"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA LA FIESTA DE LOS SANTOS
INOCENTES, MÁRTIRES
Hoy celebramos la Fiesta de los Santos Inocentes, mártires.
Esta fiesta nos enfrenta a la dureza del camino que espera a ese niño que acaba
de nacer. Esas fuerzas del mal, que la primera lectura (1 Jn 1,5-2,2) nos
presenta como las “tinieblas”, acecharán a Jesús desde su nacimiento y acabarán
clavándolo en la cruz. Pero Jesús es la luz que vence las tinieblas, y en ese
aparente triunfo de las fuerzas de las tinieblas, está la victoria de
Jesús-Luz, quien aceptando su muerte de cruz se convirtió en “víctima de
propiciación por nuestros pecados, no solo por los nuestros, sino también por
los del mundo entero” (2,2).
En la lectura evangélica de hoy (Mt 2,13-18) vemos las tinieblas del mal
que surgen amenazantes sobre el Niño Dios recién nacido. Un presagio de lo que
le espera. La Iglesia no quiere que perdamos de vista que ese niño hermoso y
frágil que nació en Belén de Judá fue enviado por Dios para nuestra salvación.
La historia nos presenta a Herodes como uno de los seres más sanguinarios de su
época, quien había usurpado el trono, por lo que temía que en cualquier momento
alguien hiciera lo propio con él. Y con tal de mantener el poder, estaba
dispuesto a matar, como de hecho lo hizo durante todo su reinado.
El rey Herodes representa esas fuerzas del mal, caracterizadas por las
tinieblas, que encontramos día tras día en nuestro camino y que ponen a prueba,
no solo nuestra fe, sino nuestra capacidad para practicar la Misericordia.
Herodes había pedido a los magos que le avisaran el lugar en que
encontraran al Niño para ir a adorarle. Cuando se marcharon los magos, el ángel
del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, coge al niño y a
su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va
a buscar al niño para matarlo”. El ángel también les había dicho a los magos
que se marcharan por otro camino. Herodes, sintiéndose burlado, hizo calcular
la fecha en que los magos vieron la estrella por primera vez, y “mandó matar a
todos los niños de dos años para abajo, en Belén y sus alrededores”.
Podríamos intentar hacer toda una exégesis sobre el paralelismo que Mateo
quiere establecer entre Jesús y Moisés, presentándonos a Jesús como el “nuevo
Moisés” (paralelismo que encontramos hasta en la estructura del primer
Evangelio), y cómo quiere probar que en la persona de Jesús se cumplen todas
las promesas del Antiguo Testamento, pero el espacio limitado nos traiciona.
Nos limitaremos a resaltar una característica de José, quien desempeña un
papel protagónico en el relato de Mateo: su fe absoluta en Dios. A lo largo del
todo el relato vemos cómo José convierte en acción la Palabra de Dios (la
característica principal de la fe). El ángel le dice, levántate, coge a tu
familia y márchate a Egipto, y José no titubea, no cuestiona; simplemente actúa.
Del mismo modo cuando le dice “regresa”, actúa de conformidad a la Palabra de
Dios. Confía en la Providencia Divina.
Siempre proponemos a Abraham y María como modelos de fe y pasamos por alto a este santo varón que el mismo Dios escogió para ser el padre adoptivo de su Hijo. Jesús y su madre María salvaron sus vidas gracias a la fe de José. En esta Fiesta de los Santos Inocentes, y especialmente acabando de culminar el año que el Papa dedicó a la persona de José, pidamos al Señor la fe de José.
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