"Ventana abierta"
Asenjo:
«Pido que lo que perdamos en esplendor, lo ganemos en fervor»
La homilía completa del arzobispo
de Sevilla, Juan José Asenjo, en la misa del Corpus Christi 2020
Corpus Christi 2020: La ciudad
que siempre se levanta
ABC de Sevilla
Por REDACCIÓN
El arzobispo de Sevilla, Juan José Asenjo, ha
redactado una homilía para la misa del Corpus Christi, que este año tiene
tintes más que históricos. Leída por el obispo auxiliar, Santiago Gómez Sierra,
por los problemas de visión que achaca el prelado desde la misa funeral por las
víctimas del Covid-19, el texto ha querido recordar el carácter extraordinario
de esta festividad que no ha tenido procesión ni actos en la calle.
La homilía completa
1. “Glorifica al Señor Jerusalén, alaba a tu
Dios Sión”. Con estas palabras del salmo 147, con que el pueblo de Israel
bendecía a Dios después de librarle del hambre en tiempo de sequía, nos señala
la liturgia las actitudes con que la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios, celebra hoy
la solemnidad del Corpus Christi: proclamando la verdad salvadora de la
Eucaristía, bendiciendo, adorando y aclamando al Señor que sacia nuestra hambre
espiritual con flor de harina, con el sacramento santísimo de su cuerpo y de su
sangre. ¡Solemnidad del Corpus Christi!, que este año Sevilla no puede celebrar
en sus calles como consecuencia de la epidemia que tanto dolor ha provocado,
con miles de muertos, centenares de miles de personas afectadas por un fenómeno
que no esperábamos y para el que no nos sentíamos preparados.
2. En este día escogido por la Iglesia para la
veneración pública del Santísimo Sacramento, agradecemos a Dios uno y trino
este don inmenso y precioso, confesamos sin rubor nuestra fe en la presencia
real de Cristo en la Eucaristía y acrecentamos la piedad y veneración ante el
Cristo ofrecido, glorificado e intercesor, hecho presencia y cercanía.
3. ¡Eucaristía, misterio del amor sorprendente
de Cristo, que antes de volver al Padre, se queda con nosotros en las especies
eucarísticas! ¡Eucaristía, misterio de la suprema benevolencia de Cristo que no
nos deja huérfanos, obra grandiosa del poder de Dios, que permite cada día que
el pan y el vino, fruto preciado de nuestros campos, por la acción del Espíritu
Santo y la palabra del sacerdote, se transformen en el cuerpo y en la sangre
del Señor! ¡Eucaristía, misterio de nuestra fe! Los sentidos no pueden percibirlo,
pero la fe nos asegura que no hay palabras más verdaderas que las que el Señor
pronuncia en la noche de la Cena, momento cumbre de la piedad y del amor de
Cristo por la humanidad, en el Dios decide revestirse de nuestra humanidad para
ser vecino nuestro, compañero de peregrinación, apoyo de nuestra debilidad y
alimento de nuestras almas.
4. Las circunstancias nos impiden acompañar al
Señor por nuestras calles, otros años adornadas con sus mejores primores,
convertidas en en un inmenso templo para gloria y honor del Señor sacramentado.
Nuestra procesión de este año, a pesar de la majestuosidad del marco
catedralicio, será muy sencilla. Solo participaremos los obispos, los
sacerdotes, una representación de las autoridades y de los cuerpos e
instituciones que han servido a los enfermos y a los moribundos hasta la
extenuación y una pequeña representación del pueblo fiel.
5. Yo os pido que lo que perdamos en esplendor,
lo ganemos en fervor, renovando nuestra fe en la presencia real de Jesucristo
en la Eucaristía, confesando con los labios y creyendo en el corazón que, en la
más hermosa y rica custodia de nuestra catedral regalada por una familia
sevillana del siglo XVIII, está presente Jesucristo con su cuerpo, sangre, alma
y divinidad. Con el amor de María, hermana de Lázaro, nos postramos a sus pies
para escucharle. Como Zaqueo, le manifestamos nuestra alegría por tenerlo a la
vera de nuestras casas. Con la fe de Pedro le confesamos como el Mesías, el
Cristo, el Hijo de Dios vivo, y le musitamos Señor, Tú sabes que te quiero.
Como Tomás nos postramos ante Él para decirle que queremos que sea el Dios y
Señor de nuestras vidas.
6. En esta mañana reconocemos que ésta es “la
Cena que recrea y enamora”, la “fuente que mana y corre”, como escribiera
bellamente san Juan de la Cruz, el manantial que hace posible la renovación de
nuestras comunidades, venero de virtudes, de consuelo, de fortaleza y
fidelidad. Sí, queridos hermanos y hermanas: de la adoración a la Eucaristía
nos ha de venir la renovación de nuestras parroquias, el empuje espiritual y
apostólico de nuestra Iglesia diocesana, el crecimiento en la fe y la victoria
sobre el pecado que oprime nuestras vidas y desgarra nuestra sociedad. Jesús
sigue siendo el Pan vivo bajado del cielo que alimenta nuestros corazones
mientras peregrinamos hacia la casa del Padre.
7. No olvido que hoy es el Día de la Caridad,
la jornada de Caritas. La Eucaristía nos pone en el camino de los hermanos.
Ella es “sacramento de piedad, signo de unidad y vínculo de caridad”, como
escribiera san Agustín. En el cuerpo de Cristo entregado y en su sangre
derramada tenemos todos la mejor escuela de fraternidad y de servicio gratuito.
Junto a la Eucaristía, aprendemos a perdonar, a ponernos a los pies de los
pobres para servirles, a ponernos de su parte y en su lugar, a acogerlos y
ofrecerles compasión, afecto, ayuda y amor abnegado.
8. La epidemia que tanto nos está haciendo
sufrir, nos llena de estupor por la suerte de millones de trabajadores que se
están quedando sin trabajo, por la suerte de las víctimas de la crisis de la
década anterior, y por los nuevos pobres que ha generado la epidemia. Con la
superación de esta tragedia, que Dios quiera que esté próxima, no va a acabar
el sufrimiento de nuestro pueblo que, a mi juicio, no ha hecho más que empezar,
con la economía tan seriamente afectada. En el mensaje del Domingo de Pascua,
el papa Francisco nos invitó a no dejarnos llevar por el egoísmo, sino a
sentirnos como miembros de una única familia que se sostienen mutuamente y que
no dejan atrás a ninguno de los suyos. En la homilía del Domingo de la Divina
Misericordia nos invitó a no consentir que nos golpee el peor de los virus, el
virus de la indiferencia.
9. Nos pidió también que seamos “instrumentos
humildes en las manos de Dios para aliviar el sufrimiento del mundo” y que nos
comprometamos en la misión samaritana de la Iglesia manifestando de forma concreta
y palpable la ternura y la misericordia de Jesús, haciendo que la persona que
sufre se sienta amada. No pasemos de largo ante el hombre lleno de heridas y
tendido en la cuneta del camino. Bajémonos, como el Buen Samaritano, de la
cabalgadura de nuestro bienestar, para curar esas heridas, tan numerosas y tan
dolientes. Seamos generosos en la colecta que tiene como destinataria a
Cáritas.
10. Al final de la procesión, acercaremos al
Señor a la puerta de la Asunción de nuestra catedral y le pediremos que bendiga
a nuestra Archidiócesis y a nuestra ciudad, que bendiga a nuestras familias, a
nuestros niños y ancianos. Le pediremos también que bendiga y sostenga a
nuestras autoridades en esta hora difícil, que devuelva la salud a los enfermos
víctimas del virus, que dé el descanso eterno a los muertos y consuele y
conforte a sus familias. Así sea.
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