"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL DÉCIMO NOVENO DOMINGO DEL T.O. (A)
“Después del fuego,
se oyó una brisa tenue…”
La lectura evangélica
que nos ofrece la liturgia para hoy (Mt 14,22-33) es la misma que contemplamos
el pasado martes de la decimoctava semana.
Como primera lectura
(1 Re 19,9a.11-13a) se nos ofrece hoy el episodio que nos presenta al profeta
Elías llegando al monte Horeb (el Sinaí) y entrando en una cueva para pasar la
noche. Allí escuchó la voz del Señor que le dijo: “Sal y ponte de pie en el
monte ante el Señor. ¡El Señor va pasar!”
Para entender bien este pasaje
tenemos que ponerlo en contexto. La reina Jezabel había amenazado con dar
muerte a Elías y este decidió huir del país y dirigirse al monte Horeb para
ponerse a salvo. Caminó durante cuarenta días por el desierto (rememorando la
marcha de cuarenta años del pueblo de Israel por el desierto) hasta legar a su
destino. Durante su marcha por el desierto fue alimentado por un pan que le
traían los ángeles (pan bajado del cielo). Luego, al igual que Moisés, Elías se
metió en una cueva (Cfr.
Ex 33,22), y allí el Señor le habló anunciándole su paso inminente. Vemos un
claro paralelismo entre Moisés y Elías (los mismos personajes que se hacen
presente en el pasaje de la Transfiguración). La Escritura nos está diciendo que la enseñanza de Elías está enraizada en la
obra de Moisés.
La diferencia entre ambos
estriba en la manifestación de la presencia de Dios. Mientras en el Éxodo vemos
esa presencia manifestada con vientos huracanados, terremotos y fuego (Cfr. Ex 19), en el caso de Elías
es todo lo contrario: Cuando el Señor le dijo que saliera de la cueva y se
pusiera de pie, porque Él iba a pasar, “vino un huracán tan violento que
descuajaba los montes e hizo trizas las peñas delante del Señor; pero el Señor
no estaba en el viento. Después del viento, vino un terremoto; pero el Señor no
estaba en el terremoto. Después del terremoto, vino un fuego; pero el Señor no
estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó una brisa tenue; al sentirla,
Elías se tapó el rostro con el manto, salió afuera y se puso en pie a la
entrada de la cueva”.
Contrario a los pueblos
paganos (y el mismo pueblo de Israel antes de Elías), que asociaban los
fenómenos naturales a la presencia de Dios, este se le presenta a Elías como el
sonido de una “brisa tenue”, como un susurro. El susurro se define como “el
silbido de un silencio tenue”. Esto nos evoca aquella suave brisa de que la
habla Jesús a Nicodemo (Jn 3,8). Elías nos anuncia una nueva forma de ver a
Dios.
Y es que así es Dios; se nos
manifiesta sin ruidos, sin sonido de trompetas, sin coros de ángeles. Se
manifiesta en las cosas sencillas, cotidianas de la vida. Cuentan que Santa
Teresa tuvo su primer arrebato místico mientras fregaba los trastes en el convento…
Muchas veces, especialmente en
esos períodos de aridez espiritual que sufrimos, que nos hacen clamar: “Señor,
¿Dónde estás? ¡Muéstrame tu rostro!”, finalmente descubrimos que no lo
encontramos porque lo buscamos en el lugar equivocado; ha estado “escondiéndose”
a plena vista, en los hambrientos, los sedientos, los inmigrantes, los
desnudos, los enfermos, los presos… (Cfr.
Mt 25,31-46).
Hoy, día del Señor, pidámosle
que nos conceda la gracia de encontrarle en las cosas sencillas de cada día.
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