"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL TRIGÉSIMO DOMINGO DEL T.O. – CICLO B –
Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David,
ten compasión de mí.»
“Jesús le dijo: «¿Qué quieres que haga por ti?»
El ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver.» Jesús le dijo: «Anda, tu fe te
ha curado.» Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino”. Así
finaliza el Evangelio que nos propone la liturgia para hoy, trigésimo domingo
del Tiempo Ordinario (Mc 10,46-52).
“Maestro, que pueda ver”. Una frase tan directa
y sencilla como profunda y compleja, pues encierra un cambio radical en la vida
de aquél hombre; una vida nueva. Pasar de las tinieblas a la luz, de la
dependencia a la autosuficiencia, de la tristeza a la alegría, de la baja
autoestima a la plena realización.
“Maestro, que pueda ver”. Somos tantos los
ciegos que andamos vagando por el mundo de las tinieblas sin alcanzar a ver la
luz… Porque a veces la verdadera ceguera no es la ceguera física, sino la
ceguera espiritual; esa que nos impide ver el rostro de Jesús. ¡Cuántas veces
le pasamos por al frente, o Él pasa a nuestro lado y no lo reconocemos!
“Maestro, que pueda ver”. ¡Cuán distinta sería
nuestra vida si lográramos ver el rostro de Jesús; el de Ése que nos ama tanto
que dio su vida por nosotros! No lo podemos ver porque nuestros ojos están
cubiertos por las “escamas” de nuestros pecados, nuestros orgullos, nuestro
egoísmo, nuestra hipocresía, nuestra falta de fe.
“Maestro, que pueda ver”. Si abrimos nuestros
corazones al amor de Dios que se derrama sobre nosotros y que se llama Espíritu
Santo, esas “escamas” se disolverán y caerán de nuestros ojos, y comenzaremos a
ver, como le ocurrió a Saulo de Tarso (Cfr.
Hc 9,18), y a Bartimeo en el pasaje evangélico de hoy. Cuando aquél hombre
recuperó la vista lo primero que vio fue el rostro de Jesús. Del mismo modo
nosotros, una vez recuperemos la vista del alma, el primer rostro que veremos
será el rostro de Jesús reflejado en el rostro del hermano más próximo,
especialmente el más necesitado (Cfr.
Mt 25,37-40). Entonces, al igual que Bartimeo, seguiremos tras los pasos de
Jesús. Y la luz de su rostro apartará toda tiniebla de nuestra vida, como lo
será en el último día (Cfr.
Ap 22,5).
“Maestro, que pueda ver”. Que esa sea nuestra
petición al Señor en este, su día. Y si lo hacemos con la fe de Bartimeo, Jesús
nos dirá: “Anda, tu fe te ha curado”.
Que pasen todos un hermoso día en la Paz del
Señor. No olviden visitar la Casa del aquél que es la luz del mundo (Jn 8,12).
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