"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL TRIGÉSIMO PRIMER DOMINGO DEL T.O. – CICLO B –
En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y
le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?»
La liturgia de este trigésimo primer domingo
del Tiempo Ordinario, nos presenta la versión de Marcos (12,28b-34) del pasaje
en que un escriba preguntó a Jesús que cuál de los mandamientos era el más
importante; a lo que Jesús respondió: “El primero es: ‘Escucha, Israel, el
Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu
corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser’. El segundo es
éste: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No hay mandamiento mayor que
éstos”.
De entrada hay que señalar que su interlocutor
le pregunta cuál es el primero de los mandamientos, y Jesús no se limita a uno.
Echa mano de dos preceptos contenidos en la Ley (Dt 6,4 y Lv 19,18), y los
funde en uno solo, con un elemento común: el Amor. El primero de ellos, el
“Shemá”, que los judíos aún repiten a diario y hasta tienen escrito en un
pequeño rollo que colocan en las jambas de las puertas de sus casas en un
envase que llaman “Mezuzá”. El segundo, tomado de la parte del libro del
Levítico que trata sobre la “humanidad en la vida diaria”.
De esa manera Jesús pone la ley del Amor por
encima del culto ritual que los judíos habían llevado al extremo, convirtiendo
los diez mandamientos originales en 613 preceptos, que se habían convertido en
una “pesada carga” (Cfr. Mt 23,4) casi imposible de llevar. A eso se refería
cuando dijo que no había venido a abolir la ley ni los profetas, sino a darle
plenitud. Y esa plenitud consiste en ver e interpretar la Ley desde la óptica
del Amor. Como dijera el papa San Juan Pablo II: “La relación del hombre con
Dios no es una relación de temor, de esclavitud o de opresión; al contrario, es
una relación de serena confianza, que brota de una libre elección motivada por
el amor”.
Uno de mis autores favoritos, Piet Van Breemen,
nos dice: “Este anuncio del amor de Dios es el núcleo central del mensaje
evangélico. Si comprendemos esto con nuestro corazón, podremos a la vez amar a
Dios, y su amor nos hará capaces, a su vez, de amar a nuestro prójimo”. Es
decir, si nos abrimos al amor de Dios, ese amor va a inundar todo nuestro ser y
se va a proyectar, o más bien “derramar”, sobre nuestro prójimo. Habremos
llegado a la plenitud del Amor, que es Dios. De ahí que san Juan diga que
miente todo el que dice que ama a Dios pero no ama a su prójimo (1Jn 4,20).
Porque si amamos a Dios podremos ver su rostro reflejado en el hermano,
especialmente el más necesitado, y no tendremos más remedio que amarle tal cual
es; como Dios nos ama a nosotros. Cuando amamos de verdad no hay nada que no
estemos dispuestos a hacer por nuestro prójimo. Porque lo que se hace por
amor adquiere un nuevo significado. El amor hace que cualquier yugo sea suave,
y cualquier carga ligera (Mt 11,30).
Hoy, día del Señor, pidámosle que nos permita vivir sus mandamientos, especialmente el más importante, no como cargas “impuestas”, sino como respuesta amorosa. Y no olvides visitarle en su Casa, Él te espera para derramar su Amor infinito sobre ti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario