"ventana abierta"
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO
Hoy es el trigésimo
cuarto y último domingo del Tiempo Ordinario, Solemnidad de Jesucristo, Rey del
Universo; fiesta que marca el fin de Tiempo Ordinario y nos dispone a comenzar
ese tiempo litúrgico tan especial del Adviento.
Todas las lecturas que nos propone la liturgia para hoy (Dn 7,13-14; Sal
92, 1ab.1c-2-5); Ap 1,5-8; y Jn 18,33b-37) nos apuntan al señorío y reinado de
Jesús, con un sabor escatológico, es decir, a esa segunda venida de Jesús que
marcará el fin de los tiempos y la culminación de su Reino por toda la
eternidad.
La primera lectura, tomada de la profecía de Daniel, de género
apocalíptico, nos presenta la figura de un “hijo de hombre”, refiriéndose a ese
misterio del Dios humanado, el Dios-con-nosotros, que es la persona de Jesús
con su doble naturaleza, divina y humana: “Le dieron poder real y dominio;
todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no
pasa, su reino no tendrá fin”.
La lectura del libro del Apocalipsis nos reitera el señorío de Jesucristo,
“el príncipe de los reyes de la tierra”. Pero a la misma vez lo presenta como
“el testigo fiel” que, como decíamos ayer, es sinónimo de “mártir”, lo que nos
apunta hacia la verdadera fuente se su poder: el Amor. “Aquel que nos ama, nos
ha librado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y
hecho sacerdotes de Dios, su Padre. A él la gloria y el poder por los siglos de
los siglos”. Juan utiliza el mismo lenguaje de Daniel al describir la visión de
Jesús que “viene en las nubes”, añadiendo que cuando Él venga reinará sobre
todos, incluyendo a “los que lo atravesaron” (Cfr.
Jn 19,37), que tendrán que verlo llegar en toda su gloria. La lectura cierra
con una proclamación solemne por parte del Dios Trino: “Yo soy el Alfa y la
Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso”, el principio y
el fin de la historia.
De ambas lecturas surge claramente que el Reinado de Jesús no se rige por
las normas de los reinos terrenales. Un reino que “no tiene fin”, es eterno, y
en vez de convertirnos en súbditos, nos libera. Jesús lo reitera al comparecer
ante Pilato en el pasaje evangélico que contemplamos hoy: “Mi reino no es de
este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que
no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí”. Más adelante
Jesús añade: “Soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo;
para ser testigo de la verdad”. En ocasiones anteriores hemos dicho que el
término “verdad”, según utilizado en las Sagradas Escrituras, se refiere a la
fidelidad del Amor de Dios.
El Reino de Jesucristo no es de este mundo, pero se inicia y se va germinando
en este mundo, y alcanzará su plenitud definitiva al final de los tiempos,
cuando el demonio, el pecado, el dolor y la muerte hayan sido erradicados para
siempre. Entonces contemplaremos su rostro y llevaremos su nombre en la frente,
y reinaremos junto al Él por los siglos de los siglos (Cfr. Ap 22,4-5). ¡Qué promesa!
Recuerda visitar la Casa de nuestro Rey; Él mismo vendrá a tu encuentro.
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