"Ventana abierta"
Leonardo Molina García
Fe adulta
José Luis Sicre
NI
MIEDO A HABLAR, NI MIEDO A MORIR, Y VALOR DE CONFESAR A JESÚS
Domingo 12 del Tiempo Ordinario. Ciclo A
Después de la fiesta del Corpus volvemos
al Tiempo Ordinario y seguimos leyendo el evangelio de Mateo. Interrumpimos su
lectura el 1 de marzo para dar paso al gran paréntesis de la Cuaresma, Semana
Santa, Pascua, Pentecostés y Trinidad. Ahora, cuando reanudamos la lectura de
Mateo es como si entrásemos tarde en el cine, con la película empezada hace
tiempo.
¿Qué ha ocurrido desde el Sermón del
Monte, que es lo último que estábamos leyendo? Jesús ha realizado diez
milagros, demostrando que su autoridad le capacita no solo a proponer una
doctrina superior a la de Moisés, sino que tiene también poder sobre la
enfermedad, la naturaleza y los demonios. Su actividad crece, reúne un grupo de
doce discípulos y les dirige un discurso sobre la misión que deben realizar y
sus consecuencias.
El discurso de misión (Mt 10,5-42)
La primera parte contiene unas
instrucciones sobre a quiénes deben dirigirse (solo a los israelitas), lo que
deben hacer (anunciar el Reino y curar), cómo deben hacerlo (desinterés y
pobreza), y dónde deben hospedarse (10,5-15). Aunque parezca extraño, esta
actividad provocará oposición y persecución, y la segunda parte del discurso,
muy extensa, habla del valor y generosidad en las dificultades (10,16-42).
Para elaborar este largo discurso, Mateo
ha recogido frases pronunciadas por Jesús en distintos momentos de su vida, y
las ha adaptado a la situación de su comunidad, unos cincuenta años después de
la muerte de Jesús, cuando las persecuciones y conflictos se han vuelto
frecuentes. El fragmento elegido para este domingo podemos dividirlo en dos
bloques.
No tengáis miedo a hablar ni a morir (Mt
10,26-31)
En el primer bloque llama la atención la
triple repetición de “no tengáis miedo”. Aunque esas palabras se usan a menudo
en el Antiguo Testamento, no debemos interpretarla como una fórmula hecha, de
escaso valor. Los discípulos van a sentir miedo en algunos momentos. Un miedo
tan terrible que los impulsará a callar, para evitar que los maten. La forma en
que Jesús aborda este tema resulta de una frialdad pasmosa, usando tres
argumentos muy distintos: 1) la muerte del cuerpo no tiene importancia alguna,
lo importante es la muerte del alma; 2) por consiguiente, no hay que temer a
los hombres, sino a Dios; 3) en realidad, a Dios no debéis temerlo porque para
él contáis mucho; aunque caigáis por tierra, como los gorriones, él cuidará de
vosotros.
Tened valor para confesarme (Mt 10,32.33)
El segundo bloque trata un tema algo
distinto: el peligro no consiste ahora en callar sino en negar a Jesús. Cuando
a Plinio el Joven, gobernador de Bitinia, le denunciaban a alguno como
cristiano, le preguntaba tres veces si lo era, amenazándolo con castigarlo en
caso de serlo. Según los momentos y las regiones, el castigo podía ir de la
pérdida de los bienes a la cárcel, incluso la muerte. Para animar en ese
difícil instante, el argumento que usa Jesús no es el del temor a Dios, sino el
de su posible reacción “ante mi Padre del cielo”: me comportaré con él igual
que él se porte conmigo. Recuerda la máxima: “La medida que uséis, la usarán
con vosotros” (Mt 7,2).
Resumiendo
En el primer caso, a quien deben temer los
apóstoles es a Dios, el único que puede matar el alma. En el segundo, a quien
deben temer es a Jesús, que podría negarlos ante el Padre del cielo. A quienes
no deben temer es a los hombres.
Cuando se piensa en los recientes
asesinatos de cristianos en Egipto, Siria y otros países, quienes vivimos en
una sociedad con libertad religiosa podemos tener la impresión de que estas
palabras son inhumanas, casi crueles. Sin embargo, a los cristianos perseguidos
de todos los tiempos les han infundido enorme esperanza y energía para confesar
su fe. Han preferido la muerte a renegar de Jesús; han preferido ponerse de su
parte, salvar el alma antes que el cuerpo.
Jeremías, apóstol y anti-apóstol (Jeremías
20,10-13)
La primera lectura sirve de paralelismo y
contraste con el evangelio. Jeremías era natural de Anatot, un pueblecito a 4
km de Jerusalén (hoy queda dentro de la ciudad moderna). En un momento de grave
crisis política, cuando los babilonios constituían una gran amenaza, el pueblo
puso su confianza en el templo del Señor, como si fuera un amuleto mágico que
podría salvarlos. Jeremías, en un durísimo discurso, denuncia esa confianza
idolátrica en el templo y anima a la conversión y a cambiar de conducta. De lo
contrario, el templo quedará en ruinas. Este ataque a lo más sagrado le ganará
la crítica y el odio de todos, empezando por sus conciudadanos de Anatot, que
traman matarlo.
La reacción del profeta se ha elegido como
ejemplo concreto de las persecuciones que anuncia Jesús a sus discípulos. Pero
hay una gran diferencia. El profeta termina pidiendo a Dios que lo vengue de
sus enemigos. Jesús nunca sugiere algo parecido a sus discípulos. Al contrario,
morirá perdonando a quienes lo matan.
Fe adulta
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