"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA VIGÉSIMO PRIMERA SEMANA DEL T.O. (2)
Es lo que el campesino puertorriqueño compara
con la hoja del yagrumo, que cuando usted la ve de un lado tiene un color, pero
cuando la vira del otro lado, tiene un color diferente.
El evangelio que leemos en la liturgia de hoy
(Mt 23,23-26) es una continuación del de ayer que forma parte de ese discurso
contra la actitud de los escribas y fariseos que Mateo pone en boca de Jesús en
el capítulo 23 de su relato evangélico. Cada una de las críticas va precedida
de un “¡Ay!”, que es una traducción bastante libre de la palabra griega en el
original Quai, a falta de una
palabra equivalente en español. Pero la palabra original lo que expresa, más
que una maldición, es dolor, indignación.
Tanto el evangelio de ayer (Mt 23,13-22) como
el de hoy, tienen una línea de pensamiento subyacente: Jesús desprecia con
vehemencia la hipocresía de los fariseos. Personas que se quedan en los ritos
externos y en el “cumplimiento” (palabra compuesta por otras dos: “cumplo” y
“miento”) de unos preceptos creados por ellos mismos para su propio beneficio,
mientras “descuidan lo más grave de la ley: el derecho, la compasión y la
sinceridad”. Fíjense que Jesús no condena los ritos ni la observancia de la ley
(Cfr. Mt 5,18), lo que
condena es el quedarse en los ritos y observancia externos sin que estos
reflejen una actitud interior conforme a lo que se practica: “Esto es lo que
habría que practicar, aunque sin descuidar aquello”.
A diario vemos los “fariseos” de nuestro
tiempo, esas personas que gustan de ocupar los primeros puestos en todas las
actividades y celebraciones litúrgicas de la Iglesia, en la oración
comunitaria, en las lecturas de la celebración eucarística, en los sacramentos;
pero su vida personal, su conducta “fuera del templo”, no guarda relación
alguna con esa “religiosidad” demostrada en el Templo. Son meros actores
interpretando un “papel” para “las gradas”. Esa es la actitud que Jesús condena
cuando dice: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis por
fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis rebosando de robo y
desenfreno!” Es lo que el campesino puertorriqueño compara con la hoja del
yagrumo, que cuando usted la ve de un lado tiene un color, pero cuando la vira
del otro lado, tiene un color diferente.
Son pocas las veces que vemos a Jesús
verdaderamente molesto, indignado. Aunque el evangelio no describe la actitud
de Jesús cuando pronuncia las palabras que leemos en el pasaje de hoy, no
resulta difícil imaginarse hasta el tono de voz que utilizó; el de una persona
bien molesta, indignada, como cuando echó a los mercaderes del Templo (Jn
2,13-25).
Jesús nos está diciendo que el verdadero
cristiano es una persona “genuina”, sin dobleces, transparente, que practica lo
que predica. Nos está diciendo que, aunque no debemos menospreciar los ritos
externos (la purificación exterior de “la copa y el plato”), estos tienen menos
importancia que la pureza interior. Cuando lleguemos a ese día que nos espera a
todos en que tengamos que enfrentarnos a nuestra vida, no se nos preguntará
cuántas veces acudimos al templo, ni cuántas veces participamos en los ritos
religiosos, ni cuánto diezmamos; se nos preguntará cuánto amamos. Como dijo san
Juan de la Cruz: “A la tarde de la vida te examinarán en el amor”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario