"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA LA FIESTA DE SAN JUAN APÓSTOL
Y EVANGELISTA
“Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos,
para que estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos con el Padre y con
su Hijo Jesucristo”.
Hoy celebramos la Fiesta litúrgica de san Juan,
apóstol y evangelista, autor del cuarto relato evangélico. A san Juan se le
conoce como “el discípulo amado” de Jesús, aunque él nunca se atribuye el
epíteto a sí mismo. Era de la ciudad de Galilea, pescador de oficio, hijo de
Zebedeo y hermano de Santiago el mayor, quienes junto a Simón Pedro,
constituirían el círculo de amigos íntimos de Jesús. Se dice que fue uno de los
dos primeros discípulos de Jesús, junto con Andrés. Para esta Fiesta la
liturgia nos ofrece como primera lectura el comienzo de la primera carta del
apóstol san Juan (1,1-4).
Se nos propone esta lectura dentro de la octava
de Navidad en la que tenemos presente el misterio de la Encarnación, con un
propósito: recordarnos que esa Encarnación que celebramos es real, que no es
producto de la imaginación. Se nos presenta un testigo ocular: “lo que hemos
oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y
palparon nuestras manos”. El “Verbo”, la “Vida” se ha encarnado, y le hemos
percibido a través de nuestros sentidos. Dios ya no es “algo”; es “alguien”, un
ser vivo, dinámico, que nació niño igual que nosotros, creció y se desarrolló
hasta hacerse hombre.
Juan fue testigo de la Vida, reclinó su cabeza
sobre el pecho del Señor (Jn 13,25), y también, junto a Pedro, testigo de la
resurrección, como leemos en la lectura evangélica que contemplamos hoy (Jn
20,2-8): “Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado
primero al sepulcro; vio y creyó”. “Vio, y creyó”… Más adelante el mismo Jesús
resucitado nos dirá: “¡Bienaventurados los que creen sin haber visto!” (Jn
20,29).
El plan salvífico de Dios requiere de testigos
creíbles, personas que sin haber visto crean. Y ¿quiénes son esos? Precisamente
nosotros, a quienes se nos pide que creamos que Jesús se encarnó, “acampó”
entre nosotros, padeció, murió y resucitó, sin que hayamos tenido la
oportunidad que tuvo Juan, de entrar al sepulcro vacío, ver, y creer. Si bien
es cierto que tenemos el testimonio de Juan que hemos leído, ¿cómo podemos ser
“testigos” de la encarnación y resurrección de Jesús en este mundo que estamos
viviendo que requiere “pruebas” de todo?
Anteriormente hemos dicho que la Navidad es
algo más que fiesta, luces de colores, júbilo, villancicos y dulzura. Es la
culminación de ese plan establecido por Dios desde toda la eternidad mediante
el cual el Hijo se encarnó para ser inmolado, por amor, para nuestra salvación.
Si nosotros aceptamos esa verdad de fe, y la
hacemos formar parte de nuestras vidas, todos verán cómo esa fe ha obrado en
nuestras vidas, al punto que el que nos vea perciba que hay “algo” diferente en
nosotros, que les haga decir: “Yo no sé lo que esa persona tiene, pero ¡yo
quiero de eso!” Y ese será nuestro mejor testimonio, nuestra mejor “predicación”.
No olvidemos que todavía estamos celebrando la
Navidad; por eso celebramos la “octava”. Esta solemnidad es tan importante y
motivo de tanta alegría que se prolonga por ocho días. Así que, ¡Feliz Navidad!
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