"Ventana abierta"
Sagrada convivencia
P. Leonardo Molina García
La Sagrada Familia, ya sabemos, está
formada por María, José y el Niño. ¿Por qué la llamamos «sagrada»? La verdad es
que ni José ni María eran personajes excepcionales, si no hubiera sido porque
se dejaron en las manos de Dios, se pusieron a su servicio, y aceptaron vivir
consagrados a la misión que Dios les encomendaba. Su misión fundamental
sería crear al clima necesario para que aquel Niño tan especial creciera sano,
fuera feliz y aprendiera todas esas cosas importantes que los padres transmiten
a sus hijos, abriéndoles el camino de la vida y de la fe. Ni las
guarderías o escuelas, ni los grupos de amigos, ni las parroquias, ni los
medios de comunicación social, logran penetrar tan a fondo en la intimidad
infantil como los familiares, esas personas de quienes se depende absolutamente
durante los seis o nueve primeros años de vida. Esta familia de Nazareth no
sería muy diferente de cualquier otra familia que fuera consciente de su
vocación divina, de cualquier matrimonio que se haya tomado en serio aquellas
palabras que un día se dijeron ante el altar de Dios:
- Yo me entrego a ti y prometo serte fiel en
las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad todos los días de
mi vida.
- Estamos dispuestos a recibir de Dios
responsable y amorosamente los hijos, a educarlos cristianamente y a hacer de
nuestro hogar el lugar donde puedan crecer y aprendan a darse a los demás.
Apunto, sin entrar en detalles, algunos de
los problemas y dificultades más frecuentes:
Þ En muchas familias, la gran
dificultad es la falta suficiente de comunicación y de encuentro profundo
(a pesar de que puedan pasarse horas juntos). Cuesta hablar, y cuesta
encontrarse, más allá del «tenemos que ir a», «hay que comprar...», «hay que
llevar al niño a...» y otras parecidas. El «me siento», «lo siento», «me
preocupa», «te agradezco», «necesito»... cuestan bastante más.
Þ No pocas veces el amor
primero que se selló sacramentalmente... no se ha cuidado debidamente.
Se dan cosas por supuestas. El otro tiene que "adivinar" lo que me
pasa. Se prefiere reservarse ciertos asuntos para evitar conflictos o preocupar
al otro. Se van descuidando los pequeños detalles. No se revisa cómo va la
relación. No se buscan medios para madurar y crecer juntos... Puede que se
aprenda a convivir con el otro y con los otros... pero sin que podamos decir
que mi familia es un don, es un regalo, es una tarea...
Þ La vida espiritual
matrimonial es muy variada. Hay quienes rezan algo juntos, o van a
misa juntos. Menos forman parte de alguna comunidad de fe o de matrimonios.
Pero a la hora de la verdad, pocas veces la vida espiritual personal y
familiar... afecta gran cosa al cada día. Falta compartir la Palabra, la acción
de gracias concreta, el pedirse perdón, orar juntos por alguna preocupación...
Þ Nadie transmite lo que no vive,
o vive rutinariamente. La crisis social, cultural, religiosa y eclesial hace
que en la práctica la fe vaya quedando arrinconada, o reducida a
momentos puntuales. Bastantes parejas no han sabido o querido madurar,
formarse, cultivar una fe que tenga algo que aportar a su vida cotidiana. Y hay
tantas opciones, tantos criterios, tantas sensibilidades distintas...
¿qué podemos entonces compartir juntos y transmitir a los hijos?
Þ Con respecto a la
educación de los hijos en «valores» y en la dimensión trascendente de la
persona... hay también mucha variedad. Hay padres casi del todo
despreocupados de este asunto. Los hay desorientados por la diferencia de
criterios dentro de la pareja, y por la distancia que perciben entre lo que
ellos aprendieron... y lo que viven hoy sus hijos, no sabiendo cómo actuar.
Parece que los hijos se «forman» (sí, entre comillas) más en los medios de
comunicación, internet, las redes, los grupos de amigos, los estudios... La
«cultura» va muy deprisa y no pocas veces se sienten desbordados o perplejos.
Hay padres que «delegan» en los centros de formación, en las catequesis, en las
clases de religión... Y los hay también, cómo no, responsables, implicados,
comprometidos, acompañando a sus hijos en el crecimiento de todos los aspectos
del ser humano.
Aunque han quedado ya apuntadas algunas
pistas, subrayo y propongo
SEIS que ayuden a mejorar y animar esta
gran tarea de construir y ser una familia santa:
Ø Es necesario que los
padres se quieran, y se apoyen, y que los hijos sepan y vean que se
quieren y maduran juntos, de las mil maneras que puede expresarse y mimarse el
amor.
Ø Es importante el afecto
de los padres hacia los hijos (y viceversa). Los hijos necesitan
menos que les den cosas (dinero, estudios, viajes, objetos...), y más que los
padres estén cerca oportunamente. Supone atención personal a cada uno,
cercanía, respeto, darles responsabilidades (sin darles tantas cosas hechas), exigencia
apropiada, etc. Y los padres también necesitan sentir el aprecio de los hijos.
Ø Es esencial la
comunicación de la pareja entre sí y con los hijos. Una
comunicación que no huela a fiscalización ni se convierta en reproche continuo,
y no sólo solo en torno a cosas que «hay que hacer»... sino una comunicación
que busque comprender, compartir experiencias, sentimientos, vivencias,
inquietudes, proyectos, preocupaciones. Y aprovechar mucho mejor el
escaso tiempo que se puede estar juntos, reservando incluso algunos momentos
para estos encuentros.
Ø No hay que olvidar la
coherencia entre lo que se dice o pide a los hijos y el propio
comportamiento. El perdón y reconocer los errores tiene un papel muy
importante.
Ø Es importante también el
cultivo de una fe más compartida por la pareja y por toda la
familia (teniendo en cuenta las diferentes edades): aprender a orar juntos,
leer juntos la Palabra de Dios, comprar algunos libros religiosos (los hay muy
buenos) para facilitar la meditación y la maduración en la fe... dialogar sobre
la formación religiosa que se va recibiendo en la Parroquia y el Colegio,
etc. Ofrecer humildemente el propio testimonio personal a los hijos...
Ø Por último: la familia va más
allá del matrimonio (cuando lo hay) y los hijos. Hay otros
miembros y, ya que parece que la soledad se ha convertido en un rasgo
relevante en estos tiempos, pues no podemos olvidarnos de los que están solos,
enfermos, mayores, con dificultades del tipo que sea...
¡Ah! Nunca es demasiado tarde para
"relanzar" ilusiones, proyectos. Siempre es tiempo de renovar y de
reconstruir y de resucitar. ¡Adelante!
P. Quique Martínez de la
Lama-Noriega, cmf
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