"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA UNDÉCIMA SEMANA DEL T.O. (19)
“La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo
está sano, tu cuerpo entero tendrá luz”.
En la lectura evangélica que nos presenta la
liturgia para hoy (Mt 6,19-23), Jesús comienza planteándonos un tema que es una
constante en su enseñanza: el desapego de los bienes terrenales: “No atesoréis
tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los
ladrones abren boquetes y los roban. Atesorad tesoros en el cielo, donde no hay
polilla ni carcoma que se los coman ni ladrones que abran boquetes y roben.
Porque donde está tu tesoro allí está tu corazón”.
“Donde está tu tesoro allí está tu corazón…” Un
tesoro es algo precioso, algo que valoramos por encima de otras cosas, cuya
posesión nos causa satisfacción, orgullo, felicidad y, más aun, seguridad. Es
algo que consideramos especialmente valioso. Por eso el perderlo nos causa tristeza,
y hasta angustia.
Jesús nos invita a no poner nuestra confianza,
ni nuestro corazón, en las cosas del mundo que por su propia naturaleza son
efímeras. Las sedas y maderas más finas pueden ser carcomidas o roídas por la
carcoma y la polilla o destruidas por el fuego, y las piedras y metales más
preciosos pueden ser presa de los ladrones. Entonces sentiremos que hemos
perdido lo más valioso en nuestras vidas.
Por eso Jesús nos invita a poner nuestra
confianza, nuestra felicidad, nuestra seguridad en las cosas del cielo.
“Bendito quien se fía de Yahvé, pues no defraudará Yahvé su confianza” (Jr
17,7).
“La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo
está sano, tu cuerpo entero tendrá luz; si tu ojo está enfermo, tu cuerpo
entero estará a oscuras. Y si la única luz que tienes está oscura, ¡cuánta será
la oscuridad!” ¿A qué ojo se refiere Jesús en este pasaje?
Mi gran amiga Minerva Maldonado me refirió en una ocasión al libro de
Eclesiástico (Sirácides), en donde se recapitula la creación del hombre (Eclo
17,1-14). Allí se nos dice que Dios, al crear a los hombres “puso en ellos su
ojo interior, haciéndolos así descubrir las grandes cosas que había hecho, para
que alabaran su Nombre Santísimo y proclamaran la grandeza de sus obras”.
La implicación es clara. Si nos empeñamos en
atesorar tesoros en la tierra, estos van a “enfermar” el “ojo interior” que
Dios puso en nuestros corazones. Y estaremos a oscuras; y seremos incapaces de
reconocer y admirar las maravillas de la creación. Eso, a su vez, nos impedirá
alabar su Nombre Santísimo y proclamar la grandeza de sus obras.
Por eso se dice que quien atesora tesoros en la
tierra vive en las tinieblas. El que tiene su corazón orientado hacia lo
material vive una ceguera espiritual. Las cosas materiales se convierten en una
venda que impide que la Luz del Amor de Dios llegue a él y se refleje en sus
ojos. De ahí la necesidad de tener nuestros ojos fijos en las “cosas del
cielo”, es decir, en Dios-Luz.
“El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién
temeré?” (Sal 26,1).
Hoy, pidamos al Señor que nos conceda la gracia
de apartar todo aquello que opaque nuestro ojo interior, para que podamos
contemplar su grandeza y alabarle por siempre.
Que tengan todos un hermoso fin de semana.
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