"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA VIGÉSIMO PRIMERA SEMANA DEL T.O.
(2)
“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos
hipócritas, que os parecéis a los sepulcros encalados! Por fuera tienen buena
apariencia, pero por dentro están llenos de huesos y podredumbre”.
En la lectura evangélica que nos ofrece la
liturgia para hoy (Mt 23,27-32), Jesús continúa su diatriba contra los escribas
y fariseos a quienes llama hipócritas. La palabra “hipócrita” se deriva de un
vocablo griego que se refiere a la función de desempeñar un papel en una obra
teatral, es decir, a actuar. De hecho, ese era el término que se usaba para
designar a los actores teatrales. También se designaban con ese nombre las
máscaras que utilizaban en el teatro. De ahí, el vocablo evolucionó para
referirse a las personas que “actúan” en su vida cotidiana, es decir, que
fingen ser lo que en realidad no son.
“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos
hipócritas, que os parecéis a los sepulcros encalados! Por fuera tienen buena
apariencia, pero por dentro están llenos de huesos y podredumbre; lo mismo
vosotros: por fuera parecéis justos, pero por dentro estáis repletos de
hipocresía y crímenes”. El término “sepulcro encalado” (otras traducciones
utilizan “sepulcro blanqueado”) se deriva de la costumbre judía de encalar, o
pintar con cal, las lápidas de los sepulcros para no tocarlas sin querer, pues
de hacerlo incurrían en impureza legal. Según la ley judía, todo el que tocase
un cadáver, o una tumba que albergara un cadáver, incurría en impureza y tenía
que someterse a ritos de purificación y ofrecer sacrificios para quedar
“limpio”.
De nuevo vemos en la actitud de los escribas y
fariseos el énfasis en lo exterior por encima de la actitud interior, de la
intención. Si tocas la lápida, aunque no sepas que tiene un cadáver adentro,
incurres en impureza. La “pureza ritual” por encima de la pureza de corazón.
Por el contario, aunque tu alma esté llena de pecado y podredumbre, mientras
mantengas la apariencia exterior das cumplimiento a la ley. La configuración
perfecta del “actor”, el hipócrita griego, el “sepulcro blanqueado”.
“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas,
que edificáis sepulcros a los profetas y ornamentáis los mausoleos de los
justos, diciendo: ‘Si hubiéramos vivido en tiempo de nuestros padres, no
habríamos sido cómplices suyos en el asesinato de los profetas!’ Con esto
atestiguáis en contra vuestra, que sois hijos de los que asesinaron a los
profetas. ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros padres!”
Esta actitud que Jesús condena nos evoca la
parábola del fariseo y el publicano (Lc 18,9-14), quien oraba de pie en el
templo diciendo: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás
hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano
(se refería al publicano que había subido con él al templo). Ayuno dos veces
por semana y pago la décima parte de todas mis entradas”. Se olvidaba el
fariseo que Dios “ve en lo secreto”, es decir, en nuestro corazón, y nos
recompensará según lo que encuentre allí (Cfr. Mt 6,1-6.16-18).
Cada vez que leemos este capítulo 23 de Mateo
comenzamos a pensar en cuántos fariseos conocemos, y de seguro identificamos
unos cuantos de inmediato. Pero rara vez nos detenemos a mirar en nuestro
interior. ¿Será por temor a encontrar el fariseo que allí habita?
Hoy, pidamos al Señor que nos conceda la
humildad del publicano de la parábola para, en lugar de señalar con desdén a
los que juzgamos “fariseos”, podamos decir de corazón: “¡Dios mío, ten piedad
de mí, que soy un pecador!”.
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