mayores, cuando comenzamos a trabajar con esa alegría de poder llevar el primer sueldo a casa, dichosos de poder aportar también en el cuidado de la familia, en el alimento, en el cariño… en definitiva en la vida diaria.
Con tus manos nos recibiste, y con ellas nos enseñaste a sentirnos queridos y abrazados de un modo único, de esa manera que te hace estar seguro, en medio de las pruebas. Nos lavaste y nos perfumaste, enseñándonos que unos zapatos limpios decían mucho del cuidado de una persona… lo hiciste de tal manera, que hoy día no podemos limpiarnos esos zapatos sin sentir tu cercanía y vigilancia.
Nos ocupábamos de ese menester: Tita Carmen, tú, o yo misma, de la limpieza de esos zapatos de mis hermanos... eran otros tiempos...
Con tus manos y tus gestos nos supiste inculcar el hábito del saludo, descubriendo la cercanía con el vecino, el encuentro con el otro, la generosidad, la ternura y la alegría. Con esas mismas manos nos acogías tras nuestras caídas para animarnos, nos curabas junto con papá, nos cuidabas en la enfermedad, y organizabas la casa llena de varones, con esas horas interminables en la pila de lavar, y la ropa para pasarla a la plancha que yo te ayudaba a doblar y que después de planchada se guardaba en el mueble, donde colocabas esa pastilla de jabón perfumado entre las prendas, que nos regalaba ese olor tan agradable al entrar en la casa al calorcito del hogar en el invierno.
Con esas tus manos, nos acompañaste para llevarnos a la escuela y mostrarnos cómo haríamos cuando al ser mayores ya fuésemos solos, o más bien, los hermanos acompañados y cogidos de la mano. Nos enseñaste a tener paciencia cuando nos repartías el pan y nos dabas el trozo correspondiente a cada uno, repartiendo entre los cuatro de un modo igualitario y equitativo, a preferir y priorizar al más débil y al pequeño, al enfermo cuando estaba enfermo, al que estuviera fuera cuando volvía de sus juegos, al que estaba preocupado hasta que se alegraba… no terminaría nunca de hablar de tus manos… y ahora las recuerdo ya paralizadas, pero entre las mías, las de mis hermanos, las de tus nietos y biznietos... manos llenas de historia, de un amor sin límites, de un corazón entregado… Las cogíamos como un tesoro que nos lanzaba a vivir, a mirarlas como manos divinas, como protección, como bendición, como caricia, como fuerza inagotable, como prenda de nuestra vida para siempre.
"¡El Señor estuvo grande con nosotros y estamos alegres por las manos de nuestra madre!".
Esas manos divinas, que junto a las de papá y a las de nuestra tita Carmen, ahora desde el Cielo nos continúan protegiendo, intercediendo y bendiciendo junto al Padre Dios.
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