"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA LA DÉCIMA
TERCERA SEMANA DEL T.O. (1)
“Y la piara entera se abalanzó acantilado abajo
y se ahogó en el agua”.
El pasaje que nos presenta el evangelio de hoy
(Mt 8,28-34), que aparece (con las consabidas variantes) en los tres evangelios
sinópticos, es uno de esos que nos deja “rascándonos la cabeza”. Jesús expulsa
unos demonios que poseían a unos endemoniados que vivían en el cementerio, y
los envía a una piara de cerdos que se lanzan acantilado abajo ahogándose en el
agua. Para entender este pasaje hay que examinarlo en la perspectiva histórica
y cultural del tiempo de Jesús.
Nos relata el pasaje que Jesús llegó con sus
discípulos “a la otra orilla, a la región de los gerasenos”, después de calmar
la tormenta que enfrentaron en la barca que los traía. Gerasa era una antigua
ciudad de la Decápolis, una de las siete divisiones políticas
(“administraciones”) de la provincia Romana de Palestina en tiempos de Jesús.
Al llegar allí, “desde el cementerio, dos
endemoniados salieron a su encuentro; eran tan furiosos que nadie se atrevía a
transitar por aquel camino”. Jesús no tiene dificultad en expulsar a los
demonios, quienes reconocen su divinidad y poder (“¿Has venido a atormentarnos
antes de tiempo?”, le reclaman, en aparente alusión al juicio final).
Jesús exorciza a los endemoniados, y los
espíritus inmundos salieron de ellos y se metieron en una gran piara de cerdos
que “se abalanzó acantilado abajo y se ahogó en el agua”. Los que cuidaban los
cerdos huyeron despavoridos y contaron a todos lo sucedido. Tan pronto se
enteraron de lo ocurrido a los cerdos, “el pueblo entero salió a donde estaba
Jesús y, al verlo, le rogaron que se marchara de su país”. ¿Cómo es posible que
lo expulsen por haber liberado a dos endemoniados?
Debemos recordar que aunque la carne de cerdo
está prohibida para los judíos, los gerasenos la consumían. Por tanto, la
muerte de aquellos cerdos representaba para ellos una pérdida económica. Para
esta gente los cerdos, y el valor económico que ellos representaban, eran más
importantes que la calidad de vida de aquellos dos pobres hombres. La
liberación de dos hombres valía menos que una piara de cerdos. Antepusieron los
valores materiales a los valores del Reino (Cfr. Hc 16,16 ss.). El mensaje de Jesús resultó
demasiado incómodo.
Hoy no es diferente. Cuando el seguimiento de
Jesús interfiere con nuestras “seguridades” materiales, preferimos ignorar el
llamado antes que renunciar a estas. Todos tenemos nuestros “cerditos”. ¿Cuáles
son los tuyos?
Esto nos hace pensar en lo que el papa
Francisco llama la “economía de la exclusión e inequidad” en el número 53 de su
Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual (lectura recomendada
para todo cristiano del siglo XXI): “No puede ser que no sea noticia que muere
de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos
puntos en la bolsa. Eso es exclusión”.
Jesús quiere sembrar la semilla del Reino entre
los no creyentes. Él vino para redimirnos a todos, sin distinción. A ti, y a
mí. Y nos invita a hacer lo mismo. ¿Aceptas?
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