"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA LA FIESTA DE LA SAGRADA
FAMILIA: JESÚS, MARÍA Y JOSÉ
“Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron
en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles
preguntas”.
Hoy celebramos la Fiesta de la Sagrada Familia,
y la liturgia nos presenta como lectura evangélica el pasaje conocido como “el
niño perdido y hallado en el Templo” (Lc 2,41-52). Cabe señalar que aunque la
tradición se refiere a Jesús como un “niño” en este episodio, la realidad es
que para la cultura judía, a los doce años Jesús ya no es un niño, está en el
umbral de su adultez, que se alcanza a los trece años. El pasaje nos muestra a
Jesús haciendo su primera peregrinación a Jerusalén por las fiestas de Pascua,
una de tres fiestas en que los adultos judíos “subían” al templo de Jerusalén a
ofrecer sacrificios. Esas tres fiestas eran la Pascua, Pentecostés, y la fiesta
de los Tabernáculos.
Este relato es uno de los más comentados del
Nuevo Testamento, y los exégetas ven en él inclusive una prefiguración del
Misterio Pascual de Jesús (su Pasión, muerte y Resurrección), porque contiene
elementos del mismo, a saber: Jesús cumple la voluntad de Dios, es interrogado
por los doctores en el Templo, es causa de angustia, no entienden sus palabras,
y es hallado al tercer día de ausencia.
No obstante, hoy nos limitaremos a señalar el
aspecto de las relaciones de Jesús con sus “padres”, mientras a su vez
manifiesta su filiación divina y su relación con el Padre, en ese Misterio de
la Encarnación, que hemos estado reflexionando durante esta octava de Navidad.
Nos encontramos con un Jesús casi adulto, que
está consciente de su divinidad y de su misión, que rebasa los límites de su
relación con sus padres terrenales. Hasta este momento Jesús no ha pronunciado
palabra alguna en este relato evangélico. Y sus primeras palabras testimonian
el misterio de su Encarnación, mientras la reacción de sus padres pone de
manifiesto la incapacidad de ellos (y la nuestra) para captar el mismo: “‘¿Por
qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?’ Pero
ellos no comprendieron lo que quería decir”.
El pasaje continúa diciendo que María
“conservaba todo esto en su corazón”. Aunque María no comprendía del todo el
Misterio salvífico que se iba realizando en su Hijo, iba creciendo su
comprensión del mismo en la medida que su fe le permitía aceptar los designios
del Padre (“He aquí la esclava del Señor…”). Hay que tener presente que, en el
lenguaje bíblico, el “corazón” no se refiere a los sentimientos, sino al
“lugar” de la reflexión, la fe y la voluntad. Esto nos presenta a una María
totalmente envuelta y comprometida con la misión redentora de su Hijo.
Aunque Jesús tiene consciencia de su divinidad,
y se lo manifiesta a sus padres, no deja por eso de cumplir con su obligación
de honrarles y obedecerles en todo. El Evangelio nos dice que luego que sus
padres le “encontraron” en el Templo: “Él bajó con ellos a Nazaret y siguió
bajo su autoridad”. El misterio de la Encarnación. Dios pudo simplemente
“aparecer”, pero optó por encarnarse en el seno de una familia como la tuya y
la mía, la “Sagrada Familia”, proporcionándonos el modelo a seguir.
En este domingo de la Sagrada Familia, pidamos
al Señor la gracia de permitir al Niño Dios vivir en nuestros hogares, y en
nuestros corazones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario