"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA TRIGÉSIMA
CUARTA SEMANA DEL T.O. (1)
“Fijaos en la higuera o en cualquier árbol:
cuando echan brotes, os basta verlos para saber que el verano está cerca”.
Estamos ya en las postrimerías del tiempo
ordinario. Mañana en la noche, con las vísperas del primer domingo de Adviento,
comenzamos el nuevo año litúrgico. La primera lectura de hoy (Dn 7,2-14),
continúa presentándonos visiones apocalípticas, pero esta vez es Daniel quien
tiene la visión. Antes de ayer leíamos la visión del rey Nabucodonosor sobre
una estatua compuesta de cuatro metales, representando cuatro imperios. Hoy
Daniel tiene una visión, típica del género apocalíptico en la que aparecen
cuatro “fieras”, que simbolizan también los cuatro imperios sucesivos, el
babilonio, el persa, el medo y el griego.
Pero lo verdaderamente importante de la visión
es el final. En medio de una visión del trono de Dios con todos los seres
aclamándole, Daniel dice que: “Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir
en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se
presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y
lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin”.
Esta lectura nos presenta el Reinado eterno de Dios que ha de concretizarse al
final de los tiempos, reino que “no pasa”.
Es en este pasaje donde se utiliza por primera
vez la frase “Hijo de hombre” que Jesús se aplicará a sí mismo, frase que
encontramos unas ochenta veces en los evangelios para referirse a Jesús.
Ese Hijo de hombre a
quien toda la creación alaba y bendice, como nos dicen los versos del “cántico
de los tres jóvenes”, tomado del mismo libro de Daniel (3,75.76.77.78.79.80.81)
que nos presenta la liturgia de hoy como Salmo.
La lectura evangélica (Lc 21,29-33) nos refiere
nuevamente a la segunda venida de Jesús en toda su gloria a instaurar su Reino
que “no pasará”. Pero primero nos invita a estar atentos a los “signos de los
tiempos” para que sepamos cuándo ha de ser. Como suele hacerlo, Jesús echa mano
de las experiencias cotidianas de sus contemporáneos, que conocen de la
agricultura: “Fijaos en la higuera o en cualquier árbol: cuando echan brotes,
os basta verlos para saber que el verano está cerca”.
Esa figura de los árboles que “echan brotes”,
nos apunta a la primavera, que anuncia un “nuevo comienzo”, el “nuevo tiempo”
que ha de representar el Reinado definitivo de Dios, la “nueva Jerusalén” del
final de los tiempos. Ese Reino que Jesús inauguró hace casi dos mil años y que
la Iglesia, pueblo de Dios, continúa madurando, como los brotes de los árboles
en primavera, hasta que florezca y alcance su plenitud.
Muchos imperios, reinados, gobiernos,
ideologías, ha surgido y desaparecido. Pero la Palabra se mantiene incólume a
lo largo de la historia. Y la Iglesia (nosotros) está encargada de asegurarse
que esa Palabra siga floreciendo para que la salvación alcance a todos. “El
cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán”.
Estamos a escasas horas del Adviento, y la
liturgia de ese tiempo especial nos invita a estar atentos a esa segunda venida
de Jesús y al nacimiento del Niño Dios, no solo en Belén, sino en nuestros
corazones. Solo así podremos convertirnos en la savia que hace brotar las
flores de la salvación en el árbol de la Iglesia.
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