"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA TRIGÉSIMA
CUARTA SEMANA DEL T.O. (1) 23 - Noviembre - 2021
En la visión del rey Nabucodonosor, “una piedra
se desprendió sin intervención humana, chocó con los pies de hierro y barro de
la estatua y la hizo pedazos”.
En la lectura evangélica que nos ofrece la
liturgia de hoy (Lc 21,5-11), Jesús utiliza un lenguaje simbólico muy familiar
para los judíos de su época, el llamado género apocalíptico, una especie de
“código” que todos comprendían. Esta lectura nos sitúa en el comienzo del
último discurso de Jesús, en el cual se mezclan dos eventos: el fin de
Jerusalén y el fin del mundo, siendo el primero un símbolo del segundo. De
hecho, todas las lecturas que estamos contemplando durante esta última semana
del tiempo ordinario tienen sabor escatológico; tratan de la destrucción de
Jerusalén, el final de los tiempos, y la instauración del Reinado de Dios al
final de la historia.
La primera lectura para hoy, al igual que las
de los días recientes, está tomada del libro de Daniel (2,31-45). En el pasaje
que contempláramos ayer (Dn 1,1-6.8-20) veíamos cómo Daniel, Ananías, Misael y
Azarías, manteniéndose firmes en su fe, habían descollado sobre todos los demás
jóvenes, porque “Dios les [había concedido] a los cuatro un conocimiento
profundo de todos los libros del saber”, lo que hizo que el rey los tomara a su
servicio, por su sabiduría. Nos decía la lectura, además, que “Daniel sabía
además interpretar visiones y sueños”.
El pasaje que leemos hoy nos presenta el sueño
del rey Nabucodonosor, en el que este había visto una enorme estatua, y Daniel,
haciendo uso de su don de interpretación de sueños, le explica al rey el
significado del mismo.
En su sueño, Nabucodonosor tuvo una visión de
“una estatua majestuosa, una estatua gigantesca y de un brillo extraordinario;
su aspecto era impresionante. Tenía la cabeza de oro fino, el pecho y los
brazos de plata, el vientre y los muslos de bronce, las piernas de hierro y los
pies de hierro mezclado con barro”. En la visión “una piedra se desprendió sin
intervención humana, chocó con los pies de hierro y barro de la estatua y la
hizo pedazos. Del golpe, se hicieron pedazos el hierro y el barro, el bronce,
la plata y el oro, triturados como tamo de una era en verano, que el viento
arrebata y desaparece sin dejar rastro. Y la piedra que deshizo la estatua
creció hasta convertirse en una montaña enorme que ocupaba toda la tierra.
Es una visión preñada de tantos simbolismos que
resulta imposible, en tan breve espacio, intentar descifrarlos todos, más allá
de la interpretación inmediata que Daniel le brinda a Nabucodonosor. Nos
limitaremos a señalar que algunos exégetas ven en la “piedra que se desprendió sin
intervención humana”, la figura de Cristo, que nació “sin intervención humana”
del vientre virginal de María (Cristo es “la roca que nos salva”). Asimismo,
“montaña enorme que ocupaba toda la tierra” en que se convirtió la piedra,
simboliza la instauración del Reinado definitivo de Dios al final de los
tiempos (para los judíos el poder de Dios se manifiesta en la montaña), cuyo
reino que “nunca será destruido ni su dominio pasará a otro”.
No hay duda que al final de los tiempos el Hijo
vendrá con gloria para concretizar el Reino para toda la eternidad. La pregunta
obligada es: ¿Seremos contados en el número de los elegidos? (Cfr. Ap, 7,9-11) De nosotros depende…
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