"Ventana abierta"
Dedicado a nuestra madre en su fallecimiento. 23 - Junio - 2018
Hoy día 23 de Junio del corriente 2018, ha fallecido nuestra querida madre a las 9:30 de esta aciaga mañana.
Hay ángeles en el mundo y nuestra madre
fue uno de ellos.
Fuiste nuestro ángel en la tierra y lo
seguirás siendo ahora desde el Cielo.
Aunque veíamos cómo te ibas apagando
lentamente, no nos hacíamos a la idea de que llegara este momento en el que nos
abandonaras, para retornar de nuevo a la Casa del Padre.
Cómo quisiéramos seguir acariciando tus benditas
manos, madre mía, como lo hicimos siempre y, más especialmente en los últimos
días de tu existencia entre nosotros.
Ahora que ya te has ido, es cuando
podemos dar rienda suelta a tantas lágrimas contenidas durante tanto tiempo, y que, ahora es tan difícil ya de retener.
Seguro que ya estarás bailando en el
Cielo y cantando en el coro de los Ángeles. Ya te encontrarás verdaderamente
resucitada.
Los antiguos cristianos expresaban la
resurrección, no pintando la figura de Cristo saliendo del sepulcro, pintaban a
Cristo tomando de la muñeca a Adán sacándolo del abismo.
Eso es la Resurrección
de Cristo, que Él victoriosamente sale del abismo, llevando tras de sí una
multitud de cautivos, es la mejor manera de expresar la resurrección.
Sabemos por la fe, que esto es verdad,
porque lo ha dicho Jesús en el Evangelio... Es Misterio y no lo entendemos,
pero la Fe nos ilumina: “Yo estaré con vosotros hasta el fin
del mundo”...
Sobre un reloj antiguo está escrito: "Ten por cierto que una de estas horas es la tuya".
Recordemos que si bien el morir nos entristece, consuela el corazón la esperanza de llegar hasta Dios y no dejarle nunca: "Dios de vivos es Dios, que no de muertos".
Nada importa o importa menos, que todas las horas hieran y la última mate.
Si la tristeza pone cerco a nuestro corazón e invade sus fronteras, si el dolor hace nido en nuestra alma y nos tortura, hagámoslo saber a Aquel en quien confiamos y que está cerca de nosotros; será nuestra lágrima su lágrima, nuestro dolor su dolor.
Pienso que Dios dijo:
"Cuando un ¡ay! es dicho por dos o más de vosotros, me llega al Corazón y allí encuentra remedio".
"Llorad con los que lloran -aconseja el Libro- las lágrimas se secan mezclándolas; son aquellas lágrimas que nacen en lo profundo del corazón, se recogen en los ojos y, desde allí recorren el camino hasta el cuenco de las manos de Dios.
Las lágrimas que se comparten aligeran la carga del dolor y lo hacen más llevadero y más fecundo; y, como ninguna lágrima se pierde, Dios las recoge todas, nos serán devueltas convertidas en alegría y vida.
Se nos invita a ser como la pequeña piedra de la orilla. Cuando Dios pase, cuando su mano la recoja y la arroje al Lago de la Vida, la pequeña piedra turbará la superficie del agua con incontables círculos, pero cuando alcance la profundidad, se quedará en una gran quietud. se nos invita a que nuestro corazón sea como la pequeña piedra, Dios está esperando en el fondo.
¿Por qué Dios hace estas noches del día, estas oscuridades, esta angustia? – nos preguntamos-. Si quisiéramos escuchar oiríamos su voz:
“Dios no hace la oscuridad ni la angustia, Dios está al otro lado amaneciendo”.
No nos apene ver atardecer nuestra vida, tiene el atardecer una luz especial, un sosiego, un silencio… y Dios está más cerca.
Nuestra madre nos ha enseñado que ciertamente se muere como se ha vivido, y que este momento no se improvisa; su manera de morir estaba siendo reflejo de lo que ella había sido y de cómo había vivido.
He querido compartir con vosotros su última lección, en la que nos ha enseñado cómo hay que vivir: ¡¡ agarradas fuertemente al Señor y centradas en Él, que es lo único importante!! Y poder morir: ¡¡dispuestos para soltar las amarras del norai del puerto, cuando Él quiera!!
Llegó la hora de zarpar, todo estuvo ya dispuesto. El barco continuó su periplo. Comenzó esta singular singladura rumbo a otro puerto. Navegó hasta el infinito al que nos agarramos todos. ¿Qué sentirán al despedirse? 'Sólo Dios lo sabe! Un misterio, todo es misterio.
Creo que fue Heráclito. Heráclito decía... "Todo cambia, todo pasa"... y yo pienso que sin ellos, vivimos sin vida o lo que es peor, morimos sin muerte. Nada es igual. La vida sigue con sus días y sus noches cargados de alegrías, tristezas, emociones indescriptibles, recuerdos, nostalgias, ilusiones y sueños. Migajas, que van mitigando el hambre y la sed que sentimos por ellos, nuestros seres queridos.
Todo es fugaz, todo pasa rápido, volando, cuando estamos disfrutando de su presencia, en definitiva de su amor y cercanía.
Ya cumplió con todas las expectativas de Dios aquí en la tierra y Dios quiso llevarla con Él. Esto resulta ser doloroso para nosotros, pero para ella es la felicidad plena, en la que todos, cuando se cumplan nuestros días, querremos ser también partícipes.
Nuestro Padre se la llevó con Él, para llenarle los ojos de estrellas, y, así poder ver brillar la Luz de su Gloria con nuevo resplandor. La Gloria del Señor la envolvió en su Claridad, y ella fue con vela encendida al encuentro y al abrazo de su Salvador, diciéndole:
"Señor, yo he vivido esperándote,
y los latidos de mi corazón eran tus pasos acercándote".
Y recibió al Autor de la Vida abriendo las puertas de su corazón de par en par, y Dios la llenó de su Luz y de su Paz. Y seguro que también le dijo:
"Hija mía, ven Conmigo, ¿tienes hambre?"
La clave está en la sonrisa de Dios al recibir a sus hijos en su Casa para siempre.
¡La clave es su sonrisa, y Dios siempre sonríe!
Allí ya no habrá
lágrimas ni enfermedad, ella no ve ya a Dios veladamente, sino cara a cara, y
Él en su gran misericordia, la ha acogido con manos benditas de Padre.
Así podemos imaginar a Dios:
Buen Pastor reuniendo a todas sus ovejas.
Padre acunando a sus hijos cansados de errar por esta vieja tierra.
Creador escribiendo la última y gozosa línea de su gran poema.
¡Cuánto cuesta ir avanzando sin las personas queridas, qué gran vacío dejan en el corazón; pero, al mismo tiempo qué alegría y qué agradecimiento por la fe en la resurrección, que nos hace vivir con tanta esperanza los acontecimientos de muerte!
Creo profundamente que desde allí ella
rogará por todos nosotros, ya que Dios, estoy segura, le habrá otorgado un lugar privilegiado junto
a Él, y también a nuestro padre y tita Carmen, los tres seres que más hemos
querido de nuestros mayores, y después todos los demás familiares y amigos que
ya nos precedieron.
Bienvenido al Cielo.
Mamá se fue al Cielo con 94 años, y
damos gracias a Dios por habérnosla dejado tanto tiempo con nosotros, a pesar de que nos duele y extrañamos muchísimo.
Ya te habrás encontrado con papá, con
nuestra tita Carmen que era como otra madre también para nosotros, y con todos
nuestros familiares que esperan allá... seréis inmensamente felices.
Estoy segura que el Cielo es más bonito
desde que vosotros llegásteis.
El Señor y su Madre Santísima os acogieron entre sus brazos, y ya
nunca más os soltarán.
A pesar de la profunda tristeza que la realidad de la muerte nos causa, se hace presente en nosotros la seria invitación a la profunda aventura de vivir, que nos sintamos vivos, que sintamos que hay vida en nosotros y que nuestra vida pasa a los demás.
Todo seguirá su curso, pero en el recuerdo van quedando todos los sentimientos agazapados.
Cuando no nos sintamos bien, acudamos a Dios.
Cuando no salga el sol, inventemos todas las estrellas.
Que nada nos haga sufrir ni llorar, hasta olvidar la alegría de la Resurrección.
Si Dios transformó con su aliento el barro, aliento quiere recoger y no barro.
Vivamos pues, profunda, plenamente, sintamos que en nosotros es verdad lo que cantó el poeta:
"Vivir es algo más que morir un poco cada día".
En la noche es cuando más brillan las estrellas, en la oscuridad quizás también descubramos que Alguien nos quiere, que Alguien nos acompaña, que el brazo de Dios nos sostiene, y el brazo de Dios también sabemos que es Jesucristo.
El Señor viene y llena el hueco de nuestra existencia, entra por nuestros poros, hace de nuestro corazón su Casa, y con su Sonrisa nos va consolando en las horas duras y de prueba.
He recogido aquí unas palabras de San
Agustín que, a pesar de ser muy
conocidas, no dejan por ello de ser hermosas:
“Una lágrima por el difunto se evapora.
Una flor sobre su tumba se marchita.
Pero una oración por su alma siempre la
recoge Dios”.
Mamá aquí en la tierra fue purificada, y seguro que desde ese lugar privilegiado del Cielo, nos seguirá ayudando y lo notaremos.
Ya están descansando en los brazos del
Señor, ya nos abandonaron y nos esperan
en el mejor sitio que tenemos, que es en el abrazo siempre tierno de Dios,
nuestro Padre.
El día 7 de Julio fue la misa por su
eterno descanso.
Falleció el día 23 de junio, dejando un
gran vacío en nuestro corazón, tanto en el de sus hermanos, como en el de nosotros sus hijos y nuestros respectivos cónyuges, igual que en el de sus nietos y biznietos y,
naturalmente en el de toda la familia que tanto la queríamos y la seguimos
queriendo, porque ella vive.
Según Jesús nos dijo, ya estará gozando
en los brazos de nuestro Señor de esa vida nueva que Él nos regaló con su
muerte y resurrección, celebrando esa felicidad que nunca se acaba.
Que nos sientan muy cercanos con nuestro
cariño, recuerdo y oración.
Tú nos dijiste que la muerte
no es el
final del camino
que aunque
morimos no somos
carne de un
ciego destino.
Tú nos hiciste, tuyos somos
nuestro
destino es vivir
siendo
felices Contigo
sin padecer
ni morir.
Cuando la pena nos alcanza
por un
hermano perdido
cuando el amor
dolorido
busca en la
fe su esperanza.
En tu Palabra confiamos
con la
certeza que Tú
ya le has
devuelto la vida
ya le has
llevado a la luz.
Cuando, Señor, resucitaste
todos vencimos Contigo
nos regalaste la vida
como en Bethania al amigo.
Si caminamos a tu lado
no va a faltarnos tu amor
porque muriendo vivimos
vida más clara y mejor.
Hoy es el primer día, de tantos que le seguirán, en el que
experimentamos la ausencia de nuestra madre y de todos nuestros seres queridos que un día volvieron de nuevo a la presencia del Señor.
¡Oh Señor!, ahora siento que me ha venido muy bien este paseo Contigo. Estoy como flotando, he salido de mi interior y es la mejor terapia para mi tristeza. He conseguido volar, evadirme un poco, disfrutar con los regalos que se nos ofrecen: el marido, los hijos, los nietos, la vida familiar, los amigos incondicionales, los gratos recuerdos... El sol volverá a brillar, sólo pido poder disfrutarlo mañana con alegría, con los recuerdos como reminiscencias del pasado y los sueños como esperanza para el futuro.
Una pequeña semblanza de nuestra vida
Hoy es un día de grandes recuerdos que nos retrotraen a la memoria ciertos episodios que ensombrecen un tanto la historia de nuestra existencia.
-El primer día fue cuando falleció nuestro
padre, contando 58 años de edad, los cumplió precisamente un día antes de su fallecimiento, después de una larga y penosa enfermedad, hombre bueno donde los hubiere,
mejor no se podía encontrar.
-Después le siguió nuestra inolvidable
tita Carmen, con 88 años de edad, que vivió y compartió su vida prácticamente con nosotros, y que
fue otra madre más para todos.
-Y ahora se nos ha ido nuestra madre,
después de sufrir una vida llena de penalidades, donde faltó prácticamente de
todo, excepto el cariño y el amor que ese siempre se nos fue ofrecido a raudales.
He de decir, que somos cuatro hermanos,
yo la única hembra y la mayor de ellos, luego me siguen tres varones.
Nacimos en un tiempo donde el alimento brillaba
por su ausencia o era más bien escaso, a pesar de los esfuerzos de nuestros
mayores por alimentarnos y darnos lo mejor que ellos pudieron. Fueron tiempos
difíciles y apenas nutridos.
Nos despertábamos cada madrugada al olor
de aquella malta hervida a modo de café que nuestro padre compensaba con un
poco de leche condensada para darle dulzor y un poquito de alimento.
Él acostumbraba a tomar ese vaso de
malta antes de irse a trabajar, y que nosotros astutamente nos despertábamos en
el momento oportuno debido a ese aroma que se expandía e inundaba la pequeña
habitación, y que él nos lo repartía en unos vasitos de catavinos pequeñitos,
pero que al ser nosotros cuatro hijos, el vaso se acababa y al final él se iba
a trabajar sin tomar nada.
He de hacer una observación, y es que
vivíamos en una casa de vecinos, en una sola habitación, por cierto muy
pequeña, donde se hallaba sólo una ventanita de reducidas dimensiones que
servía a modo de ventilación y que a su vez daba a un patinillo también
diminuto en el que apenas discurría aire mínimamente sano, puesto que la vecina
que vivía ahí tenía muchos gatitos y sin el aseo necesario, era natural que
entraran esos efluvios un tanto desagradables por la ventanita, que casi
siempre teníamos cerrada por ese motivo.
Sólo cabía una mesa en el centro,
alrededor de la habitación estaban las tres camas, la de matrimonio y otras dos
camas, una de ella de mueble, que se recogía durante el día para obtener más
espacio, donde estábamos repartidos dos hermanos en cada una, yo dormía con el
más pequeño y, raro era el día en el que no amanecía mojada de pis de mi
hermanillo; hay que tener en cuenta que en aquel entonces no existían estos pañales a modo de braguitas plásticas que no dejan pasar el orín fuera, y además absorben para que el bebé esté sequito hasta el nuevo cambio de pañal, del que hoy felizmente disponemos. En aquel tiempo simplemente constaban de unos piquillos de tela gruesa, creo recordar que era como de una especie de punto de algodón, en el que se ponía dentro otro paño con distintos dobleces que servía de empapadera, pero que había que estar muy pendiente para cambiárselo muy a menudo, porque si no se hacía así, el bebé se escocía, ya que se mojaba rápidamente.
Había un aparador frente a la mesa,
donde se guardaban los sencillos utensilios de cocina, platos, vasos… y una
pequeñísima alacena hecha en un hueco en la pared.
Había alguna silla, pero que para comer
a veces no necesitábamos, bastaba con sentarnos a los pies de la cama de
matrimonio que estaba junto a la mesa.
Por cierto que al estar nuestro padre
enfermo de bronquitis asmática crónica, se tenía que marchar a las cuatro de la
madrugada para llegar al otro extremo de la ciudad
prácticamente -les indico por tener un
punto de referencia, todos aquellos que conozcan Sevilla- desde cerca de la Macarena
donde vivíamos, hasta Triana, que era donde se encontraba su empleo, en la
Hispano Aviación, y donde se construían estos aviones.
Al padecer esa seria enfermedad, se
asfixiaba constantemente y, por ese motivo no podía coger el tranvía al ir muy
ocupado de trabajadores, que le quitaban el aire que necesitaba para respirar,
y que pensemos, era el único medio de transporte o locomoción que en aquel tiempo
existía. Nuestro padre, entonces, tenía que irse andando hasta el trabajo,
haciendo sentaditas en cada banco que encontraba, para así tomar aliento y
continuar el camino con renovadas fuerzas.
Cuando llegaba a su punto de destino, ya
nos podemos imaginar, cómo llegaría para comenzar el trabajo a las ocho de la
mañana. Y cuando terminaba la jornada volvía a casa de la misma manera que
había ido, caminando y sentándose para descansar a cada tramo del camino,
llegando a casa de noche, y a las cuatro de la mañana del siguiente día, vuelta
a empezar, y así sucesivamente cada jornada.
Hasta que ya cayó totalmente mal y no pudo continuar desempeñando su
trabajo, ni ningún otro, porque había que moverle hasta una simple silla de un
sitio a otro de la casa para que se sentara, ya que él no tenía ni fuerzas para
hacerlo por sus propios medios desgraciadamente.
Su médico de familia y los especialistas que lo trataban, nos indicaron encarecidamente que él necesitaba una sobrealimentación porque estaba muy débil y apenas comía, se mantenía de alguna yema de huevo batida con Mostelle y Ceregumil con lo que intentaba mi madre fortalecerle -porque entonces se creía que la yema tenía más alimento que la clara- y cuando acumulaba unas pocas de claras, antes de que se echaran a perder nos hacía una tortilla a los hijos, con un poquito de azafrán para darle color.
Tuvimos que ser ayudados por Cáritas y
por la empresa donde desempeñó su trabajo y gastó las pocas energías de que disponía. Tenía grandes compañeros y amigos, que nos visitaban en casa muy seguido para interesarse por su salud. Gracias a ellos, que fueron los que dieron la voz de alarma de las necesidades que estábamos sufriendo, que al llegar a oídos de la empresa, en compensación por los años trabajados y a través de su Asistenta Social, Srta. Soledad, nos comenzaron a ayudar con algunos víveres para mantenernos a esta familia de seis que éramos; y, con uno de mis hermanos, el mayor de ellos, intercediendo en Los Salesianos de la Trinidad, para que lo admitieran, y a mí particularmente por ser la mayor de todos, en un afamado instituto; también en los estudios que cursábamos, contribuía la empresa con ayudas de libros, matrículas, cuotas y demás...
Nuestra tita Carmen - a ella no le gustaba que le llamásemos tía,
ella quería que le dijésemos tita- hermana de nuestro
padre, se unía a nosotros, porque estaba prácticamente ciega por un
desprendimiento de retina intervenido y mal recuperado y, ya no hubo solución. Ella trabajaba de
limpiadora en los “Grandes Almacenes, El Águila” en el centro de Sevilla, pero
ganaba muy poco; además con el agravante añadido de la falta de visión que
hacía que se cayera más de una vez limpiando esas escaleras, haciéndosele muy difícil, por no decir imposible, continuar
ejerciendo esa tarea.
Más adelante tuvo la suerte -si así
podemos llamarle- o más bien diríamos la Providencia de Dios, de colocarse en la
“Delegación de Ciegos de la Once” de Sevilla, y ahora era ella la que también contribuía atendiéndonos en todo lo que buenamente podía.
Llevaba a casa un poquito de queso y otros alimentos más especiales para mi padre.
Mi madre en el momento de servírselo a mi padre, nos mandaba a jugar a la calle -en aquel entonces se podía estar en la calle con total libertad y sin riesgo alguno, eran otros tiempos- ella penaba por no podérnoslo dar, al no haber suficiente para todos y mi padre necesitarlo más.
Cuando mi madre lo ponía en la mesa, lo primero que
hacía mi padre era preguntar por nosotros, decía:
- "Y los niños, dónde están?
Mi madre le respondía que estábamos jugando.
Entonces él hacía las particiones para que todos lo comiésemos.
Mi madre intentaba convencerle por todos los medios posible, de que nosotros estábamos sanos y comíamos otras cosas, y que ella y la tita tampoco lo necesitaban -a pesar de que ella y yo siempre teníamos anemia y, nos teníamos que inyectar en días alternos calcio y vitaminas, recetada por nuestro médico de cabecera, que no se explicaba que no se nos curara-.
Mi padre decía:
- "Si vosotros y mis niños no lo coméis, yo tampoco".
Así que cortaba cada parte y, ya no sobraba nada para el otro día. Decía:
- "Mañana Dios proveerá".
A la hora de la merienda, veíamos a nuestros amiguitos con su onza de chocolate y, se nos iban los ojos detrás; nosotros teníamos que merendar cada día pan con aceite y azúcar.
Y dando gracias, como decían nuestros mayores.
Mi padre nos convencía con su gracejo natural, que nunca lo perdió a pesar de su padecimiento:
- "¡Hijos míos, pero si esto es lo mejor que entra en barriga"!
-nos decía-.
Y resulta que es verdad, que hoy es lo más sano que se puede comer, ¡lo que son las cosas!
Cuando llegaban unas navidades, ya mi madre tenía reservado desde tiempo atrás una caja de mantecados de 5 Kg. que había pedido por adelantado en la tienda de comestibles donde solía comprar diariamente, dejándolo a deber, y cuando cobraba mi padre la escasa paga del mes, junto con la paga doble por la Navidad, entonces pagaba mi madre todo lo del mes anterior, y así íbamos pasando.
Cuando se ponía al día y pagaba lo que se debía, vuelta a empezar a comprar fiado hasta final de mes, que se volvía a cobrar.
No lo digo en forma de reproche, pues así se vivía entonces, no nosotros solos, sino muchas más familias que no les llegaba lo suficiente para poder salir adelante sin estrecheces.
Lo que sí quería resaltar, es que en la casa de vecinos donde vivíamos antes de pasar este desastre de la inundación, había una gran fraternidad, cosa que hoy día se está perdiendo, en los pisos o en las casas individuales ya casi no nos conocemos, a veces, ni siquiera a los vecinos que viven junto a nosotros, y es una pena. Buenos días, buenas tardes, buenas noches... y es todo lo más que a veces cruzamos.
Mi madre guardaba aquella caja de mantecados surtidos bien oculta para que nosotros no la viéramos, porque si no, no duraría hasta la Navidad, desaparecería rápidamente, con lo deseosos que estábamos, esperando el momento de comerlos.
Pues esa caja de dulces la ponía mi madre primeramente en comunidad. Cada vecino aportaba lo que buenamente podía, y el que nada podía ofrecer, pues era igual que otro vecino que sí lo hubiera hecho, todos participábamos de aquello especial que disfrutábamos en la Nochebuena y Navidad. Había un sentimiento de humanidad, de fraternidad y de caridad digno de elogio.
Caía una vecina o un vecino enfermo, y ya estaban todos a una piña, pendientes de hacerle un caldito, o llevarle alguna cosita más especial y dárselo para que pudiera coger fuerza y recuperarse más rápidamente.
Las cocinas eran comunitarias. Si había que salir a alguna consulta médica, y llegaba la hora y no se tenía la comida terminada, cualquier vecina se hacía cargo de su comida, al mismo tiempo que hacía la suya propia, para que ella pudiera desplazarse sin problema alguno.
Había un pilón en medio del patio, que era grandísimo, o yo lo veía así al mirarlo con ojos de niña. Tenía dos grifos también enormes. Allí se cogía el agua en ollas para guisar, y también en cubos para limpiar los suelos, fregar, en fin, coger el agua que se necesitaba para la limpieza y todo lo necesario para mantener la casa en orden. A veces allí también, nos bañaban nuestras madres en verano; en invierno lo hacíamos en un baño grande de zing con agua muy calentita que daba gusto estar allí.
Yo tenía el pelo muy largo, y después del baño, tenía mi madre que lavarme la cabeza aparte en una palangana, y eso me gustaba menos, porque ya sintiéndome limpita del baño que me había dado, ahora vuelta a empezar puesta la palangana en una silla y mi madre y yo encorvadas para meterme la cabeza dentro y podérmela lavar. Usaba un champú en polvo llamado "Bilore" -aún lo recuerdo- que se disolvía en el agua y que olía maravillosamente bien, eso sí.
Pero después en el agua de enjuagar echaba mi madre un chorrito de vinagre que le decían que daba mucho brillo al pelo. Pero había otro inconveniente, que el pelo se me enredaba demasiado, y antes no existían suavizantes como ahora, que ayudan a "descarmenar" -como así le llamaban entonces, "descarmenar"- y desenredar mejor y sin tirones, y eso era lo que yo peor llevaba esos tirones para peinarme. Después mi madre, una vez que se me había secado el pelo al aire libre, me hacía unas veces una trenza, otras veces dos, y en otras ocasiones dos "roetes", y así se mantenía el peinado todo el día sin tener los pelos en la cara.
Después podíamos disfrutar -a la salida del Asilo de San Cayetano, perteneciente a las Hnas. de la Caridad, frente a la Parroquia de San Julián, el colegio que fue donde primero recibimos parte de la educación primaria, y terminado ya los deberes -que eso era de obligado cumplimiento antes que nada- con la merienda aún en las manos, salir a la plazoleta y jugar con las amigas, a esos juegos que hoy no juegan los niños, con eso de los ordenadores, tablets, móviles, videoconsolas, etc, etc... se está perdiendo todo contacto con los amigos, en los juegos de siempre, a no ser en el recreo del colegio.
Son recuerdos bonitos de aquel entonces que nunca olvidaré.
Aquellas personas que hayan alcanzado mi
edad, rondando ya casi los 70 años, no digo todas, pero sí la gran mayoría,
estoy segura se sentirán identificadas con mis palabras.
Aunque aquella fue una época muy dura,
donde casi todas las familias pasábamos necesidad, siempre había algunas almas
caritativas que estaban pendientes de aquellos que más lo necesitaban. En años anteriores, en la época de
nuestros padres y de nuestros abuelos, durante y después de terminada la guerra
civil, por lo que ellos nos contaron, aún fue peor que la nuestra.
Hoy día no tengo por menos que dar muchas gracias a
“los Señores de la Iglesia” -como los llamaba mi madre cariñosa y
agradecidamente- pertenecientes a la Parroquia de San Julián, que nos echaron una mano, procurándonos por lo menos pasta, que mi madre hervía con un pimiento, una cebolla, un tomate, no contenía ni una pizca de carne, pescado, ni
nada similar... y así cada día igual, pero por lo menos teníamos algo caliente que llevarnos al estómago; también nos proporcionaron unas
plantillas y botas para nuestro hermano más pequeño que, tuvo una artritis de
tobillos y no podían costearlo nuestros padres.
Asistíamos también, a la salida de las clases, a la Catequesis en la Parroquia de San Marcos, donde la atendían los Padres Blancos -como cariñosamente le llamábamos a la Congregación de los Sagrados Corazones- su hábito era y sigue siendo de color crudo, con un bordado en el mismo tono de color, de dos corazones entrelazados, rodeados por una aureola, creo recordar, y diariamente el P. Ildefonso - un gran sacerdote que no olvidaremos nunca- se colocaba con una bandeja a la salida, a repartirnos, un triángulo de queso amarillo o queso americano -como le llamábamos nosotros- y cada viernes un cartucho de papel de estraza con leche en polvo. Además, alguna vez más que otra, nos llevaba de excursión o al cine y nos repartía unos bocadillos para comerlos allí.
Luego más adelante, yo particularmente, pasé otro tiempo de mi educación en los P.P. Blancos.
Fundó, el P. Ildefonso, una escuela gratuita a la espalda de la Parroquia, en la calle Vergara, llamada Obra Social Padre Damián. Las siglas O.S.P.D. donde comencé a asistir después de la inundación por el desbordamiento de "El Tamarguillo".
Que esa es otra historia de padecimiento en Sevilla de tantas criaturas que, como nosotros, nos vimos desbordados en penalidades, al igual que ese río. El agua llegó a inundar más de un metro de altura, sin embargo fue suficiente como para estropear y perder los pocos enseres que teníamos.
Tal humedad hubo después de bajar las aguas, que no se podía resistir, y las personas que ya estaban enfermas anteriormente o afectadas de alguna dolencia, como le pasaba a nuestro padre, que padecía bronquitis asmática crónica -como ya dije- pues aún contribuía a empeorar más su situación.
Por este motivo, otra vez "los Sres. de la Iglesia", volvieron de nuevo a intervenir, y nos enviaron a un refugio que le llamaban "barracones", que consistían en unas casitas individuales en el Polígono de San Pablo, con techos de uralita -precisamente hoy día está prohibido por ser un material altamente tóxico para la salud y contaminante- que se pasaba mucho frío en invierno, y en verano se calentaba esa uralita y desprendía un calor sofocante; no obstante después de haber vivido con tantas estrecheces en nuestra vivienda anterior, aquello nos parecía un palacio. Ahí estuvimos unos tres, cuatro años a lo sumo; después nos dieron la oportunidad de acceder a un piso dándonos la posibilidad de pagar mensualidades bajitas para que nos fuera más asequible, y más adelante contando con nuestros pagos, tener la oportunidad de pasar a nuestra propiedad, como así sucedió.
Por eso ahora, somos nosotros los que
aportamos a Cáritas Diocesana de nuestra ciudad, nuestra contribución, en
compensación por aquellos grandes favores que nos brindaron y ofrecieron en su momento y
sin pedir nada a cambio.
Hoy día hay otras nuevas heridas y carencias que
tenemos la obligación de subsanar.
Como dice, y muy bien dicho, el refrán: “Es
de bien nacido ser agradecido”.
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