"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL DÉCIMO CUARTO DOMINGO DEL
T.O. (B)
“Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la
sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: ‘¿De dónde saca todo
eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado?’”
El evangelio de hoy (Mc 6,1-6) nos presenta el
pasaje en el cual Jesús pronuncia la famosa frase: “No desprecian a un profeta
más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa”. Encontramos a Jesús
que ha regresado a su pueblo, Nazaret, probablemente a visitar a su madre y sus
parientes. Ha comenzado su ministerio en otras ciudades y aldeas. Al llegar el
sábado, como todo buen judío acude a la sinagoga. Allí, se pone de pie y empezó
a enseñar. Aunque la narración no nos dice cuáles fueron sus palabras, sabemos
por los relatos anteriores a esta escena, cuál es el contenido de su mensaje, y
la radicalidad del mismo.
Pero “los suyos” no le escucharon; se fijaron
en el mensajero e ignoraron el mensaje. Para ellos, Jesús era todavía aquél
“mocoso” que acompañaba a José el carpintero, y que eventualmente heredó su
taller. Era un simple artesano con las manos toscas y llenas de cicatrices, que
reparaba las puertas, ventanas, mesas, sillas de los que allí se hallaban… El
“hijo de María”. Nadie importante. Lo único que se les ocurre decir es: “¿De
dónde saca todo eso?” El prejuicio, el discrimen, los estereotipos, la
soberbia. “Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron” (Jn 1,11).
Si hubiese venido un extranjero a traer un
mensaje, por más inocuo, le hubiesen prestado toda su atención mientras
asentían con la cabeza en señal de aprobación. Los habitantes de Nazaret no
niegan la sabiduría de las palabras de Jesús, sus milagros, pero cuestionan su
capacidad y, más aún, su origen. ¿Cómo es posible que las palabras de un
carpintero vengan de Dios? ¿Cómo es posible que ese carpintero que se ha criado
entre nosotros venga de Dios, sea Dios?
Todavía hoy caemos en el error de fijarnos en
los mensajeros más que en el mensaje; ello dará paso a los “lobos disfrazados
de ovejas” de los cuales el mismo Jesús nos alerta (Mt 7,15); esos que nos
presentan espectáculos vistosos, con una gran dosis de histeria colectiva, para
decirnos lo que queremos escuchar haciendo una lectura acomodaticia de la
Palabra, hacernos sentir bien, y vaciar nuestros bolsillos.
Por otro lado, escuchamos decir: “Yo prefiero
al Padre tal o más cual”. Y ese sacerdote se muda de parroquia y lo siguen como
corderitos, abandonando su comunidad parroquial. ¿Es que acaso el que venga no
va a leer las mismas Escrituras? De nuevo, estas personas, al igual que los
compueblanos de Jesús, prestan más importancia al mensajero que al mensaje.
Yo he tenido la experiencia de que un total
desconocido, de aspecto común, me ha detenido y me ha contestado, en dos
frases, todas mis plegarias. No lo que yo quería escuchar, pero lo que reconocí
como la voluntad de Dios. Y el tiempo se encargó de demostrarlo. Si me hubiese
dejado llevar por su aspecto, no le habría prestado atención, no le habría
escuchado. Y estoy convencido que fue el mismo Dios quien me habló…
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