"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL SEXTO DOMINGO DE PASCUA
“El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre
lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”.
“El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre
lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. Con esas palabras de Jesús
a sus discípulos comienza el pasaje evangélico (Jn 14,23-29) que nos brinda la
liturgia para este sexto domingo de Pascua. Este pasaje forma parte del
“discurso de despedida de Jesús”, que transcurre en la sobremesa de la versión
de Juan de la última cena.
Durante esta despedida Jesús ha estado
enfatizando en la identidad entre el Padre y Él. Hoy insiste nuevamente en esa
identidad, mientras prepara a sus discípulos para su partida: “Si me amarais,
os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo”. Pero les
asegura que no los dejará solos, asegurándoles que “el Defensor, el Espíritu
Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os
vaya recordando todo lo que os he dicho”.
Ya en otras ocasiones hemos dicho que el Espíritu
Santo es el amor que se profesan mutuamente el Padre y el Hijo, que se derrama
sobre nosotros inundándonos con ese Amor que es la esencia misma de Dios. Por
eso donde habitan el Padre y el Hijo habita el Espíritu Santo. El pasaje
comenzaba diciendo que si amamos a Jesús y guardamos su Palabra, el Padre
también nos amará, y ambos “harán morada en nosotros”. Pensemos el grado de
intimidad que implica esa relación en la cual el Padre y el Hijo cohabitan con
nosotros. Y el Espíritu, que es el Amor que Ellos a su vez se profesan, inunda
toda la morada, es decir, todo nuestro cuerpo y alma.
Es el Espíritu quien nos instruye y nos
recuerda las enseñanzas de Jesús. Así, ha guiado a la Iglesia desde sus
comienzos, como vemos en la primera lectura de hoy (Hc 15,1-2.22-29), que nos
refiere al primer Concilio de la Iglesia, en Jerusalén, en donde vemos al
Espíritu Santo actuando en los apóstoles, guiando los primeros pasos de la
Iglesia naciente. Los apóstoles y presbíteros, dóciles al Espíritu Santo, se
reúnen y comunican así su decisión a los de Antioquía: “Hemos decidido, el
Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables”.
Anteriormente hemos señalado que el
protagonista del libro de los Hechos de los Apóstoles es el Espíritu Santo; al
punto que se le conoce como el “Evangelio del Espíritu Santo”. No hay duda, los
apóstoles actuaban asistidos y guiados por El Espíritu Santo que recibieron por
partida doble; primero durante la primera aparición de Jesús luego de su
Resurrección (Jn 20,22), y posteriormente en Pentecostés, cuando recibieron una
“sobredosis” de Espíritu.
Y todo se reduce a una palabra: Amor. Porque
“el que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me
ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él” (Jn 14,21). Y
esa manifestación tiene nombre y apellido: “Espíritu Santo”.
Es Jesús quien te hace una invitación y un ofrecimiento. ¿Aceptas?
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