"Ventana abierta"
El patito feo
Al igual que todos los años, en los meses de verano, la Señora
Pata se dedicaba a empollar. El resto de las patas del corral siempre esperaban
con muchos deseos que los patitos rompiesen el cascarón para poder verlos, pues
los patitos de esta distinguida pata siempre eran los más bellos de todos los
alrededores.
El momento tan esperado llegó, lo que causó un gran alboroto ya
que todas las amigas de mamá pata corrieron hacia el nido para ver tal
acontecimiento. A medida que iban saliendo del cascarón, tanto la Señora Pata
como sus amigas gritaban de la emoción de ver a unos patitos tan bellos como
esos. Era tanta la algarabía que había alrededor del nido que nadie se había
percatado que aún faltaba un huevo por romperse.
El séptimo era el más grande de todos y aún permanecía intacto lo
que puso a la expectativa a todos los presentes. Un rato más tarde se empezó a
ver como el cascarón se abría poco a poco, y de repente salió un pato muy
alegre. Cuando todos lo vieron se quedaron perplejos porque este era mucho más
grande y larguirucho que el resto de los otros patitos, y lo que más impresionó
era lo feo que era.
Esto nunca le había ocurrido a la Señora Pata, quien para evitar
las burlas de sus amigas lo apartaba con su ala y sólo se dedicaba a velar por
el resto de sus hermanitos. Tanto fue el rechazo que sufrió el patito feo que
él comenzó a notar que nadie lo quería en ese lugar.
Toda esta situación hizo que el patito se sintiera muy triste y
rechazado por todos los integrantes del coral e incluso su propia madre y
hermanos eran indiferentes con él.
Él pensaba que quizás su problema sólo
requería tiempo, pero no era así pues a medida que pasaban los días era más
largo, grande y mucho más feo. Además se iba convirtiendo en un patito muy
torpe por lo que era el centro de burlas de todos.
Un día se cansó de toda esta situación y huyó de la granja por un
agujero que se encontraba en la cerca que rodeaba a la propiedad.
Comenzó un
largo camino sólo con el propósito de encontrar amigos a los que su aspecto
físico no les interesara y que lo quisieran por sus valores y características.
Después de un largo caminar llegó a otra granja, donde una anciana
lo recogió en la entrada.
En ese instante el patito pensó que ya sus problemas
se habían solucionado, lo que él no se imaginaba que en ese lugar sería peor.
La anciana era una mujer muy mala y el único motivo que tuvo para recogerlo de
la entrada era usarlo como plato principal en una cena que preparaba.
Cuando el patito feo vio eso salió corriendo sin mirar atrás.
Pasaba el tiempo y el pobrecillo continuaba en busca de un hogar.
Fueron muchas las dificultades que tuvo que pasar ya que el invierno llegó y
tuvo que aprender a buscar comida en la nieve y a refugiarse por sí mismo, pero
estas no fueron las únicas pues tuvo que esquivar muchos disparos provenientes
de las armas de los cazadores.
Siguió pasando el tiempo, hasta que por fin llegó la primavera y
fue en esta bella etapa donde el patito feo encontró por fin la felicidad.
Un
día mientras pasaba junto al estanque divisó que dentro de él había unas aves
muy hermosas, eran cisnes.
Estas tenían clase, eran esbeltas, elegantes y se
desplazaban por el estanque con tanta frescura y distinción que el pobre
animalito se sintió muy abochornado por lo torpe y descuidado que era él.
A pesar de las diferencias que él había notado, se llenó de valor
y se dirigió hacia ellos preguntándole muy educadamente que si él podía bañarse
junto a ellos.
Los cisnes con mucha amabilidad le respondieron todos juntos:
– ¡Claro que puedes, cómo uno de los nuestros no va a poder
disfrutar de este maravilloso estanque!
El patito asombrado por la respuesta y apenado les dijo:
– ¡No se rían de mí! Cómo me van a comparar con ustedes que están
llenos de belleza y elegancia cuando yo soy feo y torpe. No sean crueles
burlándose de ese modo.
– No nos estamos riendo de ti, mírate en el estanque y verás como
tu reflejo demostrará cuán real es lo que decimos.- le dijeron los cisnes al
pobre patito.
Después de escuchar a las hermosas aves el patito se acercó al
estanque y se quedó tan asombrado que ni él mismo lo pudo creer, ya no era feo.
¡Se había transformado en un hermoso cisne durante todo ese tiempo que pasó en
busca de amigos!
Ya había dejado de ser aquel patito feo que un día huyó de su
granja para convertirse en el más bello y elegante de todos los cisnes que
nadaban en aquel estanque.
El patito feo 2
Otra versión de "El
patito feo"
¡Qué lindos eran los
días de verano! ¡Qué agradable resultaba pasear por el campo y ver el trigo
amarillo, la verde avena y las parvas de heno apilado en las llanuras! Sobre
sus largas patas rojas iba la cigüeña junto a algunos flamencos, que se paraban
un rato sobre cada pata. Sí, era realmente encantador estar en el campo.
Bañada de sol se alzaba allí una vieja mansión solariega a la que rodeaba un
profundo foso; desde sus paredes hasta el borde del agua crecían unas plantas
de hojas gigantescas, las mayores de las cuales eran lo suficientemente grandes
para que un niño pequeño pudiese pararse debajo de ellas.
Aquel lugar resultaba
tan enmarañado y agreste como el más denso de los bosques, y era allí donde
cierta pata había hecho su nido.
Ya era tiempo de sobra para que naciesen los
patitos, pero se demoraban tanto, que la mamá comenzaba a perder la paciencia,
pues casi nadie venía a visitarla.
Al fin los huevos se abrieron uno tras otro.
“¡Pip, pip!”, decían los patitos conforme iban asomando sus cabezas a través
del cascarón.
-¡Cuac, cuac! -dijo la mamá pata, y todos los
patitos se apresuraron a salir tan rápido como pudieron, dedicándose enseguida
a escudriñar entre las verdes hojas. La mamá los dejó hacer, pues el verde es
muy bueno para los ojos.
-¡Oh, qué grande es el mundo! -dijeron los
patitos. Y ciertamente disponían de un espacio mayor que el que tenían dentro
del huevo.
-¿Creen acaso que esto es el mundo entero?
-preguntó la pata-. Pues sepan que se extiende mucho más allá del jardín, hasta
el prado mismo del pastor, aunque yo nunca me he alejado tanto. Bueno, espero
que ya estén todos -agregó, levantándose del nido-. ¡Ah, pero si todavía falta
el más grande! ¿Cuánto tardará aún? No puedo entretenerme con él mucho tiempo.
Y fue a sentarse de nuevo en su sitio.
-¡Vaya, vaya! ¿Cómo anda eso? -preguntó una
pata vieja que venía de visita.
-Ya no queda más que este huevo, pero tarda
tanto… -dijo la pata echada-. No hay forma de que rompa. Pero fíjate en los
otros, y dime si no son los patitos más lindos que se hayan visto nunca. Todos
se parecen a su padre, el muy bandido. ¿Por qué no vendrá a verme?
-Déjame echar un vistazo a ese huevo que no
acaba de romper -dijo la anciana-. Te apuesto a que es un huevo de pava. Así
fue como me engatusaron cierta vez a mí. ¡El trabajo que me dieron aquellos
pavitos! ¡Imagínate! Le tenían miedo al agua y no había forma de hacerlos
entrar en ella. Yo graznaba y los picoteaba, pero de nada me servía… Pero,
vamos a ver ese huevo…
-Creo que me quedaré sobre él un ratito aún
-dijo la pata-. He estado tanto tiempo aquí sentada, que un poco más no me hará
daño.
-Como quieras -dijo la pata vieja, y se alejó
contoneándose.
Por fin se rompió el huevo. “¡Pip, pip!”, dijo
el pequeño, volcándose del cascarón. La pata vio lo grande y feo que era, y
exclamó:
-¡Dios mío, qué patito tan enorme! No se
parece a ninguno de los otros. Y, sin embargo, me atrevo a asegurar que no es
ningún crío de pavos.
Al otro día hizo un tiempo maravilloso. El sol
resplandecía en las verdes hojas gigantescas. La mamá pata se acercó al foso
con toda su familia y, ¡plaf!, saltó al agua.
-¡Cuac, cuac! -llamaba. Y uno tras otro los
patitos se fueron abalanzando tras ella. El agua se cerraba sobre sus cabezas,
pero enseguida resurgían flotando magníficamente. Movíanse sus patas sin el
menor esfuerzo, y a poco estuvieron todos en el agua. Hasta el patito feo y
gris nadaba con los otros.
-No es un pavo, por cierto -dijo la pata-.
Fíjense en la elegancia con que nada, y en lo derecho que se mantiene. Sin duda
que es uno de mis pequeñitos. Y si uno lo mira bien, se da cuenta enseguida de
que es realmente muy guapo.
¡Cuac, cuac!
Vamos, vengan conmigo y déjenme
enseñarles el mundo y presentarlos al corral entero. Pero no se separen mucho
de mí, no sea que los pisoteen. Y anden con los ojos muy abiertos, por si viene
el gato.
Y con esto se encaminaron al corral. Había
allí un escándalo espantoso, pues dos familias se estaban peleando por una
cabeza de anguila, que, a fin de cuentas, fue a parar al estómago del gato.
-¡Vean! ¡Así anda el mundo! -dijo la mamá
relamiéndose el pico, pues también a ella la entusiasmaban las cabezas de
anguila-.
¡A ver! ¿Qué pasa con esas piernas? Anden ligeros y no dejen de
hacerle una bonita reverencia a esa anciana pata que está allí. Es la más fina
de todos nosotros. Tiene en las venas sangre española; por eso es tan regordeta.
Fíjense, además, en que lleva una cinta roja atada a una pierna: es la más alta
distinción que se puede alcanzar. Es tanto como decir que nadie piensa en
deshacerse de ella, y que deben respetarla todos, los animales y los hombres.
¡Anímense y no metan los dedos hacia adentro! Los patitos bien educados los
sacan hacia afuera, como mamá y papá… Eso es. Ahora hagan una reverencia y
digan ¡cuac!
Todos obedecieron, pero los otros patos que
estaban allí los miraron con desprecio y exclamaron en alta voz:
-¡Vaya! ¡Como si ya no fuésemos bastantes!
Ahora tendremos que rozarnos también con esa gentuza. ¡Uf!… ¡Qué patito tan
feo! No podemos soportarlo.
Y uno de los patos salió enseguida corriendo y
le dio un picotazo en el cuello.
-¡Déjenlo tranquilo! -dijo la mamá-. No le
está haciendo daño a nadie.
-Sí, pero es tan desgarbado y extraño -dijo el
que lo había picoteado-, que no quedará más remedio que despachurrarlo.
-¡Qué lindos niños tienes, muchacha! -dijo la
vieja pata de la cinta roja-. Todos son muy hermosos, excepto uno, al que le
noto algo raro. Me gustaría que pudieras hacerlo de nuevo.
-Eso ni pensarlo, señora -dijo la mamá de los
patitos-. No es hermoso, pero tiene muy buen carácter y nada tan bien como los
otros, y me atrevería a decir que hasta un poco mejor. Espero que tome mejor
aspecto cuando crezca y que, con el tiempo, no se le vea tan grande. Estuvo
dentro del cascarón más de lo necesario, por eso no salió tan bello como los
otros.
Y con el pico le acarició el cuello y le alisó
las plumas.
-De todos modos, es macho y no importa tanto
-añadió-, Estoy segura de que será muy fuerte y se abrirá camino en la vida.
-Estos otros patitos son encantadores -dijo la
vieja pata-. Quiero que se sientan como en su casa. Y si por casualidad
encuentran algo así como una cabeza de anguila, pueden traérmela sin pena.
Con esta invitación todos se sintieron allí a
sus anchas. Pero el pobre patito que había salido el último del cascarón, y que
tan feo les parecía a todos, no recibió más que picotazos, empujones y burlas,
lo mismo de los patos que de las gallinas.
-¡Qué feo es! -decían.
Y el pavo, que había nacido con las espuelas
puestas y que se consideraba por ello casi un emperador, infló sus plumas como
un barco a toda vela y se le fue encima con un cacareo, tan estrepitoso que
toda la cara se le puso roja. El pobre patito no sabía dónde meterse. Sentíase
terriblemente abatido, por ser tan feo y porque todo el mundo se burlaba de él
en el corral.
Así pasó el primer día. En los días
siguientes, las cosas fueron de mal en peor. El pobre patito se vio acosado por
todos. Incluso sus hermanos y hermanas lo maltrataban de vez en cuando y le
decían:
-¡Ojalá te agarre el gato, grandulón!
Hasta su misma mamá deseaba que estuviese
lejos del corral. Los patos lo pellizcaban, las gallinas lo picoteaban y, un
día, la muchacha que traía la comida a las aves le asestó un puntapié.
Entonces el patito huyó del corral. De un
revuelo saltó por encima de la cerca, con gran susto de los pajaritos que
estaban en los arbustos, que se echaron a volar por los aires.
“¡Es porque soy tan feo!” pensó el patito,
cerrando los ojos.
Pero así y todo siguió corriendo hasta que, por fin, llegó a
los grandes pantanos donde viven los patos salvajes, y allí se pasó toda la
noche abrumado de cansancio y tristeza.
A la mañana siguiente, los patos salvajes
remontaron el vuelo y miraron a su nuevo compañero.
-¿Y tú qué cosa eres? -le preguntaron,
mientras el patito les hacía reverencias en todas direcciones, lo mejor que
sabía.
-¡Eres más feo que un espantapájaros! -dijeron
los patos salvajes-. Pero eso no importa, con tal que no quieras casarte con
una de nuestras hermanas.
¡Pobre patito! Ni soñaba él con el matrimonio.
Sólo quería que lo dejasen estar tranquilo entre los juncos y tomar un poquito
de agua del pantano.
Unos días más tarde aparecieron por allí dos
gansos salvajes. No hacía mucho que habían dejado el nido: por eso eran tan
impertinentes.
-Mira, muchacho -comenzaron diciéndole-, eres
tan feo que nos caes simpático. ¿Quieres emigrar con nosotros? No muy lejos, en
otro pantano, viven unas gansitas salvajes muy presentables, todas solteras,
que saben graznar espléndidamente. Es la oportunidad de tu vida, feo y todo
como eres.
-¡Bang, bang! -se escuchó en ese instante por
encima de ellos, y los dos gansos cayeron muertos entre los juncos, tiñendo el
agua con su sangre.
Al eco de nuevos disparos se alzaron del pantano las
bandadas de gansos salvajes, con lo que menudearon los tiros.
Se había
organizado una importante cacería y los tiradores rodeaban los pantanos;
algunos hasta se habían sentado en las ramas de los árboles que se extendían
sobre los juncos.
Nubes de humo azul se esparcieron por el oscuro boscaje, y
fueron a perderse lejos, sobre el agua.
Los perros de caza aparecieron chapaleando
entre el agua, y, a su avance, doblándose aquí y allá las cañas y los juncos.
Aquello aterrorizó al pobre patito feo, que ya se disponía a ocultar la cabeza
bajo el ala cuando apareció junto a él un enorme y espantoso perro: la lengua
le colgaba fuera de la boca y sus ojos miraban con brillo temible. Le acercó el
hocico, le enseñó sus agudos dientes, y de pronto… ¡plaf!… ¡allá se fue otra
vez sin tocarlo!
El patito dio un suspiro de alivio.
-Por suerte soy tan feo que ni los perros
tienen ganas de comerme -se dijo. Y se tendió allí muy quieto, mientras los
perdigones repiqueteaban sobre los juncos, y las descargas, una tras otra,
atronaban los aires.
Era muy tarde cuando las cosas se calmaron, y
aún entonces el pobre no se atrevía a levantarse. Esperó todavía varias horas
antes de arriesgarse a echar un vistazo, y, en cuanto lo hizo, enseguida se
escapó de los pantanos tan rápido como pudo. Echó a correr por campos y
praderas; pero hacía tanto viento, que le costaba no poco trabajo mantenerse
sobre sus pies.
Hacia el crepúsculo llegó a una pobre cabaña
campesina. Se sentía en tan mal estado que no sabía de qué parte caerse, y, en
la duda, permanecía de pie. El viento soplaba tan ferozmente alrededor del
patito que éste tuvo que sentarse sobre su propia cola, para no ser arrastrado.
En eso notó que una de las bisagras de la puerta se había caído, y que la hoja
colgaba con una inclinación tal que le sería fácil filtrarse por la estrecha
abertura. Y así lo hizo.
En la cabaña vivía una anciana con su gato y
su gallina. El gato, a quien la anciana llamaba “Hijito”, sabía arquear el lomo
y ronronear; hasta era capaz de echar chispas si lo frotaban a contrapelo. La
gallina tenía unas patas tan cortas que le habían puesto por nombre “Chiquitita
Piernascortas”. Era una gran ponedora y la anciana la quería como a su propia
hija.
Cuando llegó la mañana, el gato y la gallina
no tardaron en descubrir al extraño patito. El gato lo saludó ronroneando y la
gallina con su cacareo.
-Pero, ¿qué pasa? -preguntó la vieja, mirando
a su alrededor. No andaba muy bien de la vista, así que se creyó que el patito
feo era una pata regordeta que se había perdido-. ¡Qué suerte! -dijo-. Ahora tendremos
huevos de pata. ¡Con tal que no sea macho! Le daremos unos días de prueba.
Así que al patito le dieron tres semanas de
plazo para poner, al término de las cuales, por supuesto, no había ni rastros
de huevo. Ahora bien, en aquella casa el gato era el dueño y la gallina la
dueña, y siempre que hablaban de sí mismos solían decir: “nosotros y el mundo”,
porque opinaban que ellos solos formaban la mitad del mundo , y lo que es más,
la mitad más importante. Al patito le parecía que sobre esto podía haber otras
opiniones, pero la gallina ni siquiera quiso oírlo.
-¿Puedes poner huevos? -le preguntó.
-No.
-Pues entonces, ¡cállate!
Y el gato le preguntó:
-¿Puedes arquear el lomo, o ronronear, o echar
chispas?
-No.
-Pues entonces, guárdate tus opiniones cuando hablan
las personas sensatas.
Con lo que el patito fue a sentarse en un
rincón, muy desanimado. Pero de pronto recordó el aire fresco y el sol, y
sintió una nostalgia tan grande de irse a nadar en el agua que -¡no pudo
evitarlo!- fue y se lo contó a la gallina.
-¡Vamos! ¿Qué te pasa? -le dijo ella-. Bien se
ve que no tienes nada que hacer; por eso piensas tantas tonterías. Te las
sacudirías muy pronto si te dedicaras a poner huevos o a ronronear.
-¡Pero es tan sabroso nadar en el agua! -dijo
el patito feo-. ¡Tan sabroso zambullir la cabeza y bucear hasta el mismo fondo!
-Sí, muy agradable -dijo la gallina-. Me
parece que te has vuelto loco. Pregúntale al gato, ¡no hay nadie tan listo como
él! ¡Pregúntale a nuestra vieja ama, la mujer más sabia del mundo! ¿Crees que a
ella le gusta nadar y zambullirse?
-No me comprendes -dijo el patito.
-Pues si yo no te comprendo, me gustaría saber
quién podrá comprenderte. De seguro que no pretenderás ser más sabio que el
gato y la señora, para no mencionarme a mí misma. ¡No seas tonto, muchacho! ¿No
te has encontrado un cuarto cálido y confortable, donde te hacen compañía
quienes pueden enseñarte? Pero no eres más que un tonto, y a nadie le hace
gracia tenerte aquí. Te doy mi palabra de que si te digo cosas desagradables es
por tu propio bien: sólo los buenos amigos nos dicen las verdades. Haz ahora tu
parte y aprende a poner huevos o a ronronear y echar chispas.
-Creo que me voy a recorrer el ancho mundo
-dijo el patito.
-Sí, vete -dijo la gallina.
Y así fue como el patito se marchó. Nadó y se
zambulló; pero ningún ser viviente quería tratarse con él por lo feo que era.
Pronto llegó el otoño. Las hojas en el bosque
se tornaron amarillas o pardas; el viento las arrancó y las hizo girar en
remolinos, y los cielos tomaron un aspecto hosco y frío. Las nubes colgaban
bajas, cargadas de granizo y nieve, y el cuervo, que solía posarse en la tapia,
graznaba “¡cau, cau!”, de frío que tenía. Sólo de pensarlo le daban a uno
escalofríos. Sí, el pobre patito feo no lo estaba pasando muy bien.
Cierta tarde, mientras el sol se ponía en un
maravilloso crepúsculo, emergió de entre los arbustos una bandada de grandes y
hermosas aves. El patito no había visto nunca unos animales tan espléndidos.
Eran de una blancura resplandeciente, y tenían largos y esbeltos cuellos. Eran
cisnes. A la vez que lanzaban un fantástico grito, extendieron sus largas, sus
magníficas alas, y remontaron el vuelo, alejándose de aquel frío hacia los
lagos abiertos y las tierras cálidas.
Se elevaron muy alto, muy alto, allá entre los
aires, y el patito feo se sintió lleno de una rara inquietud. Comenzó a dar
vueltas y vueltas en el agua lo mismo que una rueda, estirando el cuello en la
dirección que seguían, que él mismo se asustó al oírlo. ¡Ah, jamás podría
olvidar aquellos hermosos y afortunados pájaros! En cuanto los perdió de vista,
se sumergió derecho hasta el fondo, y se hallaba como fuera de sí cuando
regresó a la superficie. No tenía idea de cuál podría ser el nombre de aquellas
aves, ni de adónde se dirigían, y, sin embargo, eran más importantes para él
que todas las que había conocido hasta entonces. No las envidiaba en modo
alguno: ¿cómo se atrevería siquiera a soñar que aquel esplendor pudiera
pertenecerle? Ya se daría por satisfecho con que los patos lo tolerasen, ¡pobre
criatura estrafalaria que era!
¡Cuán frío se presentaba aquel invierno! El
patito se veía forzado a nadar incesantemente para impedir que el agua se
congelase en torno suyo. Pero cada noche el hueco en que nadaba se hacía más y
más pequeño. Vino luego una helada tan fuerte, que el patito, para que el agua
no se cerrase definitivamente, ya tenía que mover las patas todo el tiempo en
el hielo crujiente. Por fin, debilitado por el esfuerzo, quedose muy quieto y
comenzó a congelarse rápidamente sobre el hielo.
A la mañana siguiente, muy temprano, lo
encontró un campesino. Rompió el hielo con uno de sus zuecos de madera, lo
recogió y lo llevó a casa, donde su mujer se encargó de revivirlo.
Los niños querían jugar con él, pero el patito
feo tenía terror de sus travesuras y, con el miedo, fue a meterse revoloteando
en la paila de la leche, que se derramó por todo el piso. Gritó la mujer y dio
unas palmadas en el aire, y él, más asustado, metióse de un vuelo en el barril
de la mantequilla, y desde allí lanzóse de cabeza al cajón de la harina, de
donde salió hecho una lástima. ¡Había que verlo! Chillaba la mujer y quería
darle con la escoba, y los niños tropezaban unos con otros tratando de echarle
mano. ¡Cómo gritaban y se reían! Fue una suerte que la puerta estuviese
abierta. El patito se precipitó afuera, entre los arbustos, y se hundió,
atolondrado, entre la nieve recién caída.
Pero sería demasiado cruel describir todas las
miserias y trabajos que el patito tuvo que pasar durante aquel crudo invierno.
Había buscado refugio entre los juncos cuando las alondras comenzaron a cantar
y el sol a calentar de nuevo: llegaba la hermosa primavera.
Entonces, de repente, probó sus alas: el
zumbido que hicieron fue mucho más fuerte que otras veces, y lo arrastraron
rápidamente a lo alto.
Casi sin darse cuenta, se halló en un vasto jardín con
manzanos en flor y fragantes lilas, que colgaban de las verdes ramas sobre un
sinuoso arroyo.
- ¡Oh, qué agradable era estar allí, en la frescura de la
primavera!
Y en eso surgieron frente a él de la espesura tres hermosos cisnes
blancos, rizando sus plumas y dejándose llevar con suavidad por la corriente.
El patito feo reconoció a aquellas espléndidas criaturas que una vez había
visto levantar el vuelo, y se sintió sobrecogido por un extraño sentimiento de
melancolía.
-¡Volaré hasta esas regias aves! -se dijo-. Me
darán de picotazos hasta matarme, por haberme atrevido, feo como soy, a
aproximarme a ellas. Pero, ¡qué importa! Mejor es que ellas me maten, a sufrir
los pellizcos de los patos, los picotazos de las gallinas, los golpes de la
muchacha que cuida las aves y los rigores del invierno.
Y así, voló hasta el agua y nadó hacia los
hermosos cisnes.
En cuanto lo vieron, se le acercaron con las plumas
encrespadas.
-¡Sí, mátenme, mátenme! -gritó la desventurada
criatura, inclinando la cabeza hacia el agua en espera de la muerte. Pero, ¿qué
es lo que vio allí en la límpida corriente?
¡Era un reflejo de sí mismo, pero
no ya el reflejo de un pájaro torpe y gris, feo y repugnante, no, sino el
reflejo de un cisne!
Poco importa que se nazca en el corral de los
patos, siempre que uno salga de un huevo de cisne. Se sentía realmente feliz de
haber pasado tantos trabajos y desgracias, pues esto lo ayudaba a apreciar
mejor la alegría y la belleza que le esperaban. Y los tres cisnes nadaban y
nadaban a su alrededor y lo acariciaban con sus picos.
En el jardín habían entrado unos niños que
lanzaban al agua pedazos de pan y semillas. El más pequeño exclamó:
Y los otros niños corearon con gritos de
alegría:
-¡Sí, hay un cisne nuevo!
Y batieron palmas y bailaron, y corrieron a
buscar a sus padres.
Había pedacitos de pan y de pasteles en el agua, y todo el
mundo decía:
-¡El nuevo es el más hermoso! ¡Qué joven y
esbelto es!
Y los cisnes viejos se inclinaron ante él.
Esto lo llenó de timidez, y escondió la cabeza bajo el ala, sin que supiese
explicarse la razón.
Era muy, pero muy feliz, aunque no había en él ni una
pizca de orgullo, pues éste no cabe en los corazones bondadosos.
Y mientras
recordaba los desprecios y humillaciones del pasado, oía cómo todos decían
ahora que era el más hermoso de los cisnes.
Las lilas inclinaron sus ramas ante
él, bajándolas hasta el agua misma, y los rayos del sol eran cálidos y amables.
Rizó entonces sus alas, alzó el esbelto cuello y se alegró desde lo hondo de su
corazón:
-Jamás soñé que podría haber tanta felicidad,
allá en los tiempos en que era sólo un patito feo.
Otra versión más de "El Patito feo"con lectura a pié de dibujos
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