"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DEL NACIMIENTO
DE SAN JUAN BAUTISTA
“Todos se quedaron extrañados. Inmediatamente
se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios”.
Hoy celebramos la solemnidad de la Natividad de
San Juan Bautista, patrono de la Arquidiócesis de San Juan, Puerto Rico. La
Iglesia habitualmente recuerda el día de la muerte de los santos y santas. Esta
fiesta es una de dos excepciones (la otra es la Virgen María, cuyo nacimiento
celebramos el 8 de septiembre). Estos dos nacimientos, junto al de Jesús el 25
de diciembre, son los únicos nacimientos que la Iglesia celebra.
Para este día la liturgia nos presenta como
primera lectura el “segundo canto del Siervo” del libro del profeta Isaías
(49,1-6), uno de los cantos vocacionales más hermosos de la Biblia, y que puede
muy bien referirse al llamado particular de cada uno de nosotros.
Cada vez que leo el evangelio que nos presenta
la liturgia de hoy (Lc 1,57-66.80), viene a mi mente este pasaje tomado de uno
de mis libros favoritos, Te he llamado por tu nombre, de Piet Van Breemen: “Antes de que mis padres
escogieran mi nombre, Dios ya lo tenía en su pensamiento. Me llamó por mi
nombre, y existí; me dio mi nombre, y gracias a él los demás pueden dirigirse a
mí, y yo puedo responder, ser responsable. Dios sigue pronunciando mi nombre, y
de ese modo me llama a ponerme incesantemente en marcha, a estar en continuo
crecimiento”.
Desde la eternidad, Dios ya nos había pensado
y, más aún, sabía nuestro nombre; y ese nombre va atado a una misión que Él
mismo ha encomendado a cada uno de nosotros. Por eso somos únicos,
irrepetibles; y por eso nuestra misión, aunque parezca sencilla, forma parte de
ese plan maestro de Dios que llamamos historia de la salvación.
Ese fue el caso de Juan el Bautista. Al igual
que ocurre muchas veces hoy día, pretendían poner al niño el mismo nombre de su
padre: Zacarías. Pero Dios tenía otros planes. “¡No! Se va a llamar Juan”,
exclamó su madre Isabel, inspirada tal vez por el Espíritu Santo con que María
la había contagiado en la Visitación (Lc 1,39-56); el mismo nombre que el Ángel
le había anunciado a Zacarías al informarle que su esposa, la que llamaban estéril,
iba a dar a luz un hijo. Por eso Zacarías escribe en una tablilla: “Juan es su
nombre”; y en cumplimento de lo profetizado por el ángel (1,20) recupera su
voz.
El nombre escogido por Dios para el niño, Juan,
significa “Dios es propicio” (o misericordioso), y también “Don de Dios”, y
apunta a la inminencia e importancia del camino que Juan habrá de preparar:
“Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”, porque Jesús llega (Cfr. Lc 3,4). Cuando Dios piensa nuestro nombre,
en el mismo va implícita la misión que tenemos que desempeñar en la vida, es
decir nuestra vocación.
En esta solemnidad de San Juan Bautista,
pidamos al Señor que nos ayude a discernir cuál es la misión que Él tenía en
mente para cada uno de nosotros el día en que nos llamó por nuestro nombre, y
existimos…
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