"Ventana abierta"
San Mateo 10, 37-42:
"El que no toma su cruz, no es digno de mí. Quien los recibe a ustedes me
recibe a mí"
Jesús, hombre de conflicto
Por: Mons. Enrique Díaz | Fuente:
Catholic.net
Al terminar la misa
dominical, se acerca un hombre de mediana edad y me suelta la pregunta, así de
repente: “¿Se puede vivir realmente el Evangelio? Cuando lo escucho aquí en la
misa, me parece tan clarito, tan sencillo… pero después, cuando tengo que
llevarlo a la vida diaria me parece exagerado, exigente y difícil de
compaginarlo”. Y me explica una serie de situaciones que en su trabajo le
cuestionan, sobre todo la corrupción y las injusticias. “Cuando logramos que
detengan a un criminal parece que estamos jugando a las puertas giratorias. Por
un lado entran y por otro salen. Y todo con complicidades y trampas... Y muchas
presiones para quienes no nos prestamos al juego. A veces estoy a punto de
tirar la toalla y aprovechar también yo la situación… pero es que a Jesús no le
agrada la corrupción. Es difícil ser fiel, pero lo intento sinceramente” Sólo
lo he escuchado. Él ya tiene las respuestas. La propuesta de Jesús es exigente.
Quien quiera encontrarse con un Jesús bonachón está muy equivocado. Es
misericordioso y muy cercano pero no bonachón. Para Jesús no hay ambigüedades,
todo tiene que ser muy claro y contundente: o se está con Él o no se puede
decir que seamos sus discípulos. Nosotros estamos acostumbrados a hacer
componendas y a arreglar los problemas por “abajito” o en lo “oscurito”, es
decir, sin la claridad ni la verdad necesarias. Hoy nos decimos discípulos de
Jesús pero no luchamos por la vida, por la justicia y por la verdad. A
veces queremos esconder esta radicalidad del Evangelio de Jesús en
estructuras, en costumbres y en apariencias. Sin embargo las palabras de Jesús
suenan fuertes y exigentes: “El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de
mí”. Y recordemos lo que significa la cruz de Jesús: una entrega plena para que
todos los hombres tengan vida. Y este sería el parámetro para juzgar si somos
verdaderos discípulos de Jesús: si nos afanamos y luchamos porque todos los
seres humanos tengan vida en plenitud. Si nuestro esfuerzo es por el cuidado y
la construcción de una casa común para todos los hombres, donde cada persona
pueda vivir con dignidad, con las garantías suficientes de seguridad, de
educación, de alimentación y de salud. Sólo entonces nos podremos decir
discípulos de Jesús.
Hay personas que han entendido plenamente la radicalidad del
seguimiento de Jesús como San Pablo, que aun en medio de las graves
agresiones y amenazas lo vivía con alegría y esperanza. Hoy les descubre a los
Romanos la experiencia que lo sostiene y anima: “Por el
bautismo fuimos sepultados con Cristo… para que llevemos una vida nueva”.
Hay estructuras de muerte y estructuras de vida. San Pablo afirma que tenemos
que morir a esas estructuras que en sí mismas encierran la muerte, que no
conducen al Reino, sino que llevan el signo del pecado y de la destrucción. Las
estructuras del mundo “parecen” dar vida, pero la ofrecen incompleta y
solamente para unos cuantos. Sin embargo nos fascinan y se meten en nuestro
corazón como ideales y fuerzas opositoras a lo que quiere Jesús. Pablo lo
entiende y lo vive de un modo radical a tal grado que se dice muerto para el
mundo, pero con una vida de plenitud en Jesús. Y cada uno de nosotros también
somos llamados a seguir en este mismo estilo a Jesús. Descubrir lo que Él ha
hecho por nosotros, enamorarnos de su ideal y sostenernos a pesar de las dificultades.
Las advertencias que hoy nos hace Jesús no tienen la finalidad de destruir la
familia o de despreciar el respeto a los padres o a los hijos. Nos quieren
mostrar que el amor a la verdad y al reino no puede detenerse en los lazos
convencionales, sino se basa en el verdadero amor.
Jesús es el hombre que sabe vivir en medio del conflicto con
tal de construir el Reino. Seguir a Jesús exige una renuncia radical y hasta la
muerte a nuestros propios instintos y ambiciones. No va en contra de la
búsqueda de felicidad y de plenitud de vida, sino en contra de una vida
incompleta y de una vida falsa que pone sus cimientos en el poder, en el placer
o en los bienes. Y esto nos puede provocar conflictos como lo comprueban
claramente quienes optan abiertamente por la defensa de la vida y de la
dignidad de toda persona. Parecería sencillo, pero igual que Jesús,
tienen que enfrentarse con todos los que cometen tantas agresiones contra la
vida, ya sean los poderes comerciales, económicos, políticos o simplemente los
agentes del terrorismo que por todos los caminos de nuestra patria pululan
impunemente. Defender la vida hoy, al igual que en tiempos de Jesús, puede
ofrecer sus peligros, pero el verdadero discípulo está dispuesto a afrontar
esos riesgos una y otra vez sin desmayar porque ha puesto su confianza en
Jesús. Jesús nos anima asegurándonos su presencia y que quien recibe a sus
seguidores a Él mismo lo recibe.
La apertura al otro es el comienzo del camino hacia el reino
porque el amor es el fundamento de la misión. Nosotros experimentamos la
dificultad de acoger al otro, al extraño o al vecino; al padre anciano o al
hijo concebido; al enfermo crónico o al terminal; al que es distinto de
nosotros. Acoger al otro es correr un riesgo, como nos dicen los países que tienen
que recibir a los miles de expulsados por la guerra y el hambre. Sin embargo
también es una oportunidad y un descubrimiento pues el amor crece y el
encuentro convierte al “otro” en oportunidad para enriquecerse. Recibir al otro
es recibir a Cristo. Así le sucedió a la sunamita que al abrir su corazón y
su hogar, encontró la recompensa de una bendición. Así sucede cada vez
que logramos descubrir en el rostro del otro, los rasgos del rostro de Jesús.
Para construir el Reino necesitamos necesariamente abrir nuestro corazón a los
hermanos y pensar cómo lo haría Jesús.
¿Qué “arreglos y
componendas” hacemos nosotros que traicionan el Evangelio? ¿Cuál es mi actitud
frente a los desconocidos y extraños? ¿Qué me exige hoy el Evangelio de Jesús?
Padre de bondad, que por medio de tu
gracia nos has hecho hijos de la luz, concédenos vivir fuera de las tinieblas
del error y permanecer siempre en el esplendor de la verdad. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario