"ventana abierta"
REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA NOVENA SEMANA DEL T.O. (1)
“La gente, que era mucha, disfrutaba
escuchándolo”.
La lectura evangélica que nos propone la
Liturgia hoy (Mc 12,35-37) es tan corta como profunda: “En aquel tiempo,
mientras enseñaba en el templo, Jesús preguntó: «¿Cómo dicen los escribas que
el Mesías es hijo de David? El mismo David, inspirado por el Espíritu Santo,
dice: ‘Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos
estrado de tus pies’. Si el mismo David lo llama Señor, ¿cómo puede ser hijo
suyo?»
La gente, que era mucha, disfrutaba
escuchándolo”.
Durante los pasados días hemos estado leyendo
cómo los escribas, fariseos, sacerdotes, doctores de la Ley y herodianos,
continuamente interrogan a Jesús delante de la multitud, sin éxito, en un burdo
intento de ponerlo en aprietos.
Hoy vemos que es Jesús quien toma la iniciativa
y formula una pregunta que pone en aprietos a sus interlocutores. Para ello,
como siempre que debate con sus opositores, echa mano de su vasto conocimiento
de las Escrituras, y cita el Salmo 109 (que se le atribuía a David), en el cual
este llama “Señor” a su descendiente y Mesías. Por eso la pregunta con la cual
Jesús “remata” su argumento: “Si el mismo David lo llama Señor, ¿cómo puede ser
hijo suyo?”
Esa pregunta, sobre la identidad de Jesús
(¿quién es en realidad Jesús?), resuena a lo largo de todo el relato evangélico
de Marcos. Y todo su Evangelio, escrito para los paganos de la región de lo que
hoy es Italia, va dirigido a contestar esa pregunta: Jesús es el Hijo
de Dios; el verdadero y único Dios. Además, Marcos acentúa la doble naturaleza de Jesús (una sola persona;
dos naturalezas: divina y humana).
Así, Marcos presenta a los paganos un Jesús
poderoso en obras. Él solo hace todo lo que los dioses paganos hacen
parcialmente. Luego, Jesús es realmente Dios. Además, Marcos nos presenta
también un Jesús cercano, familiar, que conoce los sentimientos y emociones de
los hombres. Jesús es Dios y hombre verdadero.
En el Evangelio según san Marcos Jesús también
se presenta como el cumplimiento y realización de las promesas y esperanzas
mesiánicas del Pueblo de Israel, pero desvestidas de las expectativas que
encarnaban al Mesías esperado (“Hijo de David”) en un rey temporal que los iba
a liberar del yugo del Imperio Romano, devolviendo a Israel el poderío político
y económico del que disfrutó durante el reinado de David. Contrario a esas
expectativas, Jesús se presenta ante el Pueblo como alguien diferente: el
verdadero Hijo de Dios, el Mesías que viene a dar cumplimiento al proyecto del
Padre que es la construcción del Reino, Reino cimentado en el Amor, Reino que
no es de este mundo (Cfr. Jn
18,36). Ese concepto de mesianismo no se acomodaba a los intereses judíos y por
eso lo rechazaron (Cfr.
Jn 1,11).
El último verso de este pasaje nos dice que “la
gente, que era mucha, disfrutaba escuchándolo”. Esa multitud anónima, la misma
que recibió a Jesús con vítores durante su entrada triunfal a Jerusalén,
terminaría crucificándolo una semana después. ¿Dónde quedó el “disfrute”?
Como siempre, el nacionalismo y la violencia
resultaron más atractivos a la multitud que el mensaje de Amor de Jesús.
Miremos a nuestro alrededor… ¿Es diferente hoy?
No hay comentarios:
Publicar un comentario