"Ventana abierta"
Día de Fiesta
Marisa era una nena tan simpática y
encantadora que tenía un sinfín de amigos. Como Marisa tenía siempre la sonrisa
a flor de labios, era raro el día que no recibía la visita de alguno de sus
muchos amigos.
Así fue como una tarde fueron a saludarla el Osito Peluchín y el Pollito Pío-Pi,
a quienes Marisa invitó enseguida a entrar en su casa y quedarse a merendar.
Acompañada por sus alegres
amiguitos, Marisa fue a la cocina y empezó a preparar una suculenta merienda.
El Osito Peluchín se hizo cargo de batir los huevos mientras que Marisa
preparaba la masa de las rosquillas. Entretanto, y para no estar sin hacer
nada, el Pollito Pío-Pi, se encargó de preparar la mesa y de poner en ella las
tazas y los platos.
Cuando las rosquillas estuvieron
hechas, muy doraditas y crujientes, Marisa hizo un chocolate espeso y dulzón,
cuyo olor bastó para que el Osito Peluchín se relamiese de gusto.
Luego, los tres se sentaron a la mesa y muy felices y contentos se pusieron a
merendar. Comieron con tanto apetito que no dejaron ni una sola de las
rosquillas que llenaban la fuente.
Apenas habían terminado de merendar cuando llegó el alegre Monete, con un tocadiscos
bajo el brazo. Sólo faltaba un poco de música para que la fiesta fuese completa
y allí la tenían ya gracias a Monete, que enseñó a Pío-Pi cómo funcionaba el
aparato y cómo se cambiaban los discos y así la complaciente Marisa pudo
enseñar a bailar al Osito Peluchín.
Monete tenía muchas ganas de
divertirse y bailó también con Marisa, pero como sólo podían formar una pareja
paró el tocadiscos y propuso a los demás que saliesen al jardín donde se
divertirían mucho más.
Marisa y sus amigos aplaudieron la idea de Monete y, tomados de las manos,
salieron de la casa para jugar a la gallinita ciega, a prendas y a brincar y
parar.
Marisa sacó de su garaje el tren de
juguete que le habían regalado sus papás el día de su cumpleaños y, mientras
ella hacía de pasajera, el Osito Peluchín se rió mucho al hacer de conductor,
yendo hacia la estación donde Monete estaba de jefe y donde esperaba Pío-Pí con
una flor para ofrecérsela a la viajera cuando llegase y bajara al andén.
Todavía jugaron mucho más, gracias a la inventiva de Monete, hasta que, viendo
que empezaba a oscurecer y como no querían que se preocupasen sus papás,
suspendieron los juegos y se pusieron a recoger todas las cosas para dejarlas
en su sitio.
Luego los tres amigos ayudaron a Marisa a lavar las tazas y platos, sucios de
chocolate, y sólo después de terminar se despidieron de su amiguita,
asegurándole que no tardarían mucho en volver.
El Osito Peluchín y el Pollito
Pío-Pi dejaron a Monete en su casita y luego marcharon a la de ellos,
acostándose enseguida porque estaban cansados de tanto jugar.
Y luego, mientras el sueño cerraba sus ojitos, tanto Peluchín como Pío-Pi pensaron
en lo divertido que sería pasar con la alegre Marisa otro día de fiesta tan
feliz como aquél.
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