"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA DUODÉCIMA SEMANA DEL T.O. (1)
“Os aseguro que en Israel no he encontrado en
nadie tanta fe. Vuelve a casa, que se cumpla lo que has creído”.
La lectura evangélica que nos ofrece la liturgia
de hoy (Mt 8,5-17) nos narra el episodio del centurión que le pide a Jesús que
cure a su criado que está muy enfermo.
Tres cosas queremos resaltar de este pasaje:
En primer lugar, el hecho de que este es el
segundo milagro de Jesús que nos narra Mateo. El primero había sido para un
miembro del pueblo de Dios; la curación de un leproso (8,2-4). Ahora, el
segundo, inmediatamente después, es para un pagano. Y no solo un pagano, sino
un representante del ejército de ocupación. Esto nos apunta hacia la universalidad
del Reino, al hecho de que la salvación no está reservada al “pueblo elegido”
sino que la ley del amor que Jesús vino a predicar aplica toda la humanidad,
judíos y gentiles, “buenos” y “malos”.
En segundo lugar, vemos la humildad del
centurión ante la persona de Jesús (“Señor, no soy quién para que entres bajo
mi techo”). El centurión está genuinamente preocupado por la salud de su
criado. Seguramente ha oído hablar de Jesús y, a pesar de su rango y posición,
no tiene reparos en humillarse ante Él para interceder por su criado. No pide
por él, sino por su amigo. Tampoco le dice lo que tiene que hacer; se limita a
plantearle la situación: “Señor, tengo en casa un criado que está en cama
paralítico y sufre mucho”. Esta lectura nos hace preguntarnos: Mi oración, ¿se
centra solo en mi persona y mis necesidades, o pido también por otros? ¿Confío
en la providencia divina, o pretendo darle “instrucciones” a Dios sobre cómo
atender mi súplica?
Finalmente, ese pagano nos ofrece una lección
de fe: “Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano”. Jesús se
admiró ante esa demostración de fe y la premia: “Os aseguro que en Israel no he
encontrado en nadie tanta fe. Vuelve a casa, que se cumpla lo que has creído”.
Pero antes de pronunciar estas palabras, al
reconocer la fe del centurión, Jesús reafirma la universalidad de la salvación:
“Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que
vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob
en el reino de los cielos; en cambio, a los ciudadanos del reino los echarán
fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes”.
Cada vez que participamos de la celebración
eucarística, en el rito de comunión, decimos: “Señor, no soy digno de que entres en
mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”. Hoy debemos decir
“¡Señor, dame la fe del centurión!”
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