"Ventana abierta"
Comentarios de la Palabra de Dios
DOMINGO XXXI (T.
ORDINARIO)
CICLO B
- AMARAS AL SEÑOR TU DIOS -
Dt.
6, 2-9
2 A
fin de que temas a Yahveh tu Dios, guardando todos los preceptos y mandamientos
que yo te prescribo hoy, tú, tu hijo y tu nieto, todos los días de tu vida, y
así se prolonguen tus días.
3
Escucha, Israel; cuida de practicar lo que te hará feliz y por lo que te
multiplicarás, como te ha dicho Yahveh, el Dios de tus padres, en la tierra que
mana leche y miel.
4
Escucha, Israel: Yahveh nuestro Dios es el único Yahveh.
5
Amarás a Yahveh tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu
fuerza.
6 Queden
en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy.
7
Se la repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto si estás en casa como
si vas de viaje, así acostado como levantado;
8
las atarás a tu mano como una señal, y serán como una insignia entre tus ojos;
9
las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas.
- He aquí el espíritu de la religión
deuteronómica.
(v. 2-3) - “Temer a Jahvé” es expresión típica de la fidelidad a la Alianza.
En adelante el “temor” (Ex. 20, 20) implica a la vez un amor que responde
al de Dios y una obediencia absoluta a todo lo que Dios manda (6, 2-5; 10,
12-15; Gn. 22, 12). El contenido religioso y moral de este temor se irá
afinando sin cesar (Jos. 24, 14; I Re. 18, 3.12; Is. 11, 2).
(v. 4) - “Escucha Israel, Jahvé
nuestro Dios, es el único Jahvé”. Esta expresión es afirmación de monoteísmo. Es el
comienzo de la oración llamada SHEMA (“Escucha”) que sigue siendo una de las preferidas de la piedad
judía.
- A lo largo de la historia de Israel,
esta fe en un Dios único no cesó de desprenderse de la fe en
la elección y la alianza (Gn. 6, 18; 12, 1). La existencia de otros dioses no
se llegó a afirmar nunca expresamente en los tiempos antiguos, pero la
afirmación del Dios vivo, único Señor del mundo, lo mismo que de su
pueblo (Ex. 3, 14; I Re. 18, 21; Am. 4, 13; Mi. 1, 11) se refuerza cada vez más
con una negación sistemática de los falsos dioses (Sb. 14, 13; Is. 40, 20).
(v. 5)
- El amor de Dios no es algo que quede a elección,
es un mandamiento. Este amor, que responde al amor de Dios hacia su pueblo (7,
8; 10, 15) incluye el temor de Dios, la obligación de servirle y la
observancia de sus preceptos (v. 13); (10, 12-13; 30, 2). Este
mandamiento, no se encuentra explícito fuera del Dt., pero su equivalencia se
da en II Re. 23, 25; Os. 6, 6). Aunque falte la letra del precepto, la realidad
del amor a Dios llena los libros proféticos, sobre todo Oseas, Jeremías y los
Salmos. Jesús, citando (Dt. 6, 5) dirá que el mayor de los mandamientos es el
amor de Dios (Mt. 22, 37). Un amor que es compatible con el temor filial, pero
que excluye el temor servil (I Jn. 4, 18).
Segunda Lectura: Hb. 7, 23-28
23
Además, aquellos sacerdotes fueron muchos, porque la muerte les impedía
perdurar.
24
Pero éste posee un sacerdocio perpetuo porque permanece para siempre.
25
De ahí que pueda también salvar perfectamente a los que por él se llegan a
Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor.
26 Así
es el Sumo Sacerdote que nos convenía: santo, inocente, incontaminado, apartado
de los pecadores, encumbrado por encima de los cielos,
27
que no tiene necesidad de ofrecer sacrificios cada día, primero por sus pecados
propios como aquellos Sumos Sacerdotes, luego por los del pueblo: y esto lo
realizó de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.
28
Es que la Ley instituye Sumos Sacerdotes a hombres frágiles: pero la palabra
del juramento, posterior a la Ley, hace el Hijo perfecto para siempre.
(v. 23-25) - Cristo, sacerdote
eterno, ejerce en el cielo su oficio de mediador e intercesor (Rm.
8, 34; I Jn. 2, 1). Su petición es análoga a la del Espíritu Santo que
intercede ante Dios a favor de los santos (Rm. 8, 27; 7, 27).
(v. 27) -
Esta ofrenda única de Cristo, se sitúa en el centro de la historia
de la salvación, dando fin al largo periodo de preparativos (Rm. 10, 4). Esta
es la “plenitud
de los tiempos” (Gal.
4, 4), el “tiempo
presente” y
se inaugura la era escatológica. Aunque el plazo del último día (I
Cor. 1, 8) es aún diferido por un periodo intermedio de duración indeterminada.
Lo esencial de la salvación está ya adquirido desde el instante en que el
hombre, en la persona de Cristo, ha muerto al pecado y ha resucitado a la vida
nueva. Esta eficacia absoluta y definitiva del sacrificio de Cristo queda
esencialmente subrayada por Hebreos: el sacrificio único (10,
12.14) realizado “de una vez para siempre” (9, 12.26.28; 10, 10; I Pe. 3, 18) se contrapone a
los sacrificios de la antigua alianza, indefinidamente repetidos porque eran
incapaces de procurar la salvación.
(v. 28) -
Comparar con la promesa anterior a la ley mosaica (Ga. 3, 17). El Hijo es sacerdote “para siempre” (5, 9).
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