"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
LUNES DE LA SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA
“Cuando Pablo les impuso las manos, vino sobre
ellos el Espíritu Santo, y se pusieron a hablar en lenguas extrañas y a
profetizar”.
El evangelio que nos propone la liturgia para
hoy (Jn 16,29-33) es la conclusión del discurso de despedida de Jesús al
finalizar la última cena. Y justo en ese momento vemos una afirmación de fe de
parte de los apóstoles: “Ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que te
pregunten; por ello creemos que saliste de Dios”. Pero esa “fe” es producto de
la euforia de haber tenido ese encuentro con la divinidad de Jesús, de haber
comprendido finalmente que Jesús es el Hijo de Dios.
Jesús, que se encarnó para experimentar, para
vivir en carne propia nuestras emociones y nuestras debilidades, sabe que esa
fe de los apóstoles no ha sido probada (Cfr. 1 Pe 1,7; Prov 17,3) y, más aún, sabe que
fallarán en la primera prueba de fuego, fracaso que estará representado en las
negaciones de Pedro. “¿Ahora creéis? Pues mirad: está para llegar la hora,
mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me
dejéis solo”. La fe de los apóstoles no ha sido fortalecida por la prueba.
Tienen que percatarse de su fragilidad y de su incapacidad para enfrentar por
sí mismos la prueba de fe.
Recordemos que siempre que Jesús nos señala una
debilidad, nos da la fórmula para sobreponernos a ella: “Pero no estoy solo,
porque está conmigo el Padre. Os he hablado de esto, para que encontréis la paz
en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo”.
Los apóstoles y los demás discípulos no lo comprenderán hasta que reciban la
fuerza del Espíritu en Pentecostés. Entonces sabrán que no están solos, y que,
si Jesús “venció al mundo” ellos, y nosotros, podremos también vencer al mundo.
Estamos a una semana de la celebración de la
gran fiesta del Espíritu Santo, la Solemnidad de Pentecostés, en la que
celebraremos la venida del Espíritu Santo sobre aquellos discípulos que se
encontraban reunidos en oración junto a María, la Madre de Jesús en la estancia
superior, en el mismo lugar en que Jesús había instituido la Eucaristía. Y las
lecturas de esta semana, especialmente la primera lectura, continuarán
presentándonos la acción del Espíritu Santo en aquella Iglesia incipiente.
Así, la primera lectura de hoy (Hc 19,1-8) nos
muestra cómo cuando Pablo les impuso las manos a doce gentiles convertidos de
la ciudad de Éfeso, “bajó sobre ellos el Espíritu Santo, y se pusieron a hablar
en lenguas y a profetizar”. Se trata del mismo Espíritu que nosotros recibimos
en nuestro Bautismo. Tan solo tenemos que invocarlo y Él vendrá sobre nosotros.
Tal vez no hablemos en lenguas (aunque sí hablaremos el lenguaje del amor),
pero la fuerza del Espíritu nos permitirá enfrentar con valentía las
adversidades, la enfermedad y el sufrimiento cuando estas se crucen en nuestro
camino, para con nuestra conducta dar testimonio de que Jesucristo es el Señor.
Esa será nuestra mejor predicación.
Que pasen una hermosa semana en la PAZ que solo
el Espíritu, que es el Amor de Dios que se derrama sobre nosotros, puede
brindarnos.
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