"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MARTIRIO DE SAN JUAN BAUTISTA
“Herodías aborrecía a Juan y quería quitarlo de
en medio; no acababa de conseguirlo, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo
que era un hombre honrado y santo, y lo defendía”.
Hoy celebramos la memoria obligatoria del
martirio de Juan el Bautista. La lectura evangélica de hoy (Mc 6,17-29) nos
presenta la versión de Marcos del martirio de Juan. Algunos ven en este relato
un anuncio de la suerte que habría de correr Jesús a consecuencia de la
radicalidad de su mensaje. Juan había merecido la pena de muerte por haber
denunciado, como buen profeta, la vida licenciosa que vivían los de su tiempo,
ejemplificada en el adulterio del Rey Herodes Antipas con Herodías, la esposa
de su hermano Herodes Filipo. Jesús, al denunciar la opresión de los pobres y
marginados, y los pecados de las clases dominantes, se ganaría el odio de los
líderes políticos y religiosos de su tiempo, quienes terminarían asesinándolo.
Juan, el precursor, se nos presenta también
como el prototipo del seguidor de Jesús: recio, valiente, comprometido con la
verdad. La suerte que corrieron tanto Juan el Bautista como Jesús fue extrema:
la muerte. Marcos coloca este relato con toda intención después del envío de
los doce, para significar la suerte que podía esperarles a ellos también, pues
la predicación de todo el que sigue el ejemplo del Maestro va a provocar
controversia, porque va a obligar a los que lo escuchan a enfrentarse a sus
pecados. De este modo, el martirio de Juan el Bautista se convierte también en
un anuncio para los “doce” sobre la suerte que les espera.
Aunque nos parezca algo que ocurrió en un
pasado distante, algunos se sorprenden al enterarse que todavía hoy, en pleno
siglo XXI, hay hombres y mujeres valientes que pierden la vida por predicar el
Evangelio de Jesucristo. De ese modo sus muertes se convierten en el mejor
testimonio de su fe. De hecho, la palabra “mártir” significa “testigo”.
Hemos dicho en innumerables ocasiones que el
seguimiento de Jesús no es fácil, que el verdadero discípulo de Jesús tiene que
estar dispuesto a enfrentar el rechazo, la burla, el desprecio, la difamación,
a “cargar su cruz”. Porque si bien el mensaje de Jesús está centrado en el
amor, tiene unas exigencias de conducta, sobre todo de renuncias, que resultan
inaceptables para muchos (Cfr. Jn
6,60-67). Quieren el beneficio de las promesas sin las obligaciones.
El verdadero cristiano tiene que predicar a
Cristo; ¡a Cristo crucificado! “Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio. Y no
con palabras sabias, para no desvirtuar la cruz de Cristo. Pues la predicación
de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan –
para nosotros – es fuerza de Dios” (1 Co 1,17-18).
Por eso el que confía en Jesús y en su Palabra
salvífica enfrenta las consecuencias del seguimiento con la certeza de que no
está solo. Eso es una promesa de Dios, y Dios nunca se retracta de sus promesas
(Cfr. 1 Pe 10,23). Esa es
la verdadera “esperanza del cristiano”, que el Catecismo de la Iglesia Católica
nos dice que es “la virtud teologal por la cual deseamos y esperamos de Dios,
con una firme confianza, la vida eterna y las gracias para merecerla, porque
Dios nos lo ha prometido”.
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