"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA DUODÉCIMA SEMANA DEL T.O. (1)
“Tienes delante todo el país, sepárate de mí;
si vas a la izquierda, yo iré a la derecha; si vas a la derecha, yo iré a la
izquierda”.
La primera lectura de hoy (Gn 13,2.5-18) nos
plantea un conflicto entre los pastores de Abrán (todavía Yahvé no le
había cambiado en nombre a Abraham – Gn 17,5) y los de su sobrino Lot. Cabe
señalar que, aunque la narración se refiere a Lot como “hermano” de Abrán, era
en realidad su sobrino (Cfr.
Gn 11,27).
Abrán, hombre de Dios, antes de entrar en
conflicto con su sobrino, decidió que lo mejor era que se separaran, y actuó
con magnanimidad, dándole a escoger qué tierras quería para sí: “No haya
disputas entre nosotros dos, ni entre nuestros pastores, pues somos hermanos.
Tienes delante todo el país, sepárate de mí; si vas a la izquierda, yo iré a la
derecha; si vas a la derecha, yo iré a la izquierda”.
Lot, por supuesto escogió las mejores tierras,
y Abrán se quedó con las tierras más secas. Ese gesto de Abrán, que constituyó
un acto de fe en la promesa que Yahvé le había hecho (Gn 12,1-3), resultó
agradable a Dios, quien se dirigió a Abrán reiterando su promesa de darle la
tierra de Canaán, y una descendencia tan numerosa “como el polvo”. Si Abrán no
hubiese confiado en la Palabra de Dios, habría tratado de retener las mejores
tierras para sí. Después de todo, él era el tío de Lot (hermano de su padre
Harán) y podía imponer su autoridad.
Si nos encontráramos en una situación similar,
¿cómo actuaríamos? ¿Nos dejaríamos llevar por nuestro egoísmo? ¿O seríamos
desprendidos y generosos con nuestro hermano como lo fue Abrán, escogiendo al
Señor por encima de los bienes materiales?
Abrán fue más allá. Cuando Yahvé lo premió por
su gesto noble, no se vanaglorió ni sintió que, después de todo, él “se lo
merecía”. Antes bien, reconoció que el gesto de Dios era a su vez producto de
Su gratuidad y “construyó un altar en honor del Señor” para adorarle y darle
gracias.
La lectura evangélica para hoy (Mt 7,6.12-14)
podríamos dividirla en tres enseñanzas o “instrucciones” de Jesús a sus
discípulos. La primera: “No deis lo santo a los perros, ni les echéis vuestras
perlas a los cerdos; las pisotearán y luego se volverán para destrozaros”. Lo
“santo”, las “perlas”, se refieren a la Palabra de Dios, al Evangelio. Los
perros y los cerdos se refieren a aquellos que tienen una actitud “cerrada”
hacia el mensaje de Jesucristo. Nos está diciendo que tenemos que ser prudentes
al momento de evangelizar, que dediquemos nuestra energía a aquellos que se
muestran receptivos o, al menos, no ponen trabas al Evangelio. El mismo Jesús
más adelante dirá a sus discípulos que cuando su mensaje no fuese bien recibido
en algún lugar, se “sacudieran el polvo de los pies” y se marcharan a otro
lugar (Mt 10,14; Mc 6,11).
La segunda es la llamada “regla de oro”:
“Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la Ley y
los profetas” (ama al prójimo como a ti mismo). Eso fue lo que hizo Abrán con
su sobrino.
La tercera es “Entrad por la puerta estrecha”
(que es la que nos lleva a la Vida). La puerta estrecha, el camino angosto, son
incómodos, difíciles de transitar. Así es el camino que Jesús nos invita a
recorrer; el camino de la Cruz. “El que quiera seguirme…”
¿Te animas?
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