"Ventana abierta"
‘En honor a la verdad’, carta del
Arzobispo de Sevilla sobre las inmatriculaciones de bienes eclesiásticos
Queridos hermanos y
hermanas:
Cualquiera que siga
mínimamente la actualidad habrá advertido que en los últimos meses aparecen en
los medios de comunicación opiniones a favor y en contra de las inmatriculaciones
de bienes eclesiásticos llevadas a cabo en los últimos años por la Iglesia en
España en los Registros de la Propiedad. Algunos las califican como
fraudulentas. Se refieren sobre todo a la Mezquita-Catedral de Córdoba, a la
Catedral de Sevilla, con la Giralda y el Patio de los Naranjos, y a la Catedral
de la Seo de Zaragoza. Las dos primeras fueron inmatriculadas respectivamente
en los años 2006 y 2010, es decir en los años de mi servicio a Córdoba primero
y a Sevilla después. Esta circunstancia me autoriza a pronunciarme con
conocimiento de causa sobre estos hechos. Lo hago en honor a la verdad para
salvaguardar el buen nombre de la Iglesia.
Puedo asegurar que la Iglesia
no ha sustraído nada a nadie, ni se ha apropiado de algo que no fuera nuestro, es
decir, del Pueblo de Dios. Hemos inmatriculado en los Registros de la Propiedad
los bienes que siempre han sido de la Iglesia, bienes que ella creó, que ha
conservado y cuidado con diligencia, y que pone a disposición de todos,
creyentes y no creyentes, en primer término, para el culto y la evangelización,
su genuina razón de ser, y también para la difusión cultural de nuestro
patrimonio. No se inmatricularon antes, porque hasta 1998 estaba prohibida la
inscripción en los Registros de la Propiedad de los templos destinados al culto
católico. Lo permitió, por razones de seguridad jurídica en dicho año, el
gobierno del Partido Popular a través de una modificación del Reglamento
Hipotecario, que considerando inconstitucional la señalada prohibición, autorizaba
a la Iglesia a registrar sus edificios, incluidos los templos, siguiendo para
ello el procedimiento previsto en el artículo 206 de la Ley Hipotecaria y los
artículos concordantes de su Reglamento.
Esta posibilidad fue suprimida
en el año 2015. Mientras tanto, en las dos legislaturas de gobiernos
socialistas (2004-2011), el régimen jurídico de las inmatriculaciones de los
inmuebles eclesiásticos permaneció vigente. Al amparo del mismo, la diócesis de
Córdoba inmatriculó algunos bienes en los años de mi servicio pastoral a dicha
Iglesia particular. Otro tanto ha llevado a cabo la archidiócesis de Sevilla en
estos años y en el periodo del cardenal Amigo Vallejo.
Por lo que respecta a la
Catedral de Córdoba, a pesar de que desde instancias municipales se asegura que
la mezquita–catedral nunca ha sido propiedad de la Iglesia, cuarenta y tres
eminentes medievalistas aseveran lo contrario. La documentación archivística de
la propia catedral, que está al alcance de los investigadores y que en estos
días se ha dado a conocer, no admite lugar a dudas. El obispado de Córdoba y su
cabildo tienen títulos jurídicos fehacientes para defender la propiedad de la
mezquita-catedral por la Iglesia católica.
Además, poseen títulos
históricos incontestables. Las excavaciones arqueológicas dirigidas por el
arquitecto Félix Hernández en los años treinta del siglo pasado demostraron la
existencia en el subsuelo de la mezquita-catedral de un complejo episcopal que
puede datarse entre los siglos IV y VI. Allí se encuentran los restos arqueológicos
de la basílica visigótica dedicada a san Vicente Mártir. Sería deseable que
prosiguieran las excavaciones. Se descubrirían, sin duda, la domus episcopalis,
es decir la casa del obispo y de los clérigos, la escuela clerical y los
servicios de caridad del obispo. En el año 2004, descubrimos y expusimos a la
contemplación de los visitantes y turistas una parte mínima de la basílica, un
pequeño sacellum o
habitación donde se reservaba la Eucaristía para los enfermos. Tanto los muros,
construidos en el siglo VI, como la solería de mosaico del siglo IV, están
plagados de símbolos cristianos. Como curiosidad, quiero decir que en los muros
se pueden contemplar ladrillos de autor, es decir firmados en uno de los lados. Junto
al característico crismón cristiano se puede percibir la siguiente leyenda: ex oficina Leontii, es
decir, del alfar de Leoncio. Todo este complejo fue destruido tras la invasión
musulmana del año 711, aprovechando sus materiales para construir parte de la
mezquita, cuya estructura arquitectónica básica se ha mantenido posteriormente
gracias al cuidado de obispos y cabildos.
La Mezquita de Córdoba fue
donada por el rey Fernando III el Santo a la Iglesia tras la rendición de la
ciudad el 29 de junio de 1236, siendo purificada y consagrada al día siguiente
por el obispo de Osma, Juan Domínguez. Por lo demás, las autoridades civiles,
tanto nacionales y autonómicas como municipales, han reconocido múltiples veces
en la firma de diversos convenios que obran en la secretaría del cabildo cordobés,
que la diócesis y dicho cabildo son los legítimos titulares de la
mezquita-catedral, propiedad indiscutible de la Iglesia cordobesa. Un ejemplo
paradigmático, aunque no único, es la firma de un convenio para la restauración
del coro y del crucero que un servidor suscribió solemnemente en la capilla de
Villaviciosa de la catedral cordobesa el 12 de mayo de 2006 con la señora
ministra de Cultura, doña Carmen Calvo. En dicho convenio se reconocía que la
diócesis de Córdoba y su cabildo son los titulares del edificio.
Por lo que respecta a la
Catedral de Sevilla las cosas sucedieron de forma análoga a lo acontecido en
Córdoba. San Fernando entregó a la Iglesia hispalense la antigua mezquita, con
el alminar y el Patio de los Naranjos, indisolublemente unidos a aquella.
Entre los muchos documentos conservados en el archivo de la catedral, que
avalan desde el siglo XIII la donación de la mezquita mayor a la Iglesia de
Sevilla, baste mencionar el conocido privilegio de Alfonso X el Sabio de 5 de
agosto de 1252 por el que da a la Iglesia hispalense “todas las mezquitas que son en Seuilla, quantas fueron en tiempos
de moros, que las aya libres e quitas pora siempre por juro de heredat”.
Se exceptúan tres “que
son agora sinogas de los judíos”. Más tarde, en el año 1285, el rey
Sancho IV cedió al cabildo el derecho de patronazgo real sobre las parroquias
de la ciudad de Sevilla y arzobispado, salvo las excepciones de El Salvador y
algunos priorazgos. A lo largo de los siglos, la propiedad por parte del
arzobispado y su cabildo sobre su catedral no ha sido cuestionada por nadie,
hasta el punto de que, en el decreto de desamortización de 1841, en el que se
establece que “todas las propiedades del clero secular… son bienes nacionales”
(art. 1º), se exceptúan “los edificios de las Iglesias catedrales,
parroquiales, anejos o ayuda de parroquia” (art.6º).
Durante más de siglo y medio
el arzobispo y el cabildo de Sevilla se sirvieron de la mezquita almohade para
el culto cristiano, hasta que el cabildo catedralicio decidió el 8 de julio de
1401 construir un nuevo templo, pues la antigua mezquita almohade se encontraba
en precario estado de conservación después del terremoto ocurrido en 1356.
Según la tradición oral sevillana la decisión de los canónigos se plasmó en las
siguientes palabras: «Hagamos una iglesia tan hermosa y tan grandiosa que los
que la vieren labrada nos tengan por locos». Según el acta capitular de aquel
día la nueva obra debía ser «una tal y tan buena, que no haya otra su igual».
En consecuencia, podemos afirmar sin temor alguno a equivocarnos, que la Magna Hispalensis fue
construida por la Iglesia, del mismo modo que es evidente que tanto ella como
la singularísima mezquita-catedral cordobesa, están hoy magníficamente
conservadas gracias al compromiso constante de obispos y cabildos.
Después de todo lo escrito,
manifiesto mi perplejidad por esta deriva incomprensible sobre los bienes
inmuebles de la Iglesia, deriva que a mi juicio no se funda en argumentos
objetivos de carácter jurídico o histórico, sino en apriorismos y prejuicios.
Estoy convencido de que la pretensión de anular las inmatriculaciones para que
estos edificios señeros pasen a propiedad pública no tiene recorrido legal.
Pido a Dios que la verdad se abra camino y la convivencia respetuosa se afiance
entre nosotros.
Para todos, mi saludo fraterno
y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina, Arzobispo de Sevilla
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