"Ventana abierta"
María, Madre amorosa, consoladora, educadora, mediadora y compasiva.
Misioneros Oblatos o.cc.ss
Aunque la concepción de Jesús se realizó por obra del
Espíritu Santo, pasó por las fases de la gestación y el parto como la de todos
los niños. Admirablemente el Corazón de María dio su sangre y su vida a Jesús
Niño, pero la maternidad de María no se limitó al proceso biológico de la
generación, sino que contribuyó al crecimiento y desarrollo de su hijo.
Siendo la educación una prolongación de la procreación, el
Corazón de María educó el corazón de su Niño, y le enseñó a comer, a hablar, a
rezar, a leer y a comportarse en sociedad. Ella es Theotokos porque engendró y
dio a luz al Hijo de Dios, y porque lo acompañó en su crecimiento humano.
Jesús es Dios, pero como hombre tenía necesidad de
educadores, pues vino al mundo en una condición humana totalmente semejante a
la nuestra, excepto en el pecado (Hb 4,15). Y como todo ser humano, el
crecimiento de Jesús, requirió la acción educativa de sus padres.
El evangelio de san Lucas, particularmente atento al período
de la infancia, narra que Jesús en Nazaret estaba sujeto a José y a María (Lc
2,51). Y "María guardaba todas estas cosas en su corazón" (Lc 2,51).
LA EDUCADORA
Los dones especiales de María, la hacían apta para desempeñar
la misión de madre y educadora. En las circunstancias de cada día, Jesús podía
encontrar en ella un modelo para imitar, y un ejemplo de amor a Dios y a los
hermanos. José, como padre, cooperó con su esposa para que la casa de Nazaret
fuera un ambiente favorable al crecimiento y a la maduración personal del
Salvador. Enseñándole el oficio de carpintero, José insertó a Jesús en el mundo
del trabajo y en la vida social.
María, junto con José, introdujo a Jesús en los ritos y
prescripciones de Moisés, en la oración al Dios de la Alianza con el rezo de
los salmos y en la historia del pueblo de Israel. De ella y de José aprendió
Jesús a frecuentar la sinagoga y a realizar la peregrinación anual a Jerusalén
por la Pascua. María encontró en la psicología humana de Jesús un terreno muy
fértil. Ella garantizó las condiciones favorables para que se pudieran realizar
los dinamismos y los valores esenciales del crecimiento del hijo.
Los padres de Jesús son modelos de
todos los educadores
María le dio una orientación siempre positiva, sin necesidad
de corregir y sólo ayudar a Jesús a crecer «en sabiduría, en edad y en gracia»
(Lc 2, 52) y a formarse para su misión. María y José son modelos de todos los
educadores. Su experiencia educadora es un punto de referencia seguro para los
padres cristianos, que están llamados, en condiciones cada vez más complejas y
difíciles, a ponerse al servicio del desarrollo integral de sus hijos, para que
lleven una vida digna del hombre y que corresponda al proyecto de Dios (Juan
Pablo II).
Aunque fue su madre quien introdujo a Jesús en la cultura y
en las tradiciones del pueblo de Israel, será él quien le revele su plena
conciencia de ser el Hijo de Dios, siguiendo la voluntad del Padre. De maestra
de su Hijo, María se convirtió en su discípula. Jesús empleó los años más
floridos de su vida, educando a su Madre en la fe. Lo trascendental que resulta
y fecundo gastar largos años en la formación de un santo. Tres años de vida
itinerante y treinta años de vida de familia.
La mejor discípula del Señor, fue formada por el mismo Señor,
su Hijo. ¡Qué tierra más fértil la suya para recibir sus enseñanzas! Ella fue
la única que dio el ciento por uno de cosecha. En realidad dijo toda verdad
aquella mujer: "¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te
amamantaron! -Más dichosos los que oyen la Palabra de Dios y la practican"
(Lc 11,27).
¿CULTO AL CORAZÓN?
Según Santo Tomás, cuando damos culto al Corazón Inmaculado
de María honramos a la persona misma de la Santísima Virgen. "Proprie honor exhibetur toti rei
subsistenti” (Sum Theol 3ª q 5 a.1). El honor y culto que se da un
órgano del cuerpo se dirige a la persona. El amor al Corazón de María se dirige
a la persona de la Virgen, significada en el Corazón.
Una persona puede recibir honor por distintos motivos, por su
poder, autoridad, ciencia, o virtud. La Virgen es venerada en la fiesta de la
Inmaculada, de la Visitación, de la Maternidad, o de la Asunción con cultos
distintos, porque los motivos son distintos. El culto a su Corazón Inmaculado
es distinto por el motivo, que es su amor.
Todas las culturas han visto simbolizado el amor en el
corazón. En el de María, honramos la vida moral de la Virgen: Sus pensamientos
y afectos, sus virtudes y méritos, su santidad y toda su grandeza y hermosura;
su amor a Dios y a su Hijo Jesús y a los hombres, redimidos por su sangre. Al
honrar al Corazón Inmaculado de María lo abarcamos todo, como templo de la
Trinidad, remanso de paz, tierra de esperanza, cáliz de amargura, de pena, de
dolor y de gozo.
EL SIGNO DE LOS TIEMPOS
En cada época histórica ha predominado una devoción. En el
siglo I, la Theotokos, la Maternidad divina, como réplica a la herejía de
Nestorio. Ya en el siglo XIII, la devoción del Rosario. En el XIX, la
Asunción y la Inmaculada. A mediados de ese mismo siglo se fue extendiendo la
devoción al Inmaculado Corazón de María, adelantada ya por San Bernardino de
Sena y San Juan de Ávila; y en el siglo XVII, San Juan Eudes.
San Antonio María Claret, fundó la Congregación de los Misioneros
del Inmaculado Corazón de María en el XIX. Y en el siglo XX, alcanza su cenit
con las apariciones de la Virgen en Fátima y la consagración del mundo al
Corazón Inmaculado de María.
El mensaje de la Virgen de Fátima
En Fátima, la Virgen manifestó a los niños que Jesús quiere
establecer en el mundo la devoción a su Inmaculado Corazón como medio para la
salvación de muchas almas y para conservar o devolver la paz al mundo. La Beata
Jacinta Marto, le dijo a Lucía: "Ya me falta poco para ir al cielo. Tú te quedarás
aquí, para establecer la devoción al Corazón Inmaculado de María".
También se lo dirá después la Virgen. El año 1942, después de
la consagración de varias diócesis en el mundo realizadas por sus respectivos
obispos, Pío XII hizo la oficial de toda la Iglesia, con lo que la devoción al
Inmaculado Corazón de María se vio confirmada y afianzada. Y después Pablo VI
y, sobre todo, Juan Pablo II, que se declara milagro de María: “Santo Padre,
-le dijeron en Brasil-: Agradecemos a Dios, sus trece años de pontificado”. Y
contestó, trece años de pontificado y diez de milagro.
Santa Margarita de Alacoque
Él ha sido el Pontífice que ha acertado a cumplir plenamente
el deseo de la Virgen, cuyos resultados se han visto con el derrumbamiento del
marxismo y la conversión de Rusia.
Cuando en el siglo XVIII el mundo se enfriaba por el
indiferentismo religioso de doctrinas ateas, se manifiesta Cristo a Santa
Margarita María de Alacoque en Paray le Monial, y la constituye promotora del
culto al Corazón de Jesús, y cuando en el siglo XX, el mundo se va a ver
envuelto por amenazas de guerras, divisiones y odios, herencia nefasta del
materialismo y del marxismo, pide la Virgen a los niños de Fátima, que difundan
la devoción al Inmaculado Corazón de María.
Como remedio a los males actuales, la misma Virgen nos ofrece
su Corazón Inmaculado, que es ternura y dulzura, pero también exigencia de
oración, sacrificio, penitencia, generosidad y entrega. No basta el culto; hay
que imitar sus virtudes.
EL CORAZÓN
El corazón desarrolla una sinergia, un lazo invisible, pero
de irresistible fortaleza, que nos une con Dios, con los hombres y con las
criaturas.
El Corazón de María, expresa el corazón físico que latía en
el pecho de María, que entregó la sangre más pura para formar la Humanidad de
Cristo, y en el que resonaron todos los dolores y alegrías sufridos a su lado;
y el corazón espiritual, símbolo del amor más santo y tierno, más generoso y
eficaz, que la hicieron corredentora, con el cúmulo de virtudes que adornan la
persona excelsa de la Madre de Dios.
El Corazón es la raíz de su santidad, y el resumen de todas
sus grandezas, porque todos sus Misterios se resumen en el amor. Dios, que creó
el mundo para el hombre, se reservó en él un jardín donde fuera amado,
comprendido, mimado, como el huerto cerrado del Cantar de los Cantares. Es su
obra primorosa y singular.
San Bernardo
Su Corazón y su alma son templo, posesión y objeto de las
delicias del Señor. Sólo su corazón pudo ser el altar donde se inmoló, desde el
primer instante, el Cordero inmaculado. Según San Bernardo, María "fuit
ante sancta quam nata": nació antes a la vida de la gracia que a la de
este mundo...No hay un Corazón más puro, inmaculado y santo que el de María.
Como el sol reverbera sobre el fango de la tierra, su Corazón brilló sobre las
miserias del mundo sin ser contaminado por ellas. Es la Mujer vestida del sol
del Apocalipsis (12,1).
La plenitud de la gracia que recibió María repercutió en su
Corazón en el que no existió la más leve desviación en sus sentimientos y afectos.
Su humildad, su fe, su esperanza, su compasión y su caridad, hicieron de su
Corazón el receptáculo del amor y de la misericordia. El Corazón de María es el
de la Hija predilecta del Padre, que con mayor dulzura y ternura haya amado a
su Hijo. El de la Esposa donde el Espíritu realizó la más grande de sus
maravillas, concibió por obra del Espíritu Santo.
Corazón de María, corazón humano
El Corazón de María es también un corazón humano, muy humano.
Es el corazón de la Madre: Todos los hombres hemos sido engendrados en el
Corazón Inmaculado de María: "Mujer, he ahí a tu hijo" (Jn 19,26. San
Juan nos representaba a todos. Porque amó mucho mereció ser Madre de Dios y
atrajo el Verbo a la tierra; con sufrimiento y con dolor, ha merecido ser Madre
nuestra. El amor a su Hijo y a sus hijos es tan entrañable y tierno, que guarda
en su corazón las acciones más insignificantes de sus hijos, hermanos de su
Hijo Jesús, el Hermano Mayor.
MADRE DE CADA HOMBRE
Si María fuera sólo Madre de la Iglesia como comunidad, y no
Madre de cada uno de los miembros, sólo se preocuparía del bien de la Iglesia.
Pero cada cristiano carecería de seguridad. Sería como un general que ama mucho
a su ejército, pero no vacila en sacrificar a todos los soldados para salvar a
la nación; y de intimidad, porque en una multitud tan grande, ¿cómo puede cada
uno acercarse a Ella? El soldado no tiene fácil acceso al general; ni el ciudadano
al Jefe del Estado. María no sería nuestra Madre, sino nuestra Reina, o nuestro
general, distante de nuestras pequeñas preocupaciones.
Si una madre de diez hijos los amara sólo en grupo, y no se
preocupara de cada uno en particular; si preparara comida, camas, descanso,
trabajo, recreo para su pollada, no sería madre de familia, sino administradora
de un colegio o de un cuartel, donde la revisión médica y la vacuna colectiva
se hace para todos una vez. La madre de familia, lleva al médico a cada hijo siempre
que lo necesita o se queja: no tiene un día al año de revisión ni de vacuna
para todos. Con la Virgen María no estamos en un cuartel, ni en un colegio,
sino en una familia: "No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre se ha
complacido en daros el Reino" (Lc. 12,32).
A María le sobra corazón para atendernos a todos como si
fuéramos únicos: Dios le ha dado Corazón de Madre para que con él ame a todos y
cada uno de los hombres, los de hoy y todos los de ayer y de mañana. Nosotros
somos como la última floración, como el benjamín, al que prodiga sus cuidados.
LOS MÁS DESVALIDOS
Toda madre tiene amor particular a cada hijo y más al más
desvalido, al subnormal, al extraviado al más necesitado. El Corazón de María
nuestra Madre, ama a cada hombre con el mismo amor con que ama a toda la
Iglesia. Ninguna madre cuando tiene el primer hijo restringe su amor,
reservándolo para los que vengan. Da todo su amor al primero y al segundo, sin
quitar nada al primero, y sin ahorrar nada para el tercero. Cuida de todos, y
de cada uno como si no tuviera otro.
Sólo saboreando el amor singular de su Corazón a cada uno, se
puede gustar la delicia de sentirse amados por Ella, y se dialogará con ella y
se intimará con Ella y se gozará en Ella. Para llegar a su intimidad, que es
importantísimo para nuestra vida interior, es preciso tener firme fe en ese
amor particular.
MADRE DE LA IGLESIA
Durante el Concilio, Pablo VI proclamó solemnemente que María
es Madre de la Iglesia, es decir, Madre de todo el pueblo de Dios, tanto de los
fieles como de los pastores» Más tarde, el año 1968, en el Credo del Pueblo de
Dios, ratificó esta afirmación de forma más comprometida:
"Creemos que la Santísima Madre de Dios, nueva Eva,
Madre de la Iglesia, continúa en el cielo su misión maternal para con los
miembros de Cristo, cooperando al nacimiento y al desarrollo de la vida divina
en las almas de los redimidos. El Concilio ha subrayado que la verdad sobre la
Santísima Virgen, Madre de Cristo constituye un medio eficaz para la
profundización de la verdad sobre la Iglesia… Por consiguiente, María acoge,
con su nueva maternidad en el Espíritu, a todos y a cada uno en la Iglesia,
acoge también a todos y a cada uno por medio de la Iglesia. En este sentido,
María, Madre de la Iglesia, es también su modelo. En efecto, la Iglesia -como
desea y pide Pablo VI- «encuentra en María, la más auténtica forma de la
perfecta imitación de Cristo".
María no se busca a sí
misma, sólo busca nuestro bien.
El egoísmo afecta a todo amor creado, incluido el de las
madres, con ser el más puro. Sólo el amor de la Virgen María no tuvo jamás
mezcla de egoísmo. El amor de su Corazón es virginal, sin mezcla de egoísmo,
amor puro. Amándonos con amor virginal, sabemos que no se busca a sí misma:
sólo busca nuestro bien.
Incluso nuestra correspondencia de amor a Ella, no la quiere
por bien suyo, aunque en ella se goce como madre, sino por bien nuestro, para
poder lograr nuestra transformación en Dios. El amor particular que nos tiene
engendra nuestra intimidad con Ella, y el abandono en su Corazón. Con el mismo
amor con que ama a su Jesús. Al amar a Dios lo ha hecho "Emmanuel",
"Dios con nosotros" y al amarnos a nosotros, nos identifica con Él.
El amor de los padres resulta con frecuencia ineficaz para
proteger y defender a sus hijos, que no pueden impedir que enfermen, sufran
accidentes, mueran. Hacen por ellos lo que pueden, pero pueden muy poco. Pero
como María nos ama con su Corazón de Madre de Dios, su eficacia es absoluta,
porque tiene en sus manos la omnipotencia divina, no por ser madre nuestra,
sino por ser Madre de Dios.
COMPARTIR
En una familia de cinco hijos si uno es muy rico y poderoso y
los otros cuatro pobres, la madre no consentirá que el rico no socorra a sus
hermanos pobres. María no podrá consentir que su Hijo Jesús le impida usar de
su infinita riqueza y poder para socorrernos a nosotros. Esto no va a ocurrir
nunca, pues Jesús la ha hecho nuestra madre, y administradora de su Corazón.
Jesús jamás pondrá límites al uso que su Corazón haga de sus tesoros infinitos.
Si el Padre hubiera concedido al Corazón de María algo a
condición de que no fuera también nuestro, ella lo hubiera impedido: Si me
haces su madre no me des nada que yo no pueda compartir con ellos.
Al darnos el Corazón de su Madre y nuestra Madre, ha hecho nuestros
todos los dones y riquezas que puso en su Corazón: su predestinación si la
queremos, el cariño con que la envuelve, y los regalos con que Dios la recrea.
No se puede amar a la Madre, si no se ama a sus hijos, ni se puede dar gusto a
la madre, si se abandona a sus hijos.
SU CORAZÓN ES NUESTRA SEGURIDAD
Si a un niño pequeño le diéramos una joya preciosa, la
perdería. Por eso se la damos a su madre, para que la conserve. Por eso Dios no
ha querido darnos sus dones directamente, para que no nos pase como Adán. Se
los ha confiado a María, que nunca los perderá.
Estando en sus manos son nuestros. Ella nos los conserva. Su
Corazón es nuestra seguridad, nuestro tesoro inviolable. Todo lo suyo es
nuestro, Ella lo quiere para nosotros. Toda la inocencia de María, su pureza,
su santidad, su humildad, su amor a Dios y a los hermanos es nuestro, porque
Ella es nuestra. (San Juan de la Cruz. Dichos de luz y amor, 26). Y como son
nuestros los podemos ofrecer a Dios, sobre todo cuando no tenemos nada que
ofrecerle. Entonces es cuando le ofrecemos más y la conquistamos más, porque
somos más pobres, como su Hijo, recibió los dos reales de la viuda.
SUFRE CON NOSOTROS
Su Corazón hace suyos nuestros pecados y dolores, como los
hizo suyos Jesús en su pasión y en la Eucaristía. Y nuestras tristezas y
aflicciones. "Este es el Cordero de Dios, que toma sobre sí, los pecados
del mundo"; los dolores y sufrimientos: «Saulo, Saulo, ¿por qué me
persigues?» (He 9,4).
Como en la Eucaristía Jesús sufre viendo nuestras carencias
que reactivan su pasión, y goza inefablemente cuando nos ve a su lado, el
Corazón de María, las considera suyas como se identificó con los sufrimientos
de Jesús como Corredentora, sufriendo todos nuestros dolores y pecados, y
recibiendo hoy el consuelo de nuestra gratitud e intimidad. Siempre y en cada
momento compadece con nosotros.
Cuando pecamos, vuelve a sentirse como avergonzada y
pecadora. Por eso Jesús nos perdona tan fácilmente, para quitarle a su Madre la
humillación de nuestros pecados, que la oprime porque somos sus hijos. De la
misma manera que el Padre nos perdona para quitar a su Hijo el oprobio que en
la Eucaristía siente de nuestros pecados porque los hace suyos, y al
quitárnoslos se los quita a Él.
María refugio de pecadores
Sin la Eucaristía sería muy difícil nuestro perdón, a pesar
de la pasión de Cristo, que quedaría demasiado lejos, y es ahora cuando
necesitamos que Él haga suyo lo nuestro. Por eso no debemos desconfiar ni
desesperar. María es refugio de pecadores. Y cuando después del pecado nos
echamos en sus brazos, Ella nos anima diciendo: Me siento Yo manchada; mas como
mi Hijo quiere verme totalmente limpia, os limpiará a vosotros para que todos
estemos limpios.
El Corazón de María es nuestro consuelo. No nos acompaña en
el sufrimiento por pura fórmula. Llora con nosotros, sufre con nosotros nuestro
mismo dolor, está con nosotros, tratando de que superemos la depresión de
vernos solos y abandonados en el sufrimiento y en el dolor, especialmente en
esta época de angustia, vacío y ansiedad.
Siempre nos queda su Corazón, sus brazos acogedores maternales
que llevan nuestra misma carga, haciéndola ligera. Y Jesús, amando a su Madre,
para hacer ligera la carga de Ella, la lleva con Ella y con nosotros, y nos
dice: "Venid a Mí todos los que estáis cargados y agobiados, y yo os
aliviaré, porque mi yugo es suave, y mi carga ligera" (Mt. 11,28). Si
aprendemos a ir a Jesús por María, hallaremos fortaleza y hasta verdadera
delicia en el sufrimiento y en el dolor.
El corazón de María siente con
nosotros
La compañía que nos hacen los que nos aman es externa y desde
fuera: son incapaces de llegar al nivel de nuestro dolor. El Corazón de María
siente en nosotros y con nosotros todas nuestras angustias y dolores, porque
conoce ahora, y siente en su carne, lo que estamos pasando. Y si su Corazón
prefiere sufrir con nosotros ese dolor antes que quitárnoslo, es porque ve que
es necesario pasarlo.
Cuántos bienes deben seguirse de estos sufrimientos,
humillaciones, anonadamiento y aislamiento, olvidos, desprecios, dolores
físicos y morales, y hasta los mismos pecados que nos humillan y confunden,
cuando el Corazón de María, pudiéndolos evitar, prefiere hacerlos suyos, y
sufrirlos en nosotros y con nosotros. Si lo tenemos presente veremos la
luminosidad de la cruz, y entenderemos lo que nos dice San Pablo: "Dios, a
los que decidió salvar, determinó hacerlos conformes a la imagen de su
Hijo" (Rom. 8,29), y "seremos conglorificados con El, si padecemos
con El" (Rom. 8,17). Entonces comprendemos los deseos ardientes que los
santos tuvieron de sufrir. , y no nos extrañará oír a Santa Teresa: "O
padecer o morir" y a San Juan de la Cruz: “Padecer y ser despreciado por
Vos”.
Autor: Padre Jesús
Martí Ballester | Fuente: www.catholic.net
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