Porque todas ellas (las plantas), miraban hacia el cielo y desde su silencio, parecía que se comunicaban, que emitían mensajes. Permanecían inmóviles. Solamente una ligera brisa, de vez en cuando, las movía. Como que entre ellas se saludaban…
El sol iba descendiendo despacio y la sombra de las plantas se hacía cada vez más alargada… Las plantas más débiles se entremezclaban entre sí y todo era comunicación. A medida que pasaba el tiempo, el silencio se hacía más intenso.
Unas aves cruzaban el cielo retirándose a descansar. Solamente a lo lejos, muy lejos, se oía algún ruido… y unas máquinas rompían el silencio. El sol decía adiós y yo empecé a caminar de vuelta a casa, sólo mis pasos rompían también el silencio. Esa tarde, amigo caminante, aprendí ¡tantas cosas!
Ahora entiendo por qué las personas nos comunicamos tan poco: Nos falta hacer silencio, no sólo el del exterior, sino también el interior para aprender la lección de la sabia naturaleza.
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