"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL SEXTO DÍA DE LA OCTAVA DE
NAVIDAD
“En aquel tiempo, había una profetisa, Ana…
Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos” …
Continuamos celebrando la “infraoctava” de
Navidad con su sexto día y, como primera lectura, continuamos con la 1ra. Carta
del apóstol san Juan (2,12-17), en la cual nos plantea la contraposición
Dios-mundo: “No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al
mundo, no está en él el amor del Padre. Porque lo que hay en el mundo –las
pasiones de la carne, y la codicia de los ojos, y la arrogancia del dinero–,
eso no procede del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa, con sus
pasiones. Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”.
¿Y cuál es la voluntad del Padre? Que todos nos
salvemos. ¿Y cómo podemos salvarnos? Amando al Cristo que vive en cada uno de
nuestros hermanos (Cfr.
Mt 25,31-46). De nuevo la Ley del Amor; ese amor que Dios nos enseñó
enviándonos a su único Hijo, ese niño que nació en Belén hace apenas cinco
días, para ofrecerlo en sacrificio de manera que tuviéramos Vida por medio de
Él (Cfr. Jn 4-7-9; 15,12-14).
Así, el que ha conocido y asimilado el misterio del Amor de Dios en esta
Navidad, no tiene otro remedio que imitar su gran mandamiento, que es el Amor.
El Evangelio que contemplamos hoy (Lc
2,22.36-40) nos presenta la conclusión del pasaje de la Purificación de María y
la Presentación del Niño en el Templo. El fragmento que contemplamos hoy nos
presenta el personaje de la profetisa Ana, quien al concluir el cántico de
Simeón se acercó al Niño dando gracias a Dios mientras “hablaba del niño a
todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén”. Ana tuvo un encuentro
personal con Jesús y lo reconoció. Y al igual que todos los que hemos tenido
esa experiencia, no tenemos más remedio que dar gracias a Dios y alabar y
proclamar su Nombre a todo el que se cruce en nuestro camino.
Estamos en el umbral de un nuevo año, y en esta
época se acostumbra hacer “resoluciones” de año nuevo. La lectura evangélica
nos dice que Ana la profetisa “no se apartaba del templo día y noche, sirviendo
a Dios con ayunos y oraciones”. Eso le permitió reconocer a su Dios y Salvador
cuando vio al Niño en el Templo. Ese Niño sigue viniendo a nosotros día tras
día y no lo reconocemos (Mt 31-46). ¿Será que no estamos dedicando tiempo a la
oración y ayuno?
La profetisa Ana era una mujer viuda que podía
darse el lujo de no apartarse del Templo día y noche. Dios conoce las
circunstancias particulares de cada uno de nosotros. ¿Cuánto tiempo dedicamos
al asueto, a la tele, y a tantas otras cosas que nos “impiden” dedicarle tiempo
a Dios?
Yo era uno de esos “católicos de domingo” que
“no tenía tiempo” para la oración, el ayuno y otras prácticas piadosas. Hasta
que un día Dios me habló a través del testimonio de un hermano de mi Parroquia
que me relató con hechos concretos cómo su vida cambió cuando comenzó a ir a misa
diaria y a dedicar tiempo a la oración, aunque tuviera que “fabricarlo”. Eso
fue hace más de veinticinco años. Desde entonces mi esposa y yo asistimos a
misa diaria y dedicamos más tiempo a la oración y adoración del Santísimo. Tú
también puedes hacerlo. Créeme, vas a ver el cambio en tu vida…
¿Qué mejor resolución de año nuevo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario