"Ventana abierta"
Cuento Japonés: Hanasaka Jiisan [El abuelo que hacía florecer los árboles
muertos]
Erase una vez, en un pueblo de la montaña, vivían un
abuelo y una abuela que se llevaban muy bien. Un día, cuando la abuela fue a
lavar la ropa en el río detrás de la casa, desde la parte más alta del río, una
caja blanca vino arrastrada por la corriente.
Cuando
la abuela tomó la caja blanca, esta tembló inesperadamente: asustada, la abuela
levantó la tapa de la caja y de ahí salió un perrito. La abuela contó alegre a
su esposo la historia del encuentro con el perrito.
El
abuelo y la abuela lo cuidaban bien y este creció cada vez mas grande. Los
abuelos le pusieron el nombre de
"Shiro"
(Blanco)
Un día, cuando el abuelo trabajaba en el campo, Shiro
habló. —¡Abuelo, abuelo! Ponme la silla de montar.—
A
lo que el abuelo contestó: —No puedo ponerte eso a ti que te amo tanto—
—No
importa, pónmela—Dijo Shiro.
Después
de ponerla, dijo: —¡Abuelo, abuelo! Ponme un saquito y déjame llevar la azada.—
Y así se hizo: Shiro comenzó a caminar cargando la silla, el saquito y la
azada, volvió la cabeza, le dijo al abuelo que lo siguiera y entró en la
montaña.
Luego
de que el abuelo lo siguiera por un tiempo, Shiro se detuvo y dijo al abuelo
que excavara en ese lugar. El abuelo excavó la tierra como Shiro decía y del
hoyo salieron muchas monedas de oro.
Shiro dijo al abuelo:
—Entonces,
ahora coloca las monedas en mi saquito.—
A
lo que el hombre contestó: —No puedo ponerte eso a ti que te amo tanto, yo lo
cargaré.
—No
importa, pónmelo—Dijo Shiro—El abuelo le puso el saquito aunque no
quería.
—Abuelo,
abuelo, móntate sobre mí.—
—¿Montarme
sobre ti que te amo tanto?
—No
importa, móntate.—
Shiro
bajó la montaña cargando al abuelo y el saquito lleno de monedas de oro.
Cuando
el abuelo estaba enseñando las monedas en la entrada, una anciana vecina llegó
para pedir prestado fuego y sorprendida les preguntó de dónde habían sacado
tanto oro. El abuelo contó la historia de cómo Shiro encontró las monedas.
La anciana pidió prestado al perrito por un día, a lo
que los abuelos accedieron. Ya en casa de la vecina, Shiro pidió al esposo de
aquella anciana que le pusiera la silla de montar. El hombre le cargó la silla,
el saquito y la azada y se fue a la montaña montado en él.
Después
de correr un tiempo, Shiro se detuvo, olió la tierra y le pidió al vecino que
excavara. El anciano vecino excavó la tierra esperando sacar oro, pero del
hueco salieron ciempiés, bichos venenosos, ranas y hasta una gran serpiente.
"Sólo
cosas desagradables."
La vecina esperaba al anciano con mucha esperanza, pero
el anciano regresó con cara de malhumor: la anciana le preguntó por el perro, y
éste dijo haberlo castigado por haberle hecho excavar cosas horribles.
La
abuela que les prestó a Shiro fue a preguntar preocupada. El anciano vecino
contó enojado lo sucedido en la montaña y de cómo enterró a Shiro debajo
de un árbol para castigarlo.
Al
día siguiente, el abuelo que había escuchado lo sucedido, fue a buscar el árbol
donde Shiro estaba enterrado. El abuelo juntó las manos y rezó frente al árbol,
el cual creció inmediatamente.
El abuelo creyó que esto era el recuerdo de Shiro y
usando el tronco grueso del árbol hizo un mortero de mochi. Al hacer mochi con
él, sorprendentemente el mortero se rebosó con monedas de oro.
Precisamente
en ese momento, llegó la anciana vecina para tomar prestado fuego y vio las
monedas otra vez, de nuevo les preguntó que de dónde habían sacado tanto
dinero.
Los
abuelos le contaron la historia, y la vecina al escucharla, les pidió prestado
el mortero por un día y se lo llevó.
Los
ancianos vecinos, diciendo "monedas de oro, monedas de oro" como si
fueran palabras mágicas, usaron el mortero. Sin embargo, desde el mortero que
tenían prestado precipitadamente salió excremento de caballo a los ojos del anciano
vecino y excremento de vaca a los ojos de la anciana vecina.
Enojado,
el anciano rompió el mortero con un hacha mientras insultaba y lo quemó en el
horno.
El vecino le contó al abuelo, quien vino a recoger el
mortero, que lo había quemado debido a que éste le había tirado excremento. El
anciano, muy triste, llevó a casa una canasta con las cenizas que estaban en el
horno.
El
abuelo y la abuela, al ver la canasta llena de cenizas, recordaron a Shiro con
nostalgia.
Decidieron
esparcir la ceniza en el jardín donde corría Shiro. Al esparcirlas, las ramas
que estaban muriendo empezaron a brotar frente a sus ojos. Al esparcirla una
vez más, los brotes de las ramas engordaron y con otro esparcimiento se
llenaron de flores.
El
abuelo siguió esparciendo las cenizas divirtiéndose como un niño.
En ese mismo momento, pasaba por ahí un samurai de alto
rango, quien le preguntó qué era lo que estaba haciendo.
El
abuelo le dijo que estaba haciendo florecer los árboles muertos. El samurai le
pidió que hiciera florecer un árbol más: El abuelo subió al árbol y esparció la
ceniza dos veces. El samurai, impresionado por el resultado, dejó mucho dinero
como recompensa en casa del abuelo.
Luego,
el abuelo vecino tomó ceniza y la esparció frente al samurai. Sin embrago, la
ceniza se levantó por la brisa y calló en los ojos del samurai. Como
consecuencia sufrió un severo castigo.
El abuelo y la abuela dueños de Shiro, le hicieron una tumba con el poco de ceniza que quedaba del mortero. Al pasar los años vivieron felizmente celebrando el descanso del alma de Shiro.
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