"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DEL SANTÍSIMO CUERPO
Y SANGRE DE CRISTO (B)
Hoy Jesús nos invita a participar de ese
sacrificio, único y eterno, ofrecido para nuestra salvación, comiendo su cuerpo
y bebiendo su sangre.
Hoy la Iglesia está de fiesta. Celebramos la
solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, conocida por su nombre el
latín: Corpus Christi. En esta
celebración proclamamos la presencia verdadera, real y sustancial de Jesucristo
bajo la las especies de pan y vino. Por eso las lecturas que nos presenta la
liturgia están relacionadas con la Eucaristía, el sacramento alrededor del cual
gira toda la liturgia de la Iglesia, y en el que se hace presente el cuerpo, la
sangre, el alma y la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.
La primera lectura, tomada del libro del Éxodo
(24,3-8) nos presenta la ratificación de la Alianza del Sinaí en la persona de
Moisés, quien “mandó a algunos jóvenes israelitas ofrecer al Señor holocaustos,
y vacas como sacrificio de comunión. Tomó la mitad de la sangre, y la puso en
vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar. Después, tomó el documento
de la alianza y se lo leyó en alta voz al pueblo, el cual respondió: ‘Haremos
todo lo que manda el Señor y lo obedeceremos’. Tomó Moisés la sangre y roció al
pueblo, diciendo: ‘Ésta es la sangre de la alianza que hace el Señor con
vosotros, sobre todos estos mandatos’”.
Sabemos que el pueblo de Israel incumplió la
Alianza del Sinaí, apartándose de los términos de la misma.
La segunda lectura, tomada de la carta a los
Hebreos (9,11-15) enfatiza el carácter definitivo y la superioridad del sacrificio
de Cristo, cuya sangre derramada en la Cruz selló la Nueva Alianza, obteniendo
así para nosotros el perdón de los pecados, la liberación eterna: “Si la sangre
de machos cabríos y de toros y el rociar con las cenizas de una becerra tienen
poder de consagrar a los profanos, devolviéndoles la pureza externa, cuánto más
la sangre de Cristo, que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios
como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras
muertas, llevándonos al culto del Dios vivo. Por esa razón, es mediador de una
alianza nueva: en ella ha habido una muerte que ha redimido de los pecados
cometidos durante la primera alianza; y así los llamados pueden recibir la
promesa de la herencia eterna”.
La lectura evangélica nos narra la versión de
Marcos (14,12-16.22-26) de la institución del sacramento de la Eucaristía que
Jesús nos dejó como memorial de ese sacrificio, con cuya sangre compró para
nosotros la salvación, la vida eterna: “Mientras comían. Jesús tomó un pan,
pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: ‘Tomad, esto es mi
cuerpo’. Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos
bebieron. Y les dijo: ‘Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por
todos’”.
Hoy Jesús nos invita a participar de ese
sacrificio, único y eterno, ofrecido para nuestra salvación, comiendo su cuerpo
y bebiendo su sangre, “pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa,
anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga” (1 Cor 11,26).
El Señor ha dispuesto la mesa y te extiende una invitación. ¿Aceptas?
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