"ventana abierta"
‘Señor, ábrenos’; y él os replicará: ‘No sé quiénes sois’…
En el Evangelio de hoy Lucas nos muestra la
imagen de Jesús típica de él: como predicador itinerante, recorriendo ciudades
y aldeas enseñando (Lc 13,22-30). En este pasaje encontramos a “uno” de los que
le escuchaba preguntarle: “Señor, ¿serán pocos los que se salven?”. De nuevo
alguien anónimo; tú o yo. La pregunta no es la correcta, pues la preocupación
no debe ser “cuántos” se van a salvar, sino cómo, qué hay que hacer para
salvarse.
Y en el estilo típico de Jesús, opta por no
contestar directamente la pregunta, sino hacerlo a través de una parábola:
“Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y
llamaréis a la puerta, diciendo: ‘Señor, ábrenos’; y él os replicará: ‘No sé
quiénes sois’. Entonces comenzaréis a decir: ‘Hemos comido y bebido contigo, y
tú has enseñado en nuestras plazas’. Pero él os replicará: ‘No sé quiénes sois.
Alejaos de mí, malvados’… Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del
sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán
primeros, y primeros que serán últimos”.
El que le formula la pregunta, uno de los que
le seguía, parece partir de la premisa que él pertenece al número de los
“escogidos”. Eso nos pasa a muchos de los que nos sentamos a su mesa (recibimos
la Eucaristía) y estamos presentes cuando “enseña en nuestras plazas” (la
liturgia de la Palabra); creemos que por eso ya estamos salvados. El problema
es que no sabemos cuándo va a llegar el Amo de la casa y cerrar la puerta. En
ese momento, ¿estaremos adentro (en gracia), o estaremos afuera (en pecado)?
Está claro que la salvación no va a depender de
a qué religión “pertenecemos”, ni a cuántas misas hemos asistido, ni cuántos
sacramentos hemos recibido. Muchos de los llamados “pecadores” pueden
experimentar una verdadera conversión a última hora y esos estarán “adentro”
cuando se cierren las puertas (Cfr. Lc 23,40-43). Y muchos de los que se “sientan a la mesa” a menudo, y van y
vienen se quedarán afuera cuando el Amo “cierre las puertas”. Como nos dice el
mismo Jesús en el Evangelio según san Mateo: “No todo el que me diga: Señor,
Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi
Padre celestial. Muchos me dirán aquel Día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en
tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos
milagros? Y entonces les declararé: ¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes
de iniquidad!” (Mt 7,21-23).
No se trata de “creer” en Jesús, se trata de
“creerle”. Y si le creemos, no nos limitaremos a esa mera profesión de fe; le
seguiremos y actuaremos acorde a sus enseñanzas, “haremos la voluntad del Padre
celestial”. Se trata de unir la fe a las obras (St 2,14-26). Y el secreto para
lograrlo es uno: vivir el Amor de Dios; amarlo y amar a los demás como Él nos
ama (Jn 13,34).
Hoy, pidamos al Señor el don de la
perseverancia en la fe y las obras.
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