"Ventana abierta"
Archidiócesis de Sevilla
Manuel Enrique Figueroa
EL TIEMPO Y LA MEMORIA
El Nuevo Testamento está lleno de lecturas que
nos deberían ayudar en la vida diaria. Sería bueno consultarlos más a menudo de
lo que algunos lo hacemos normalmente, por el tipo de vida acelerada que
llevamos. Esta semana queremos hablar del tiempo y la memoria, y para iniciar
esta reflexión deseamos compartir una cita de San Pablo. Nos dice en su Carta
a los Filipenses, 12-15: “No quiero decir con esto que ya haya alcanzado la
meta o conseguido la perfección; pero me esfuerzo a ver si la conquisto, ya que
Cristo Jesús la obtuvo para mí. Hermanos, yo no creo haberla alcanzado ya, pero
eso sí, olvidando lo que queda atrás, me lanzo de lleno a la consecución de lo
que está delante, y corro hacia la meta, hacia el premio al que Dios me llama
desde lo alto por medio de Cristo Jesús”.
Es un fragmento de la Carta lleno de mensajes
aplicables a nuestra vida. San Pablo nos muestra el camino a través del ejemplo
de su vida. Dice, con la humildad que debería caracterizarnos, que no cree
haber alcanzado la meta (perfección), pero que con el ejemplo de Jesús, se
lanza hacia adelante, olvidando lo que queda atrás. Primero, Jesús, a través de
su Evangelio, es nuestro guía y, segundo, invita a un avance hacia adelante,
buscando la meta o la perfección, olvidando lo que queda atrás si ello nos
impidiese avanzar tanto en la construcción de un mundo mejor, para la
comunidad, como en la perfección individual.
El tiempo es una variable física irreversible,
no hay marcha atrás, lo vivido ya está hecho y lo que queda por vivir es una
incógnita y, por qué no una esperanza, una oportunidad. La memoria nos trae
recuerdos. Estos recuerdos pueden ser de muchos tipos. Quisiera en esta
aportación al blog traer alguna cita literaria sobre la memoria.
Giovanni Papini, escritor que leí siendo muy
joven, escribió en 1951 la obra El libro negro. El narrador
ficticio del relato del libro se llama Gog y la obra se articula en varios
capítulos. Uno de ellos lleva por título La interrogante del monje.
En él, el narrador, Gog, desea pasar algunos días en un monasterio de clausura.
Uno de los monjes le pregunta: ¿Todo lo que enseña nuestra religión es
totalmente verdadero? La duda del monje es que si no fuese así habría
desperdiciado su vida. Gog le contesta que el mundo hace pagar un precio
altísimo por los pocos momentos de placer imaginario, que una vida libre de
desilusiones y amarguras es en sí misma un gran premio aun cuando no existiera
nada después de la muerte, que en cualquier caso su elección ha sido la mejor.
La duda del monje, quizás al final de su vida, puede ocurrirle a cualquiera en
muchos aspectos de la vida, pero San Pablo nos da una clara respuesta: olvidando
lo que queda atrás, me lanzo de lleno a la consecución de lo que está delante,
y corro hacia la meta. ¿Qué enseñanza podemos extraer? Nuestra
memoria, que nos facilita un recorrido por los sucesos acaecidos en el
transcurrir de nuestra vida, nos trae recuerdos de muy distinto signo. Muchos
son buenos, quizás otros no tanto. La memoria puede ser una compañera amable o
una voz inquietante. Cada vida está llena de eventos donde tomamos decisiones,
muchas de ellas cierran el paso a otras posibilidades y condicionan el futuro.
Nuestra memoria nos trae al tiempo presente nuestras acciones pasadas, y con
ello nuestras faltas por acción y omisión, y también nuestros aciertos.
El balance es de cada uno, pero San Pablo nos
dice que lo pasado está pasado y hay un futuro, quizás es la clave mirar hacia
delante. Esta aproximación es más fácil cuando se tiene menos edad, al cumplir
años se tiene la certeza de tener menos años para vivir ese tiempo donde hacer
cosas positivas y dirigidas al bien común además de hacia nuestro propio
crecimiento. Ello no nos debe llevar al desaliento y la desesperanza. Umberto
Eco, en su libro La misteriosa llama de la Reina Loana (2004) hace
una magnífica descripción de los tipos de memoria y su relación con la
identidad, manifestando la importancia de la memoria. Su protagonista es un
hombre de 60 años que, tras sufrir un ictus, se despierta en un hospital,
conservando intacta la memoria histórica (memoria semántica), pero ha perdido
todos los recuerdos personales (memoria episódica) que le podrían permitir
decir quién es y la vida que ha llevado hasta entonces, es decir, definir su
propia identidad. Juan Gómez-Jurado en sus novelas Reina Roja (2018)
y Loba Negra (2019) muestra un personaje interesante, Antonia
Scott, una policía muy especial, perspicaz y alternativa. Su inteligencia es
excepcional y con ello su memoria. Dice la protagonista citada: “A la mayoría
de las personas todo se les acaba olvidando o el tiempo matiza sus emociones
pero hay personas con una memoria perfecta a las que si un recuerdo les afecta
puede hacerles mucho daño”. Es una brillante reflexión y nos expresa cómo
funciona la mente en conjunción con la conciencia.
Evidentemente hemos cometido errores por acción
o por omisión en la vida, pero la flecha del tiempo, irreversible, no nos
permite cambiar las cosas, pero si podemos, como nos indica San Pablo mirar
hacia delante, cada uno con su cuota de tiempo disponible, un regalo precioso,
y tratar de alcanzar la meta (perfección) a la que estamos llamados. No podemos
olvidar esto, nos queda vida y mucho por hacer. Hay esperanza a pesar de los
errores. También cada vida ha tenido aciertos, quizás muchos más que
desaciertos. No debemos caer en error de sepultar horas de bien hacer por
segundos de desaciertos en el cómputo de la vida. La esperanza es una de las
claves de nuestra fe, el perdón también. El perdón de uno mismo está recogido
en el mensaje evangélico y es un clave que nos facilita hacer cosas por lo
demás sin lastrarnos por la sombra de los propios errores, que no nos haría
avanzar en nuestro propio crecimiento ni en el colectivo de la sociedad. Hay
tiempo aun, manifiesta San Pablo: Olvidando lo que queda atrás, me lanzo de
lleno a la consecución de lo que está delante, y corro hacia la meta. Para
los creyentes la meta final es Dios, un Dios compartido en el bien hacer de la
vida diaria, pero en el camino hacia la meta-perfección que nos indica San
Pablo hay mucho que hacer, podemos contribuir mucho al bien de los demás
y, por ello, es importante que no nos lastre nuestra propia negrura, evocada
por la memoria sesgada hacia los errores, y nos impida ver la luz de nuestros
aciertos, y por añadidura la luz del Reino. Cada persona tiene una edad
diferente, y con ello una posibilidad futura distinta, un recorrido temporal
diferente, pero la posibilidad existe. Aprovechémosla, lo pasado está atrás,
que no nos impida la conjunción del tiempo y la memoria hacer la labor a la que
estamos llamados desde la eternidad para contribuir a un mundo mejor. Todos
somos el hijo pródigo (San Lucas, 15, 11-32), no lo
olvidemos.
Meditemos la frase de San Pablo: Hermanos,
yo no creo haberla alcanzado ya, pero eso sí, olvidando lo que queda atrás, me
lanzo de lleno a la consecución de lo que está delante, y corro hacia la meta,
hacia el premio al que Dios me llama desde lo alto por medio de Cristo Jesús.
Un olvido del pasado limitante para nuestra acción actual, un olvido que
facilita entender lo mucho que podemos hacer, independientemente de lo anterior
y sus imperfecciones y carencias, es conveniente. Los errores pasados,
cristalizados en la memoria, no nos deben impedir hacer el bien al que
por naturaleza divina estamos llamados en el resto de nuestra vida, dure el
tiempo que sea. Cuando hagamos balance pensemos también en los aciertos, con
seguridad numerosos a lo largo de la existencia. El resto de nuestra vida es un
tiempo precioso para vivirlo sin que nos frene innecesariamente la memoria como
lastre negativo para nuestro desarrollo y relaciones. La memoria es un regalo,
un don que nos permite visualizar nuestra existencia y las relaciones
establecidas, nunca un lastre para nuestra vida personal y comunitaria que nos
limite nuestra contribución a un futuro mejor.
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