"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA UNDÉCIMA
SEMANA DEL T.O. (1) 19 - Junio - 2021
Las lecturas
evangélicas que nos ofrece la liturgia continúan presentándonos el “discurso
evangélico” o Sermón de la Montaña, que Mateo sitúa en su relato inmediatamente
después de la invitación de Jesús a sus discípulos a seguirle para convertirse
en “pescadores de hombres” (Mt 4,19). Podría decirse que el objetivo de este
discurso es explicar a sus discípulos lo que conlleva ser “pescador de
hombres”.
En la lectura que contemplamos hoy (Mt 6,24-34), Jesús remacha la
importancia de que sus seguidores tengan claro que las cosas del Reino no
pueden estar supeditadas al dinero; que no podemos vivir apegados al dinero
porque este se convertirá en un obstáculo para el seguimiento. Ser discípulo
implica, entre otras cosas, “seguir” al maestro e “imitar” al maestro. Y si
algo caracterizó a Jesús toda su vida fue el desapego a las cosas materiales.
Nació pobre y desnudo, teniendo por cuna un pajar, y murió también desnudo,
clavado de un madero (estamos acostumbrados a ver la imagen de Cristo
crucificado con un especie de taparrabo, pero en realidad a los crucificados se
les colgaba desnudos).
“Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y
querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del
segundo. No podéis servir a Dios y al dinero”. El texto original personifica al
dinero con el nombre de Mammón,
como un dios pagano, para que quede claro que Jesús no condena la riqueza en sí
misma, sino el endiosarla al punto de “competir” con Dios por nuestra lealtad.
El dinero, las cosas materiales (como el alimento y el vestido) pueden
quitarnos la libertad, al punto de “agobiarnos” (verbo que se utiliza cinco
veces en este pasaje) para obtenernos o conservarlos. Jesús enfatiza el valor
de la vida eterna por encima de esas preocupaciones.
El texto que le sigue es el que se refiere a los pájaros, “que ni
siembran, ni siegan, ni almacenan”, y sin embargo el Padre celestial los
alimenta; y a los lirios que “ni trabajan ni hilan” y a pesar de eso crecen.
Este texto no debe entenderse como una exhortación a la holgazanería, a “vivir
del cuento” como decimos en Puerto Rico. Tenemos que confiar en la Providencia
Divina, pero también tenemos que hacer lo necesario para ganar nuestro
sustento, como sembrar y cosechar, etc. (“el que no quiera trabajar, que no
coma”. Cfr.
2 Tes 3,10). Lo que no podemos es permitir que esos afanes acaparen nuestro
esfuerzo, agobiándonos al punto de privarnos de la libertad que nos permite
aspirar al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra (la
virtud de la esperanza).
Es decir, Jesús no nos está diciendo que podemos sentarnos a esperar que
Él nos provea todas nuestras necesidades. Por el contrario, nos está diciendo
que, al igual que lo hace con los pájaros, Dios va colmar con creces nuestra
actividad, por más humilde que sea, especialmente cuando esa actividad está
ligada al “Reino de Dios y su Justicia” (v.33). Lo demás, “se nos dará por
añadidura”.
“Danos hoy nuestro pan de cada día…”
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