"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL SÉPTIMO
DOMINGO DE PASCUA (C) – SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
“Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra”.
Hoy celebramos la
Solemnidad de la Ascensión del Señor. En la actualidad esta solemnidad se
celebra el séptimo domingo de Pascua, en lugar del jueves de la sexta semana
(como se celebraba antes), que es cuando se cumplen los cuarenta días desde la
Resurrección. Y las lecturas obligadas son las dos narraciones de la Ascensión
que nos hace san Lucas en Lc 24,46-53 y Hc 1,1-11. La cuarentena surge del
relato de Hechos de los Apóstoles (1,3b). No obstante, en su relato evangélico,
el mismo Lucas da la impresión de que la Ascensión tuvo lugar el mismo día de
la Resurrección, inmediatamente después aparecerse a los discípulos, cuando los
de Emaús estaban narrándoles su encuentro con el Resucitado. Pero eso se lo
dejamos a los exégetas.
La solemnidad de la Ascensión nos sirve de preámbulo a la Fiesta de
Pentecostés que observaremos el próximo domingo, cuando se ha de cumplir la
promesa de Jesús a sus discípulos antes de su Ascensión: “Pero recibirán la
fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en
Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra” (Hc 1,8;
Cfr. Lc 24,49).
La Ascensión es la culminación de la misión redentora de Jesús. Deja el
mundo y regresa al mismo lugar de donde “descendió” al momento de su
encarnación: a la derecha del Padre. Pero no regresa solo. Lleva consigo
aquella multitud imposible de contar de todos los justos que le antecedieron en
el mundo y fueron redimidos por su muerte de cruz. Las puertas del paraíso que
se habían cerrado con el pecado de Adán, estaban abiertas nuevamente.
San Cirilo de Alejandría lo expresa con gran elocuencia: “El Señor sabía
que muchas de sus moradas ya estaban preparadas y esperaban la llegada de los
amigos de Dios. Por esto, da otro motivo a su partida: preparar el camino para
nuestra ascensión hacia estos lugares del Cielo, abriendo el camino, que antes
era intransitable para nosotros. Porque el Cielo estaba cerrado a los hombres y
nunca ningún ser creado había penetrado en este dominio santísimo de los
ángeles. Es Cristo quien inaugura para nosotros este sendero hacia las alturas.
Ofreciéndose él mismo a Dios Padre como primicia de los que duermen el sueño de
la muerte, permite a la carne mortal subir al cielo. Él fue el primer hombre
que penetra en las moradas celestiales… Así, pues, Nuestro Señor Jesucristo
inaugura para nosotros este camino nuevo y vivo: ‘ha inaugurado para nosotros
un camino nuevo y vivo a través del velo de su carne’ (Hb 10,20)”.
Ahora que el Resucitado vive en la Gloria de Dios Padre, pidámosle que
envíe sobre nosotros su Santo Espíritu para que, al igual que los apóstoles
tengamos el valor para continuar su obra salvadora en este mundo, para que ni
uno solo de sus pequeños se pierda (Mt 18,14).
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