"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA DÉCIMA TERCERA SEMANA DEL T.O. (1)
Vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme.»
Cada vez que leo el pasaje evangélico que nos
ofrece la liturgia para hoy (Mt 9,9-13), trato de imaginar la escena. Se trata
de la vocación (el llamado) de Leví (Mateo) y la subsiguiente comida en casa de
este. Los tres evangelios sinópticos nos narran este pasaje.
Mateo, publicano (recaudador de impuestos) de
oficio, se encontraba sentado tras el mostrador de impuestos, y Jesús se le
acercó. Mateo debe haber sentido la presencia de alguien frente a su mostrador
y levantó la vista. Es imposible imaginar lo que Mateo percibió en aquellos
ojos, aquella mirada penetrante y tierna a la vez que se cruzó con la suya. Y
solo bastó una palabra, “sígueme” para que Mateo se levantara y lo siguiera. A
mí me impacta más la versión de Lucas (5,28) que dice que Mateo, “dejándolo
todo”, se levantó y lo siguió. “Dejándolo todo…” Nuevamente nos encontramos
ante la radicalidad del seguimiento.
Mateo era publicano, trabajaba para el Imperio,
el pueblo consideraba a los publicanos enemigos del pueblo; no solo por
“cooperar” con el poder imperial de Roma, sino porque le cobraban impuestos en
exceso a la gente y se quedaban con la diferencia. Por tanto, su trabajo era un
obstáculo para seguir a Jesús. Por eso tenía que “dejarlo todo”, y así lo hizo.
Dejó la mesa con sus cuentas y el dinero recaudado; dejó su vida pasada para
abrazar la nueva Vida a la que Jesús le llamaba. En ese momento él
probablemente no conocía los detalles, pero estoy seguro que supo ver en
aquella mirada intensa de Jesús la promesa de un mundo que las palabras no
podrían describir. Algo similar a lo que experimentó Saulo de Tarso en aquél
encuentro fugaz con el Resucitado en el camino a Damasco que cambió su vida
para siempre.
Mateo tuvo un encuentro personal con Jesús y su
vida ya no sería la misma. Lo mismo nos ocurre cuando tenemos un encuentro
personal con Jesús. Resulta imposible mirarle a los ojos y no dejarse seducir.
“Me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir. Fuiste más fuerte que yo, y me
venciste” (Jr 20,7).
Jesús te está diciendo: “Sígueme”. Nos lo
repite a diario; y no se cansa de hacerlo; y mientras más alejados estamos de
Él, con mayor insistencia nos llama. No importa lo que haya en nuestro pasado.
De eso se trata la conclusión del pasaje de hoy. Al levantarse Mateo, invitó a
Jesús y sus discípulos a comer a su casa, junto a otros publicanos y pecadores.
Al ver esto, los fariseos (¡qué muchos de estos hay en nuestros días!) se
acercaron a los discípulos (así son, cobardes, hablan a espaldas de los que
critican) diciéndoles: “¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y
pecadores?”
Jesús les escuchó y su contestación no se hizo
esperar: “No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad,
aprended lo que significa ‘misericordia quiero y no sacrificios’: que no he
venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”.
Jesús no vino a buscar a los justos para
llevarlos a cielo. Él vino para ofrecerse a sí mismo como víctima propiciatoria
por todos los pecados de la humanidad, cometidos y por cometer, incluyendo los
tuyos y los míos, porque Él quiere que todos nos salvemos (1 Tim 2,4; 2 Pe
3,9).
Que pasen un hermoso fin de semana. No olviden
visitar la Casa del Padre. Él les espera…
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