"Ventana abierta"
COMENTARIOS A LA PALABRA DE DIOS
DOMINGO XXVIII (T.
ORDINARIO)
-DIOS, SABIDURIA, ES NUESTRA MAYOR RIQUEZA-
Sb.
7, 7-11
7
Por eso pedí y se me concedió la prudencia; supliqué y me vino el espíritu de
Sabiduría.
8 Y
la preferí a cetros y tronos y en nada tuve a la riqueza en comparación de
ella.
9
Ni a la piedra más preciosa la equiparé, porque todo el oro a su lado es un
puñado de arena y barro parece la plata en su presencia.
10
La amé más que la salud y la hermosura y preferí tenerla a ella más que a la
luz, porque la claridad que de ella nace no conoce noche.
11
Con ella me vinieron a la vez todos los bienes, y riquezas incalculables en sus
manos.
- La exposición del aprecio de
Salomón por la Sabiduría se apoya en el dato de I Re. 3, 10 y en los
textos sapienciales que ensalzan la sabiduría por encima de los bienes
preciosos de la vida: Jb. 28, 15-19; Pr. 3, 14-15; 8, 10-11..Oró Salomón en
Gabaón a Jahvé pidiéndole la sabiduría práctica, no para su propio
gobierno, sino para el pueblo (I Re. 3, 9), para discernir el bien del mal y
Jahvé se la concedió. Sab. 9; Eclo. 47, 12-17.
- A este acierto en el gobierno, añade el
autor del libro algunos valores estimados sobre todo por los griegos: la
salud: Eclo. 1, 18; 30, 14-16; la belleza: Sal. 45, 3; Eclo.
26, 16-17; 36, 22 y la luz del día Eclo. 11, 7.
- Todo lo que hay en el mundo: “soberbia de la vida”: cetros y tronos, “codicia de la carne”: la riqueza, la piedra preciosa, el
oro, la plata y la “codicia de los ojos”: salud y belleza (I
Jn. 2, 16). Todo ésto se desvanecerá, por tanto no es Dios, ni la sabiduría de
Dios que (v. 10) es inextinguible. Así Salomón despreció todas estas cosas por
amor a la Sabiduría. Después Jesús proclamará más abiertamente estos valores
trascendentes y los depositará en algunos escogidos para vivirlos en un seguimiento
perfecto de su doctrina y Persona. Son los consejos evangélicos de
obediencia: cetros y tronos; riqueza; oro, plata, etc., bajo cuya renuncia está
la pobreza y la castidad, que no se acoge a la salud y a la belleza de este
mundo.
- La sabiduría es como la luz y quien se
acoge a ella no caminará en tinieblas porque su resplandor le acompaña en cada
paso de su vida: “me propuse tenerla como luz”. Mas por haberse conformado
sólo a su posesión todos los bienes juntos vinieron tras la sabiduría (v. 11).
Segunda Lectura: Heb. 4, 12-13
12
Ciertamente, es viva la Palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada
alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu,
hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del
corazón.
13
No hay para ella criatura invisible: todo está desnudo y patente a los ojos de
Aquel a quien hemos de dar cuenta.
- Este himno se halla al
final de la primera parte de la carta y nos hace volver el pensamiento al
comienzo de la misma (1, 3). Dios, anteriormente, nos ha hablado (Is. 49, 2)
por medio de los profetas, ahora lo ha hecho por el Hijo, que es la
Palabra. Que nadie la tenga en poco, viendo sólo en ella una mera palabra y
no también obras y eficacia. Dios no sólo ha hablado, sino que calló en la
muerte de su propio Hijo, un callar sangriento que “habla más elocuente que
la sangre de Abel” (12,
24). Esta palabra de las “obras de Dios” es flaca e impotente desde el punto de vista
humano, sólo la fe sabe de la fuerza y la
vida que encierra esta Palabra de Dios y su poder decisivo en el mundo
y en toda su historia (Jn. 12, 48) (Ap. 19, 13). Mas los que la ignoran o
desoyen serán juzgados por la misma palabra que los argüirá de pecado.
(v. 12) Los fieles,
por el contrario, la oyen y en ellos es viva y eficaz (I Pe.
1, 23).
- Esta palabra juzga las intenciones secretas
e impulsos del corazón del hombre en su búsqueda del “descanso divino” (4, 1-11).
- Ya S. Pablo en (I Tes. 5, 23) nos muestra
al hombre con tres partes: cuerpo, alma y espíritu.
Espíritu es aquí el principio divino de la nueva vida en Cristo (Rm. 5, 5), la
parte más elevada del hombre, abierta a la influencia del Espíritu Santo (Rm.
1, 9) (Ap. 1, 16) (Ef. 6, 17).
(v. 13) -
Todo está al desnudo ante los ojos de Dios que ha de juzgarnos (Jb. 34, 21-22)
(Sb. 1, 6).
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