"Ventana abierta"
‘La violencia contra las mujeres, una lacra que no cesa’, Carta pastoral del Arzobispo de Sevilla
Queridos hermanos y
hermanas:
El dramático crecimiento de
los actos de violencia doméstica que se viene registrando en los últimos años
en España, pone de manifiesto la urgencia de responder a la llamada que nos
hiciera el Papa Juan Pablo II, con ocasión de la IV Conferencia Mundial sobre
la mujer, celebrada en Pekín en 1995: “A las puertas del tercer milenio no podemos permanecer impasibles
y resignados ante este fenómeno. Es hora de condenar con determinación,
empleando los medios legislativos apropiados de defensa, las formas de violencia
que con frecuencia tienen por objeto a las mujeres”.
Como ha señalado repetidas
veces el Papa Francisco, quien contempla los sufrimientos de nuestro mundo con
los ojos del Evangelio no puede permanecer ajeno ante el incremento de la
violencia que se registra en el ámbito familiar, que afecta a los mayores y a
los no nacidos, pero que se centra sobre todo en las mujeres maltratadas. En
este último caso, la violencia se ejerce como medio de control de la mujer, sea
esposa o pareja de hecho, a través del miedo y la intimidación, e incluye el
abuso emocional y psicológico, los golpes y el ataque sexual, llegándose, tal
como nos muestran las crónicas de sucesos de los medios de comunicación, a
terribles homicidios que culminan en muchos casos con el suicidio o autolesión
del propio agresor.
Los estudios que se han
realizado sobre este problema demuestran que la violencia doméstica se produce
en familias de todos los niveles económicos y de educación, y que tiene difícil
pronóstico, ya que la violencia se ejerce normalmente en la privacidad de los
hogares, donde muchas veces queda envuelta en el silencio.
Por lo que se refiere a las
causas de este grave fenómeno, los especialistas sostienen que un pequeño
porcentaje de los casos se debe a un desorden psicofísico. En muchos casos
intervienen otros factores, como son el alcoholismo, la drogadicción o una
situación laboral precaria. Los hombres que maltratan a sus mujeres son
normalmente extremadamente celosos y posesivos, y lo más preocupante es que
muchos de ellos han crecido en hogares en los que ya se ejercía la violencia.
Los terapeutas familiares señalan, en efecto, que la violencia familiar es una
conducta aprendida, que se transmite de generación en generación.
En muchos casos los hombres
que maltratan a sus mujeres se sienten justificados para actuar de esta forma
como consecuencia de una determinada cultura que propugna la superioridad del
varón sobre la mujer. Entonces recurren a la violencia como un modo de
dar cauce a sus tensiones, frustraciones y problemas de todo tipo, en una
sociedad saturada de violencia en el cine y en la televisión.
Frente a esta mentalidad,
debemos recordar que el hombre y la mujer son seres humanos con la misma
dignidad, y que ambos fueron creados a imagen de Dios. El modo de actuar de
Jesús en sus encuentros con mujeres marginadas en la sociedad judía de
entonces, como es el caso de la hemorroisa (Mc 5,25-34) o la mujer sorprendida
en adulterio (Jn 8,1-11), también nos impulsa a estar cerca de las mujeres
maltratadas, para las que se deben reivindicar medidas legales de protección.
Pero el endurecimiento de
estas medidas no es suficiente para salvaguardar la dignidad de la mujer. Por
ello, hay que hacer un esfuerzo, tan grande como sea posible, para erradicar
las verdaderas causas que propician el actual incremento de los casos de
violencia doméstica, que son en realidad factores de tipo cultural o
ideológico. En este sentido, convendría no perder de vista la relación que
establece el Directorio
de la pastoral familiar de la Iglesia en España entre la
violencia contra las mujeres y la revolución sexual, de mediados del siglo XX,
y que conforma en gran medida actualmente la relación hombre-mujer (n. 11).
Personalmente estoy convencido
de que en la raíz del problema está la desaparición de Dios del horizonte de la
vida diaria de tantos hermanos nuestros. Por ello, hemos de intensificar la
evangelización y el anuncio de Jesucristo a nuestro pueblo, sin olvidar el
anuncio de la moral cristiana y del Evangelio de la Familia, que es manantial
de respeto por la dignidad de la mujer, de amor, paz y reconciliación. Es este
el mejor camino para luchar contra la marea negra de la violencia contra las
mujeres, que si se ejerce dentro del matrimonio, encierra una especial malicia
moral, ya que el amor del esposo por la esposa siempre debe ser signo del amor
de Jesucristo por su Iglesia. Ello exige, en consecuencia, un amor del todo
especial, protección y respeto.
Concluyo mi carta semanal
invitando a acoger y ayudar con amor a las mujeres maltratadas desde nuestras
parroquias y desde nuestras Cáritas, a acompañar desde nuestros COFs a los
matrimonios en dificultades y a ayudar a los novios a prepararse auténticamente
para el matrimonio.
Para todos, mi saludo fraterno
y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina, Arzobispo de Sevilla
26 octubre 2018.
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