"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
SÁBADO DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA
Nos dice el relato que recorrió Galacia y
Frigia “animando a los discípulos”.
La primera lectura de la liturgia para hoy (Hc
18,23-28) nos presenta a Pablo emprendiendo su tercer viaje misionero. Nos dice
el relato que recorrió Galacia y Frigia “animando a los discípulos”. Pablo, el
evangelizador incansable. “¡Ay de mí si no evangelizo!” (1 Cor 9,16). Desde su
encuentro con el Resucitado en el camino a Damasco, donde fue inundado por el
Amor infinito de Jesús (que es a su vez el amor del Padre, y que entre ambos
dan vida al Espíritu Santo), no ha tenido otra misión en la vida que compartir
ese amor con todo el que se cruza en su camino. Y esa tiene que ser la misión
de todo bautizado, de todo el que ha tenido un encuentro personal con Jesús (Cfr. Mc 15,15).
Se trata de esa alegría desbordante producto de
saberse amado; un gozo que se nos sale por los poros y que todo el que se nos
acerca la nota, y quiere “de eso”. La mejor y más efectiva evangelización. El
papa Francisco nos ha dicho que “el gozo del cristiano no es la alegría que
proviene de un momento, sino un don del Señor que llena el interior”. Se trata
de un gozo que, según sus palabras, “es como ‘una unción del Espíritu y se
encuentra en la seguridad de que Jesús está con nosotros y con el Padre’”.
Y esa alegría, la verdadera alegría del
cristiano, no es algo para quedárnoslo; tenemos que compartirla, porque, como
nos dice el papa Francisco, “si queremos tenerlo solo para nosotros al final se
enferma y nuestro corazón se encoge un poco, y nuestra cara no transmite aquel
gran gozo sino aquella nostalgia, aquella melancolía que no es sana”.
Pablo irradiaba ese “enamoramiento” que todo
cristiano debe sentir al caminar acompañado de su Amado. Ese fue el secreto de
su éxito. Y a ti, ¿se te nota?
Pero la lectura va más allá, luego de
mostrarnos a Pablo partiendo de misión, nos presenta la figura de Apolo, judío
natural de Alejandría y llegado de Éfeso. Aunque solo conocía el bautismo de
Juan, había sido expuesto a la vida y doctrina de Jesús, la cual exponía
públicamente en la sinagoga. Cuando Priscila y Aquila oyeron hablar de Apolo,
“lo tomaron por su cuenta y le explicaron con más detalle el camino de Dios”,
es decir, ayudaron en su formación. De ahí salió a continuar predicando, pero
ahora con mayor corrección doctrinal.
Este detalle nos muestra otra característica
que debe tener todo bautizado que haya tenido es encuentro personal con Jesús:
No solo tenemos el deber de formarnos y evangelizar a otros, sino que en la
medida de nuestras capacidades tenemos la obligación de formar a otros para que
lleven el mensaje correcto, para que estos, a su vez, formen a otros. Así es
como la tradición apostólica, aquella predicación de las primeras comunidades cristianas,
ha perdurado a través de la historia y llegado hasta nosotros. De ahí mi
insistencia en la formación del Pueblo de Dios, aún a costa de grandes
sacrificios.
La Iglesia es misionera, evangelizadora, por
definición. Si no “sale” a predicar el Evangelio se estanca, se enferma, se
encoge, y termina desapareciendo (Evangelii Nuntiandi – Pablo VI). ¿Y quiénes conforman la Iglesia? Nosotros, el “Pueblo de
Dios” (Lumen Gentium, 9-12).
¡Anda! ¿Qué estás esperando?
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